Carne de populismo

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Ulustración de Pawel Kuczynski.

Las necesidades, las demandas, las expectativas de la sociedad tienen que estar siempre en el sentido y fin de las decisiones políticas que se transforman en servicios públicos, que les trasladan obligaciones y derechos. Que la acción de gobierno se erige como el mecanismo más importante para que ciertos modelos ideológicos se implanten en el día a día es una fórmula básica de funcionamiento democrático, un proceso en muchos casos demasiado enterrado, por sabido, por supuesto o por ignorado.

Está llegando, están ya instalados en puestos de trabajo públicos y privados, son ya padres y madres de familia, son ya líderes de opinión en barrios, en pueblos, son ya personas decisivas en Andalucía toda una generación que, desde muy joven, renunció a la inquietud del ejercicio político y que ha dedicado incontables horas a los videojuegos, las redes sociales y la telebasura. Asumiendo toda la crueldad que lleva implícita la generalidad, existe una amplia base social en Andalucía que permanece esencialmente ajena a su responsabilidad política.

Esta realidad con la que convivimos, no es un problema por sí mismo. Cada uno puede y debe dedicarse a aquello que se le da bien y le gusta. No podemos saberlo todo. No podemos estar en todo. Al pescador, al agricultor no se le puede exigir que sea comerciante ni industrial. La dificultad, el reto, la complicación, aparece cuando, gracias a esa cancerígena dejadez por los asuntos colectivos, son ninguneados, utilizados, engañados, gracias al desconocimiento, por unos pocos que buscan un objetivo egoísta que, a la vez, es nocivo para aquellos que son utilizados. En otras palabras, la realidad de Ortega.

He ido a arreglarme el pelo. Una peluquería de barrio, un chico que ha tomado la iniciativa y gracias a ser un buen profesional, ha abierto negocio propio. Más que empresario, autoempleo con aspiraciones de progresar. Lo más lícito y honesto. La charla de los veinte minutos de pelado da para mucho. Es menor de treinta años, con ingresos familiares casi nulos, vive con la madre que cobra una pensión. Se queja de no haber recibido ayudas para abrir el negocio. Se queja de que tiene que pagar mucho. Se queja de que el gobierno sólo le da toda la ayuda a los que llegan en patera. Que no hay derecho. Todo ello aderezado con reguetón del altavoz portátil conectado a su smartphone. Que está pensando en cerrar y volver a trabajar por cuenta ajena. Que tendrá menos preocupaciones. Que tendrá su salario seguro a final de mes. Que tendrá horario limitado y vacaciones pagadas, seguridad social, que si le hace falta ayuda para vivienda… La primera vez que hay ido a votar ha sido en noviembre. Sin concretarme su elección me dejó bien claro el rotundo rechazo a que se le siga dando dinero a los negritos…

Es imprescindible regar con una mínima dosis de inquietud, de criterio a tantas, a tantos que, serían los primeros beneficiados de ello. Personas que no ponen las noticias en la radio y la televisión, que no leen prensa, que no se paran a pensar en las repercusiones que tienen sus decisiones de voto, de compra. Gente que no leerá este artículo. Porque tenemos la suerte de tener un modelo democrático sólido, que nos permite participar, decidir el presente y el futuro que queremos. Es cierto que el sistema no está dando respuesta adecuada a la clase obrera y trabajadora que incluso ha perdido la conciencia de serlo, pero son muchos los derechos conquistados que los que ahora llegan se piensan que los tienen de nacimiento.

En una sociedad que se resquebraja, en la que asistimos a una desigualdad creciente, a unas tasas de paro y exclusión que no deberíamos tolerar, desplazar la inquietud de la sociedad a distopías es el momento que esperan muchos predadores de poder, excluyentes natos, abusones con chapa de partido político.

Hay que encontrar mecanismos, palancas para que tantos que hoy son carne de populismo, y que resultan decisivos para la gobernabilidad, no muerdan manzanas envenenadas que les ofrecen los nuevos fascismos con traje de hada buena. No es nada fácil la tarea de evitar que propios y extraños compren de manera rápida y contundente esos cantos de sirena, porque, cuando el actual sistema no es capaz de evidenciar sus bondades, cuando muchos tienen la sensación de que dan mucho a cambio de muy poco, cuando las personas están desesperadas, cualquier clavo ardiendo es mejor que ahogarse.

Para lograr la conexión, el entendimiento, generar capacidad de escucha hay que hacer dos ejercicios básicos. El primero, de empatía, acercamiento y conocimiento, esto es, empaparse de la realidad de toda esa gente humilde, necesitada, en la práctica beneficiaria del sistema público que, incomprensiblemente compra el discurso y vota a la derecha. Y segundo, colocarse en su mismo plano, ofrecerles respuestas, ser honestos, hablar su mismo lenguaje, tomarse en serio sus preguntas porque son la manifestación de sus necesidades, sus demandas, sus expectativas.