Conversaciones sobre la guerra y la paz con mi amigo Perico Cervantes

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El 21 de enero, reenviando el cartel de letras rojas sangrientas sobre fondo negro que está circulando en las redes, escribí en mi Facebook: “No a la guerra”.  Algunas amigas apostillaron: “No y no”.

En uno de los comentarios, Perico Cervantes escribe:

Totalmente de acuerdo, pero hago una reflexión: ¿Qué se hace? ¿Se mira para otro lado como cuando se invadió Crimea? ¿Se mira para otro lado como se hizo cuando la Guerra de los Balcanes? ¿Se manda una fuerza multinacional de cascos azules que se interponga en la frontera de Rusia y Ucrania? No lo sé, la verdad. Quizás lo único posible es clamar por que trabaje la diplomacia y siga trabajando y siga. Pero ¿y si falla? Otra reflexión: ¿Hubiera sido legítimo que el Gobierno de la república Española en 1936, hubiera renunciado a la Guerra frente al Golpe de Estado de Franco? Y digo todo esto porque me parece que los lemas como el «No a la Guerra» pueden estar muy bien y plasman un principio que todo el mundo apoyaría pero creo que contribuyen a la radicalización, a dejar de lado los múltiples matices que tienen cuestiones tan complejas. Perdona, amigo Leandro por la tabarra pero creo que hay que analizar o contemplar todo. Y por supuesto, que no pare de trabajar la diplomacia y el diálogo.

El mensaje de mi amigo me anima a darle unas vueltas al tema y a escribir esto:

Efectivamente, Perico, “No a la guerra” es un eslogan simple, un grito «de batalla», que sintetiza “No a esta guerra”, o “No a esta guerra de agresión”. Con esta aclaración quedaría respondida tu pregunta (retórica) sobre la legitimidad de la respuesta a un golpe de estado criminal como fue el del 36. En este caso, el grito “No a la guerra” sin matices es el mismo que empleamos, con razón, cuando nos llevaban a ‘liberar’ al pueblo iraquí de las maldades de Sadam Hussein (bien reales, por cierto, quizás peores que las de Putin) y de las armas de destrucción masiva. Y después pasó lo previsto: cientos de miles de muertos inocentes y un país (que cuando visité la región antes de las guerras me recordó la España de mi infancia) arrasado y trasladado a la edad piedra. Y qué decir de Libia, también operación OTAN: Gadafi no era bueno (quizás no tan malo como ‘nuestro amigo’ Mohamed Bin Salmán, el príncipe heredero de la corona saudí que mandó descuartizar a Jamal Khashoggi), pero la Libia de hace 10 años, que también visité, era mejor, desde luego para los libios y creo que para la mayoría del mundo, que  la de hoy, producto de aquella invasión. ¿Qué decir de la brillante operación de ‘democratización’ de Afganistán, también realizada por EEUU y respaldada por sus aliados? Se ha ocasionado un sufrimiento mucho mayor del que se decía querer evitar, con un cinismo bien explicado hasta en películas de las que ponen en el AVE. Y antes que eso, Vietnam, Laos y Camboya en donde también se ‘defendieron los derechos humanos y el mundo libre’. Y tantas otras experiencias que conoces tan bien como yo.  Aquello fue el comienzo del “No a la guerra” que continúa hoy.

¿Pero, qué pasa? ¿Qué los EEUU son “malos” o que los que nos hemos criado en la segunda mitad del siglo XX tenemos un casposo gen antiamericano? Ni una cosa ni la otra.  EEUU es la potencia hegemónica, la potencia imperial (en conflicto con otros poderes) de los siglos XX-XXI, como durante los siglos XVI-XVII lo fue la Monarquía Hispánica, o durante los siglos XVIII-XIX Francia o Gran Bretaña. ¿Crees (sé que no lo crees, es otra pregunta retórica) que los Austrias mandaban a los Tercios a salvar las almas de los flamencos, o que los británicos desencadenaron la Guerra del Opio porque querían el bienestar de la población china? Y antes, el Imperio Otomano y después el III Reich.  Es fácil entender hoy, en la distancia, que todo aquello no era cosa de buenos o malos sino de factores geopolíticos, intereses estratégicos o control de recursos esenciales en cada momento. Los españoles no éramos malvados en aquellos momentos y tampoco ahora somos buenos: antes, los que vivían entonces, eran súbditos de una monarquía imperial y ahora, tras las últimas carnicerías que perpetraron (y que sufrieron) nuestros abuelos en Cuba y en Marruecos, somos una pequeña nación de naciones, sin colonias externas, sin aspiraciones imperiales, salvo los recados que nos manda hacer “el jefe”. ¿Y qué decir de los pobres belgas, que están empezando a ser conscientes como nación de los crímenes horrendos que cometieron en el Congo?  Ahora es fácil verlo, pero en cada uno de esos momentos eran muy pocos los que conseguían, y a riesgo de su proscripción o cosas peores, librarse de los argumentos, la lógica, la racionalidad, los mitos que justificaban aquellas actuaciones: civilización, religión verdadera, superioridad cultural indiscutible, aportación al progreso, defensa del mundo libre, guerra contra el terror, la amenaza del Oso Ruso…  Es relativamente fácil librarse de las telarañas de los discursos lejanos en el tiempo o en el espacio, y que se refieren a procesos ajenos, pero es más difícil no enredarse en los discursos que crean la lógica, el sentido común, de las realidades de las que formamos parte. Por otra parte, esos dominios no se sostienen solo, ni predominantemente, con la violencia y sus justificaciones, sino con la legitimidad de la cultura, las ideas, la lengua, la capacidad de innovar, el arte, el conjunto de capacidades con las que se construye la hegemonía (Monty Python: “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”).

Volviendo a la actualidad, otra cosa que me llama la atención, y seguro que a ti también, Perico, es que esa voluntad de hacer justicia con la fuerza militar (ahora, defender el ‘legítimo derecho del gobierno de Ucrania a solicitar su ingreso en la OTAN’) no se ejerce (¡afortunadamente!) con ‘los malos que son de los nuestros’. Por ejemplo, ¿por qué no se amenaza al Reino de Marruecos con bombardear Rabat si no se pliega a las reiteradas resoluciones de NNUU sobre el legítimo derecho a la autodeterminación del Sahara occidental? ¿O al estado de Israel por la continuada y ampliada colonización de los territorios ocupados? ¿O, por qué no haber descargado unas bombas sobre Barcelona y Madrid para liberarnos de la dictadura, aliada de regímenes nazi-fascistas, que padecimos 40 años? Atención: ¡menos mal que no se les ocurre hacer eso, que sería brutal, criminal!, como lo fue el bombardeo de Hanoi, Panamá, Bagdad, Trípoli y Belgrado. Menos mal que nos dejaron a los españoles arreglar nuestros problemas sin la ‘ayuda’ de arrasar nuestras ciudades. También en esos casos (bombardeo de Tel Aviv, por ejemplo) hubiéramos dicho “No a la Guerra”.  Bien es verdad que llama la atención que en todos estos casos, y en muchos más, la potencia imperial, no solo no emprende acciones militares (gracias a Dios) sino que (maldita casualidad) apoya militarmente a esos regímenes. Bastaría con que EEUU retirara su apoyo a Marruecos y a Israel para que la situación de los palestinos y saharauis  mejorara.  Hubiera basta con que EEUU no hubiera apoyado hasta el final al régimen de Franco, para que éste hubiera durado alguna década menos. Y a Pinochet, y a Somoza y a Suharto… aburre tener que recordar esto, sin necesidad en este caso.

Y sin embargo, gente informada, de talante bondadoso y orientación progresista se ve afectada por la construcción de los discursos belicosos de siempre, que producen dudas e inquietudes. Discursos adaptados a cada ocasión, para justificar intervenciones militares, en esta caso potencialmente terribles, que responden a lógicas ajenas a los intereses de los pueblos que se dice defender. Es imprescindible tener en cuenta todo lo anterior, tener memoria, perspectiva histórica, una brújula con la que guiarse en la oscuridad de las propagandas belicistas.

Con ese telón de fondo, entrando en términos más concretos,  en este caso se presenta como la parte agresiva a una potencia, Rusia, que pone tropas a 250 km de la frontera de una antigua parte (durante siglos, hasta hace 20 años) de su territorio (ver portada de El País del viernes 21 de enero). Rusia exige que dicho territorio, hoy el estado independiente de Ucrania, no ingrese en una alianza militar, la OTAN, que se construyó hace 70 años con el objetivo explícito de hacer frente a la URSS, fragmentada desde hace décadas en 12 pedazos, uno de ellos Ucrania. Eso significaría poner las armas nucleares de EEUU a 5 minutos de Moscú.  ¿Recordamos la crisis de los misiles de Cuba? ¿Qué pasaría hoy en una situación como aquella?

Llegados a este punto, ya sé que tanto los comentarios de mi amigo Perico, como los míos pueden parecer ingenuidades, de un tipo u otro. La gente ‘bien informada’ y que ‘no está fuera de la realidad’ se estará sonriendo (quizás riéndose abiertamente) de los dos.  “Es el gas (el que vosotros mismo consumís), son las rutas estratégicas, son los equilibrios geopolíticos a largo plazo; son realidades estructurales inalterables en relación con las cuales estas discusiones son fuegos de artificio, ¡estúpidos!”.  Seguramente es en parte así, pero no del todo: los argumentos, los debates, importan. Además, muchos no tenemos otra arma que utilizar.

Por eso concluyo reiterándome en un ¡NO A ESTA GUERRA! A la guerra emprendida por un bloque militar que ha demostrado sobradamente las consecuencia negativas, frecuentemente criminales, de su actual hegemonía geopolítica, en la historia posterior a la caída del III Reich (que fue terrible) y a la muerte de Stalin (con el que terminó otro periodo, de otro signo, también terrible). EEUU, con su OTAN, ni es el primer Imperio que defiende, a sangre y fuego si hace falta, su hegemonía, ni será el último. Es el actual. Es al que hoy más urge oponerse.

Autoría: Leandro del Moral Ituarte. Catedrático del Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla. Miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua.