Desconectados

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Es popular la anécdota del niño (niña) que responde al encuestador que la leche o el pollo crecen en los lineales de los supermercados. El reto de las nuevas generaciones urbanas pasa por conseguir que visualicen nuestra conexión y dependencia de los ciclos productivos primarios, agricultura, ganadería, pesca, recolección, que son los que nos alimentan cada día.

Los chavales que se crían, que viven exclusivamente en ciudades, que conciben el medio rural y natural como un inmenso parque al que la familia va de vez en cuando, sólo saben de los alimentos por el envase que los encapsula en las vitrinas frigoríficas y las estanterías. No saben como es una planta de garbanzos o lentejas, no saben a qué profundidad vive una merluza, cómo se captura, o el tipo de hierba que le gusta en invierno a las ovejas. Tampoco es necesario llegar a ese grado de precisión, pero si es imprescindible que entiendan (que entendemaos) de qué depende nuestra supervivencia, nuestra calidad de vida. Para lograrlo, la responsabilidad es de la comunidad educativa.

El siguiente paso, el siguiente eslabón en la cadena, pasa por ligar los hábitos de compra y alimentarios al lugar en el que vivimos. Porque nuestro organismo, a base de incontables generaciones ha adaptado su metabolismo a los ciclos naturales y productivos. Por eso nos sienta tan bien los cítricos en otoño e invierno y son la mejor medicina para combatir resfriados. Por eso es tan bueno y necesario el gazpacho en verano, antioxidante, fuente de vitaminas y sales minerales. Por eso nos sienta mal el pan precocido, porque nuestro estómago se ha adaptado y sólo es capaz de digerir adecuadamente el pan horneado y fermentado previamente. No podemos decirle a nuestro estómago ahora que asuma la fermentación del pan que la industria no tiene tiempo para hacer.

Si subimos un escalón más en este camino de mejora colectivo, compraremos y consumiremos productos locales, de temporada y ecológicos. Porque beneficiamos nuestra salud, la biodiversidad del territorio, generamos economía y empleo, mejoramos nuestra gobernanza.

Hay mucho por andar, en realidad más que hace unos años, porque hemos retrocedido muchas casillas en los últimos años en Andalucía. Porque esta desconexión que nos empobrece y embrutece no es exclusiva de los niños urbanos, es hoy, en la práctica una mancha de aceite que ha llegado a todos los rincones. Puede comprobarse como, en la inmensa mayoría de nuestros pueblos de tamaño medio y pequeños, un amplio sector de población vive de espaldas a su propio territorio. Puede verse en zonas olivareras, a las familias saliendo del supermercado de turno con aceite producido, envasado y refinado a muchos kilómetros, porque tienen la falsa creencia que salen ganando unos céntimos en el litro. Puede verse en las casas de nuestros pueblos de sierra botes de miel de importación porque lo importante es el sistema antigoteo del tarro. Puede verse en las cocinas de nuestra costa filetes de pescado ultracongelado porque lo esencial es que no haya que limpiarlos. Mi verdulero se ha convertido en un gran dictador de recetas para enseñar a los clientes qué hacer con el hinojo, los alcauciles, la berenjena rayada, las espinacas frescas.

Estamos siendo cómplices de un desmantelamiento de nuestro tejido vital que supone una condena colectiva de enorme magnitud. Por actuar de manera automática, por haber delegado en algunas cadenas de distribución la decisión de lo que comemos. Es absolutamente imperdonable la negligencia que estamos cultivando, estamos echándonos encima un lastre cancerígeno. Reaccionar es empezar a tomar conciencia. Porque sepultar nuestras variedades locales, nuestro patrimonio culinario, nuestra fuente de salud es estúpido.

Ahora que llega un ciclo especialmente goloso, pongámonos una pulserita de recordatorio. Que cada vez que vayamos a coger un producto de la estantería, la veamos, que nos recuerde cosas como: ¿es este producto de temporada? ¿Hay algún productor cerca de esto? ¿Mejor ecológico? ¿De verdad lo necesito? ¿Me conviene? Después de este ejercicio está garantizada la satisfacción al pasar por caja, al cocinar, al poner la mesa…