Desertar del apocalipsis

440

En 1971, el periodista Enzo Biagi entrevista en la Rai, la radiotelevisión pública italiana, al escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini. Esta entrevista será censurada y no podrá ser vista y oída por el público hasta cuatro años más tarde, tras el asesinato de Pasolini. Durante la entrevista el pensador italiano arremete contra la televisión como “médium de masas”: plantea que a través del vídeo se habla siempre ex cathedra estableciendo una “relación espantosamente antidemócratica” con el espectador. Ahora que, gracias a internet, la televisión se ha multiplicado de forma exponencial a través de los influencers de las redes sociales, supongo que Pasolini se reafirmaría aún más en su posición de que la televisión y sus sucedáneos enmascaran de democraticidad lo que no es sino la proliferación banal del autoritarismo. El entrevistador señala, además, que Pasolini ha declarado que nuestra civilización del consumo lo ha llevado a abrazar una suerte de “anarquía apocalíptica”, a lo que éste responde que efectivamente, al contrario de cuando era joven, ha perdido su fe en la revolución: “soy apocalíptico, veo ante mí un mundo doloroso y cada vez más feo. No tengo esperanzas…la palabra esperanza está cancelada completamente de mi vocabulario”.

Pasemos a otra entrevista a Pasolini. Esta vez la última. La que concedió al periodista Furio Colombo para el periódico La Stampa el 1 de noviembre de 1975. Pocas horas más tarde fue asesinado de forma despiadada en un crimen sobre el que aún quedan muchos cabos sueltos de los que tirar. La entrevista merece leerse al completo, la pueden encontrar fácilmente en la red, tanto en italiano como en su traducción al español. Da la impresión de que Pasolini nos habla desde el más allá. Provoca escalofríos. El título, sacado de una de sus respuestas, ya anticipa su contenido: “Todos estamos en peligro”. De esta entrevista, en este momento, me interesan dos ideas. Primero, lo que podríamos llamar el Gran Rechazo:

El rechazo ha sido siempre un gesto esencial. Los santos, los ermitaños, pero también los intelectuales, los pocos que han hecho la historia son aquellos que han dicho no, en absoluto los cortesanos y los ayudantes de los cardenales. El rechazo, para funcionar, debe ser grande, no pequeño, total, no sobre este o aquel punto, «absurdo», no de sentido común. Eichmann, amigo mío, tenía mucho sentido común. ¿Qué le faltó? Le faltó decir no, antes, al principio, cuando lo que hacía era sólo administración rutinaria, burocracia. A lo mejor incluso habrá dicho a los amigos: a mí ese Himmler no me gusta mucho. Habrá murmurado, como se murmura en los editoriales, en los periódicos, en el amiguismo y en la televisión. O también se habrá rebelado porque este o aquel tren se paraba una vez al día para las necesidades y el pan y el agua de los deportados, cuando hubieran sido más funcionales o más económicas dos paradas. Pero nunca bloqueó la maquinaria.

¿Pero qué es lo que merece ese Gran Rechazo? ¿Hacia qué debemos dirigir ese NO radical y sin medias tintas? Y esta es la segunda idea con la que me quedo: su concepción del poder.

Pretendo que mires a tu alrededor y te des cuenta de la tragedia. ¿Cuál es la tragedia? La tragedia es que ya no somos seres humanos, somos extrañas máquinas que chocan unas contra otras. Y nosotros, los intelectuales, tomamos el horario de los trenes del año pasado, o de hace diez años, y decimos: qué extraño, esos dos trenes no pasan por ahí, ¿cómo es que se han destrozado de esa manera? O el maquinista se ha vuelto loco o es un criminal aislado o se trata de un complot. El complot, sobre todo, nos hace delirar. Nos libera de todo el peso de enfrentarnos solos a la verdad…El poder es un sistema de educación que nos divide en subyugados y subyugadores. Pero cuidado. Un mismo sistema educativo que nos forma a todos, desde las llamadas clases dirigentes hasta los pobres. Por eso todos quieren las mismas cosas y se portan de la misma manera. Si tengo en las manos un consejo de administración o una operación bursátil, los utilizo. Si no, una barra de hierro. Y cuando utilizo una barra de hierro hago uso de mi violencia para obtener lo que quiero. ¿Por qué lo quiero? Porque me han dicho que es una virtud quererlo. Yo ejerzo mi derecho-virtud. Soy asesino y soy bueno. 

Pasolini nos sitúa ante una sociedad de asesinos en potencia. Ya estaba en marcha la mutación antropológica que él profetizó en los años setenta y que ahora es una evidencia. En esta distopía que llamamos normalidad, “no hay un solo espacio social en el que los signos del avance de las tecnologías de la muerte no puedan sentirse ya como amenaza inminente de todo lo vivo…Y por si esto fuera poco, nos gusta vivir así: somos adictos al consumo de capital muerto y extraemos placer de este proceso de fabricación de la muerte”, escribe Paul B. Preciado, filósofo trans, en su “Carta a les nueves activistes”. Pero esta adicción al consumo de petróleo, psicofármacos o al flujo constante de contenidos digitales es sólo un síntoma superficial de un profundo malestar físico y mental, de una disforia, un concepto patologizador que es el opuesto etimológico de la euforia. Conocemos la disforia de género, con la que vienen diagnosticadas las personas trans en las clínicas psiquiátricas, pero hoy todo nuestro mundo ―desde la jerarquización racial y sexual hasta el chantaje del trabajo precario y sin sentido pasando por el expolio sistemático de la Tierra o la puesta a punto de otra Guerra Mundial― es susceptible de provocarnos disforia y, con ella, el conjunto de enfermedades del vacío (depresión, ansiedad, estrés, anorexia…) que se extienden con la velocidad y la intensidad de una pandemia de desesperación. Dysphoria mundi. La producción y extracción de la plusvalía económica que, como analizó Marx, caracteriza al capitalismo se sostiene sobre un régimen sensorial basado en la adicción al consumo y al reconocimiento social, capaz de desencadenar una metamorfosis de la sensibilidad que se ramifica de formas contradictorias: una revolución epistemológica en sentido emancipador a partir de la rebelión de las prácticas y saberes subalternos convive con la reacción identitaria y violenta de la supremacía blanca y la masculinidad tradicional, al tiempo que se extiende lo que Franco “Bifo” Berardi denomina una “de-sexualización del deseo”, pervertido en sus formas agresivas o en un aislamiento fóbico que cercena la posibilidad de acción colectiva.

Eppur si muove. Y, sin embargo, se mueve. ¿Qué se mueve? ¿Quiénes actúan en mitad del apocalipsis, es decir, de esta “revelación” de que la vida que nos han enseñado y obligado a amar nos está matando? ¿Cómo se está politizando el malestar? Dejo hablar a Santiago López Petit: “El odio contra mi vida es la efectuación del rechazo total del mundo. El odio dirigido contra mi vida traza una línea de demarcación entre lo que yo-quiero-vivir y lo que yo-no-quiero-vivir. Porque odiar la propia vida es la única manera de poder llegar a cambiarla. Este odio que libera al querer vivir de nuestra vida que lo encierra, es el odio libre.” La politización del malestar pasa por el odio contra la vida que tenemos, movilizada por el capital y sus Estados, contra esta movilización obligatoria que tiene como modelo la lógica militar de los ejércitos: la vida como campo de batalla. Este odio libre a la movilización global encuentra hoy su salida concreta en la deserción: abstencionismo electoral, renuncia a la procreación, dimisión del trabajo asalariado, soldados que traicionan a la patria huyendo del reclutamiento obligatorio. Acción por deserción: una retirada silenciosa de los mecanismos de producción y reproducción de la violencia. Es decir, se actúa dejando de militar y pateando un tablero de ajedrez que no se ha elegido.

Los disfóricos de mundo parecen pensar que aún hay mucho por destituir antes de ponerse de nuevo a instituir. Así que, por ahora, están en pleno proceso de desidentificación. Están desertando de lo que se espera de ellos.

(A los desertores rusos y ucranianos: honor y gloria a los que huyen para no ser convertidos en carne de cañón por los dueños del mundo.)

 

Referencias: