El día después: lo que el coronavirus se llevó

552
"Aceituneras". Rafael Zabaleta.

La fábula de aquel rey que pedía a un sabio una frase para grabar en su anillo en momentos de especial adversidad nos dejaba una clara enseñanza: Esto también pasará. No sólo pasan los contratiempos, también pasan los tiempos buenos y plácidos, todo resulta pasajero, y así también lo es la coyuntura que nos ha tocado vivir -y sufrir-. Tiempos duros y convulsos, de confinamiento para quienes pueden trabajar, pero de duro y peligroso trabajo para quienes no, además de una profunda angustia en muchas familias andaluzas, que ven cómo miembros de su familia son despedidos o reducen drásticamente sus ingresos por esta maldita pandemia.

Necesitamos medidas para paliar el sufrimiento de nuestro pueblo, necesitamos ese Ingreso Mínimo Garantizado para familias desprotegidas que anuncia el Gobierno, necesitamos esa moratoria de alquileres e hipotecas, y tantas otras medidas que aún no se han aplicado o no hay certeza de que se apliquen, como es el confinamiento efectivo de toda actividad laboral no esencial, cuya falta está provocando que miles de trabajadores sean lanzados a las garras del virus, y que puede provocar que esto se demore más tiempo aún. Y es que ningún beneficio económico debiera estar por encima de la vida humana. Por eso, y por tantas otras cosas, debemos pensar en el cuando esto pase, porque sí, esto también pasará.

Ya en la crisis del 2008 vimos cómo la economía andaluza era la más duramente castigada del Estado, y no por casualidad, sino por la especialización económica a la que se nos había abocado, un modelo económico que de por sí conlleva empleo precario, con salarios bajos, estacional y sujeto al consumo de otros para poder sobrevivir. Un modelo alejado por absoluto a los intereses de la clase trabajadora andaluza, que ha tenido que malvivir y verse duramente explotada para simplemente acceder a lo más mínimo y esencial, que cada vez resulta más inalcanzable: un empleo dejó hace mucho de ser garante de no ser pobre, pues nos encontrábamos -y encontramos-, en esa realidad cruel donde tener un empleo no necesariamente significa que puedas permitirte una casa, alimento, suministro, y una estabilidad para la vida, tuya y de los tuyos.

Ese modelo, que de por sí en época de bonanza dejaba ya sólo beneficios para unos pocos y pobreza para muchos, al ser dependiente del consumo de las economías centrales, del Norte, es susceptible de derrumbarse en cada época de adversidad económica, como ya vimos entonces. Esa burbuja de la que tanto hablaban explotó, y a su paso arrasó con el tejido social y económico andaluz.

¿Qué lógica tiene persistir en la profundización de un sistema que no reporta ningún beneficio a la mayoría, al colectivo? No sólo en tanto el turismo, que sumada a su debilidad, devasta progresivamente nuestras ciudades al someterlas a su designio, convirtiéndolas en simples escaparates y aglutinando a ese ejército de camareros que nutre el sector hostelero en una periferia olvidada y maltratada por las instituciones; también en tanto a una agricultura que igualmente depende del consumo externo, y que cada vez tiene más dificultades para competir con otras economías dependientes, abocando al campo andaluz a una especialización cada vez más agresiva con nuestro medio ambiente.

Andalucía, siendo una de las tierras más ricas de Europa, tiene a una de las poblaciones más pobres de ésta. Porque nuestros recursos son exportados y explotados por actores externos, lo cual deja poco valor aquí, y lo poco que deja se reparte entre los de siempre.

Este modelo resulta insostenible, y requiere de un cambio cada vez más necesario si no queremos que Andalucía siga sumergida en el ciclo eterno de la pobreza, la dependencia y la marginalidad. Requerimos de un cambio de modelo productivo y económico, de una industrialización que permita que el valor añadido de nuestras riquezas se quede aquí, que ese proceso de transformación se dé aquí, y que la riqueza obtenida llegue a todas las capas de nuestro pueblo.

Tenemos un ejemplo muy cercano de cómo, incluso en una situación como la nuestra, dependiente y subalternizada, puede producir tecnología puntera, productos que la iniciativa privada incluso de otros países es incapaz. En esta crisis pandémica hemos visto cómo la Universidad de Málaga ha desarrollado y comenzará a producir respiradores para tratar a los pacientes afectados por el coronavirus. Este es sólo un ejemplo de cómo el potencial de esta tierra, de Andalucía, si es organizado y canalizado en la dirección necesaria, es capaz de producir lo que otros muchos no pueden.

Una vez todo esto pase, comenzaremos a sufrir las devastadoras consecuencias de mantener y profundizar en esta especialización económica alrededor del turismo y el sector agroalimentario. Y es que estos no tienen por qué desaparecer, pero sí ser elementos accesorios, acotados, e incluso controlados por el interés público, que permita desarrollarlos bajo criterios ecológicos y respetuosos con la vida y el entorno, añadidos a una economía fuerte y autocentrada que urge desarrollar.

Andalucía necesita comenzar a pensar en sí misma, y debe hacerlo desde ya, porque la oscuridad que comienza a vislumbrarse al final de esta crisis será desastrosa, y la salida de ésta no puede hacerse con las mismas recetas suicidas que hemos aplicado hasta ahora. Porque nuestro país es demasiado rico como para permitir que su pueblo sufra las penurias de la pobreza. La desconexión de esas lógicas se hace impetuosa, y ésta no podrá darse si no tomamos consciencia de ello y apostamos de forma clara por propuestas políticas transformadoras, que tengan claro que en Andalucía necesitamos una economía para la vida, y no una economía dirigida a satisfacer los intereses de otros, que no son los nuestros.