El mocorroñismo* en acción

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Portada de la revista Pel i Ploma con un dibujo de un guardia civil a caballo, por Ramón Casas. Época de La Mano Negra.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Así solemos referirnos a algo que nos afecta de forma negativa pero que veíamos de forma clara que iba a llegar. Que vivimos en un tiempo de claro predominio de ideas y prácticas más que conservadoras, próximas al autoritarismo y parecidas al fascismo, casi nadie lo duda. También que faltan alternativas tanto en el discurso como en los hechos. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Está revuelto el gallinero político por la orden del juez García Castellón de investigar a Pablo Iglesias por el llamado “caso Dina”. Un ejemplo de “lawfare” que se diría en el mundo anglosajón. Aunque tenemos ejemplos no sólo en los Estados Unidos. Recordemos el caso de Brasil. Ahora llega a otro estado periférico como el español. Bueno, más que llega, explota como un instrumento más en la campaña que la derecha española mantiene, desbocada desde el estallido de la epidemia, en su afán de recuperar el poder que nunca debían haber perdido, que consideran suyo en propiedad.

Intentamos comprender las razones por la que esto es posible. Por entender como se pueden practicar la mentira y el uso y abuso de los poderes estatales para obtener determinados objetivos políticos y económicos pasando, incluso, por encima de recomendaciones que el sentido común básico impulsarían a seguir. Hay quienes lo relacionan con las recientes tendencias de la derecha mundial por utilizar los diversos poderes estatales, incluido el judicial, para destruir cualquier posición contraria. Da igual la que sea. En este país tenemos muestras más que suficientes para no olvidar que cuando el mocorroñismo traspasa determinadas rojas no se detiene en nada.

En Andalucía tenemos una larga tradición en el uso de los poderes estatales para mantener status quo que se mostraban insostenibles. Un ejemplo. La aparición del movimiento obrero fue respondida con legislaciones represivas, descalificaciones teóricas –aquello de Sagasta que la Internacional obrera era la expresión filosófica del crimen- y la acción conjunta de los tres poderes del Estado –legislativo, gubernativo y judicial- eficazmente secundado por el llamado cuarto poder: la prensa. Recordemos, por ejemplo, el asunto de La Mano Negra. La consecuencia fueron deportaciones sin regreso, encarcelamientos que terminaban con la muerte, apaleamientos, persecuciones sociales en ciudades y pueblos, muertes civiles y, si se consideró necesario, la contundencia estatal legislativa, de orden público y judicial.

Por tanto lo que ocurre hoy día tiene una larga tradición en este estado liberal hispánico que tiene demasiadas raíces en el Antiguo Régimen, incluso en la Edad Media. Tantas que, a veces, da la impresión que son superiores a las de la Ilustración. Cabría preguntarse entonces cuales son las razones para que esto sea así. Primero descartamos la traza genética por muy biologistas sociales que seamos. Nada demuestra que el adn de los poseedores del dni o pasaporte español lo contenga. Si hay algo que mantiene una línea continua es la identificación estado y mocorroñismo avalada por haber salido victorioso en prácticamente todas las ocasiones. Quitando breves momentos –como los de las dos repúblicas, el proceso revolucionario de 1936 o el refriegue yanqui del noventa y ocho decimonónico.

Identificación mantenida, de grado o por la fuerza, que les ha proporcionado tanto moral de “victoria” como sentido de la propiedad. Ambas cosas se están manifestando en toda su crudeza durante estos últimos meses en un contexto en el que, como he escrito otras veces, la muerte tiene un especial protagonismo. Algo muy del gusto de la derecha hispana. La consecuencia es que se ha forjado un mundo en el que ceder equivale a ser derrotado, en que la moqueta del poder la pisen grupos que no le gustan no es admisible y en que todo aquello que no sea como él es automáticamente expulsado y demonizado. Para mantenerlo no se duda en utilizar viejos y nuevos métodos en los que no son ajenas la mentira, la manipulación y la mala fe.

Frente a ello hay que mantenerlos alejados del poder. Su caldo de cultivo es la ignorancia, la insolidaridad, el egoísmo y el sálvese quien pueda. A corto plazo hay que cerrar filas. Son momentos excepcionales y entre las peores cosas que nos pueden ocurrir es que, como ocurren en Madrid desde hace décadas y en Andalucía desde hace tres años, la derecha (la extrema o la que vaga en busca del desierto del centro) vuelva a pisar moquetas y la imprenta del BOE. Sin tenerlas ya hacen bastante ruido. ¿Cómo impedirlo? Entre otras cosas, no la única y quizás la menos importante, es que quienes se proclaman reformistas más o menos radicales y participan del juego electoral lleguen a un acuerdo para presentar una única lista electoral en las próximas convocatorias que los aglutine a todos. Que todas las burocracias partidistas cedan. Ya se hizo en otros momentos. ¿Recuerdan? Quizás así vuelvan a despertar la ilusión de una ciudadanía a la que los miedos de todo tipo atenaza. Y ya se sabe que el miedo no es buen consejero.

*Mocorroñismo, dícese de la peculiar reacción española.