El sindicalismo necesario

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Avanzada la pandemia, el panorama socioeconómico que se dibuja es desolador. No solo crecerán aún más las ya insostenibles tasas de desempleo y precariedad sino que vamos a asistir a un ataque frontal contra el escaso empleo estable que se mantenga. Reducción de jornadas, modificación de condiciones, suspensiones temporales y rebajas de salario y cotizaciones van perfilándose en nuestro horizonte laboral más próximo. Es probable que no tardemos en conocer propuestas patronales en ese sentido y no se harán esperar las reacciones del sector público contra sus empleados, la punta de lanza de la agresión laboral a los trabajadores. Empieza la normalización del abuso, esta vez, con la excusa de una calamidad.

A nadie se le escapa que el ajuste capitalista golpeará una vez más a la clase trabajadora, a los únicos capaces de crear riqueza. Serán, pues, los mismos, otra vez maltratados para justificar la recuperación del PIB, los indicadores de productividad o la tasa de beneficios. La crisis que se avecina ya tiene ya decidida quienes serán las víctimas: los trabajadores; y muy en especial los jóvenes y las mujeres, colectivos siempre afectados por las mayores dosis de precariedad. Es posible aún empeorar todos los indicadores. Y Andalucía es el escenario elegido para ello.

Con una justicia en mínimos históricos de eficacia y con la magra versión actual de las normas laborales, la lucha tajo a tajo va a adquirir todo el protagonismo. Será en cada centro de trabajo donde se vivirán los conflictos y librarán las contiendas que nos conduzcan al resultado final. En esta ocasión muy poco se puede esperar de un gobierno débil, incapaz de derogar la reforma laboral pese a lo prometido, ineficaz para instituir una renta básica universal e inútil a la hora de defender a las clases más débiles. Desde el primer momento se han plegado a los intereses de la gran patronal, y así han optado por facilitar al máximo y financiar completamente desde la Seguridad Social los ERTEs de las empresas. Han hecho de nuevo recaer todo el peso de la recuperación en la parte más castigada.

La patronal, tan neoliberal –al menos “de boquilla”- en sus planteamientos, se ha abrazado sin dudarlo a las ayudas estatales y a las subvenciones de todas las Administraciones. Éstas, han preferido salvar a las empresas contratistas antes que a los ciudadanos. Y sin duda, va a ser la dinámica que marque la recuperación. La dependencia casi absoluta de actividades tales como el turismo, la agricultura intensiva, la minería o el sector inmobiliario son factores que obviamente no ayudan en este ambiente.

Por ello, se presenta otra oportunidad histórica para que el movimiento sindical recupere su papel e importancia. Debe deshacerse de ese marchamo desactualizado, denostado y denigrado. Y ha de volver a su papel histórico. Es la hora del movimiento de los trabajadores, de la organización obrera, de dar la cara en la defensa de las condiciones laborales y sociales. Las centrales sindicales se juegan su existencia en esta encrucijada. Solo pueden salir reforzadas y más vigentes que nunca si juegan el papel que les corresponde y están a la altura de las circunstancias o tendrán que echar el cerrojo para siempre. El papel subalterno y dependiente que han venido jugando en las últimas coyunturas no es posible, puesto que tal caso aboca a la desaparición. Solo una dinámica ofensiva y propositiva puede evitar este desastre.

Porque en esta ocasión, el sindicalismo es más necesario que nunca. Toca defender los empleos, hacer respetar unos parámetros mínimos de dignidad en los puestos de trabajo y frenar los ataques patronales en forma de despidos masivos y destrucción de empleo, mantener derechos y victorias conseguidas en otros tiempos. Estos van a ser en los próximos meses los ámbitos que decidirán el futuro de un movimiento único en la historia de la humanidad: el de la clase trabajadora en defensa de sus derechos e intereses, el sindicalismo.