Hablar y ser

523

No me faltaron anécdotas lingüísticas durante los tres años de estancia en Madrid y otros periodos fuera de la nación andaluza por motivos varios. De mis amigos y compañeros madrileños y de otras partes del Estado, recuerdo el ligero asombro con que recibían el término “ustedes» en lugar del «vosotros». Para la mayoría sonaba a una original variante léxica, solo una minoría enfangada en la mistificación de los tópicos se atrevía a corregirme.

Quizá acuciado por un sentimiento de orgullo y diferenciación, mantuve y aún mantengo el «ustedes» como rasgo léxico de nuestro occidente sureño.

Sabido es que el andaluz no es una lengua, y qué absurdo cualquier intento de ello, es, en esencia, el habla que nos caracteriza, es nuestro vehículo de expresión, el mismo que tanto puede servir para dignificarnos como pueblo como para encasillarnos en los lamentables  estereotipos que como verdades cansadas siguen circulando en el imaginario colectivo allende nuestra fronteras y aun entre coetáneos nuestros. Creo que hablar andaluz es poner en nuestro acento lo mejor de nuestra historia, hacer visible nuestro carácter social y socializador, al menos si nos atenemos a la autorizada lección del fallecido catedrático de Lengua y Literatura José María Pérez Orozco: “Es el clima, no la herencia árabe, el que ha marcado nuestro rasgo idiomático. Andalucía tiene un clima que nos lleva a hacer mucha parte de nuestra vida en la calle, y es debido al mayor uso de la lengua para comunicarnos, el que nuestro habla haya ido avanzando y haciéndose más económica. Decimos más con menos elementos, gracias al uso de grupos fónicos (‘¿Tequiyá?’, en caso de ‘¿Te quieres ir ya?’, verbigracia).”

La dignificación del habla andaluza ojalá fuera un ejercicio innecesario. Ojalá. Creo que esta batalla hay que continuar librándola, porque en nuestro idioma reside nuestro ser como pueblo, y a través de él hemos sido y seguimos siendo objeto de vilipendio y menosprecio por agentes «culturales» y medios de distracción masiva ajenos a nuestra convivencia y sin embargo perjudiciales por su capacidad de influencia. Sí, hay mucho malaje por ahí.

Y para «desmitificar la mala imagen de nuestras hablas», que es en definitiva hacerlo con la imagen que algunos pretenden dar de nuestro pueblo, es por lo que aplaudimos la iniciativa de colectivos como Habla tu andaluz, reunido en la Escuela de Arte de Sevilla para poner en valor la riqueza léxica que atesoran los muchos acentos de nuestra nación, ese tesoro de conceptos transmitidos de padres y madres a hijos y nietos por nuestros pueblos, aldeas y ciudades. Es una acción en defensa de la cultura andaluza con intervenciones en papel y en instagram como principal soporte digital. «Pensamos que una campaña con un marcado carácter didáctico, reivindicativo y desmitificador sería lo más oportuno para defender nuestros rasgos identitarios y que así llegase al mayor número de andaluces». Y así recrean, y nosotros con ellos, nuestra alcancías, los búcaros, la candela, el jardazo y el antier, el avenate y el fitetú, y permítanme ustedes… «los ustedes».

Pero no nos contentemos con la mera reivindicación lingüística de nuestro estilo de hablar, que lo es de ser. No. Creo que hay que levantar el mismo puño del joé, y execrar el estereotipo al que nos siguen obligando ciertos órganos pensantes de la cultura centralista dominante. Solamente en el cine del franquismo y postfranquismo, quedará para siempre una ofensiva panoplia de personajes «andaluces» condenados al papel de incultos, graciosillos, jaraneros y pícaros deambulando por la escena bajo la mirada superior y altiva de los otros. Vomito cada vez que un cultureta con ínfulas de finolis trata de imitarnos desde su pretendida superioridad intelectual, social o política. Vomité de rabia y asco cuando en 2013 centenares de jornaleros ocuparon de forma simbólica la finca «Los Carrizos», en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla), propiedad del exbanquero condenado Mario Conde. Campechano y  sonriente les salió al paso mientras las cámaras de TV registraron su imitación del acento andaluz para dirigirse a Cañamero, acaso quiso parecer simpático a la audiencia, o sensible a la causa, o sencillamente se reía de lo que considera una banda de utópicos desarrapados.

Levantar el puño con un joé de rabia es más que dignificar nuestro habla: es dignificarnos como pueblo, como nación. Este puño sonoro acompañó la victoria del 151 el 28-F, o la del pueblo de Marinaleda arrancando la tierra a un parásito aristócrata. Que ese puño andaluz tanto sirva para contar chistes cuanto para dar una mascá a quien lo merece dentro y fuera de nuestra nación.