Izquierda de España, aparta de mí este cáliz

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En plena guerra civil, César Vallejo escribió un poemario dedicado a los combatientes rojos y a los valores defendidos por la segunda república española, equiparándolos con el jesucristo sufriente que pedía a su padre que le librara del sacrificio que debía consumarse con el deicidio. Creo, por conciencia, que debo dedicar unas palabras a esos valores y símbolos republicanos –que fueron defendidos con sudor, sangre y cuarenta años de lágrimas- ante la traición a la que están siendo sometidos por los relatos producidos por algunos representantes de la nueva izquierda española.

El pasado sábado 23 de mayo, VOX ocupaba las carreteras de las ciudades del Estado con una horda de manifestantes que clamaba contra lo que llaman “el gobierno socialcomunista”, que los ha recluido en casa y pretende explorar tibias recetas socialdemócratas para intentar paliar los futuros efectos de la crisis económica derivada de las medidas contra el coronavirus. Entre esas recetas se incluye una subida fiscal a las fortunas mayores de un millón de euros –excluida la vivienda habitual hasta los 400.000 euros- y el pacto con EH Bildu para derogar –parcialmente- la reforma laboral de 2012 que impuso el Partido Popular. Esto ha provocado la cólera de la CEOE –que ha abandonado la vía del diálogo con los sindicatos mayoritarios y el gobierno- y que el nuevo partido representante de las élites económicas canalice parte del descontento popular, el amor a la patria y la nostalgia franquista –paradójicamente- bajo el concepto de libertad. Bajo ese concepto de libertad, en realidad, lo que se reclama es privilegio y poder.

Las manifestaciones –como era de prever- han sido un baño de banderas rojigualdas, coches de alta gama, canciones y proclamas patrióticas y algunos casos de violencia simbólica contra representantes de ideologías y colectivos considerados infectos enemigos de España. Ante esto, políticos de la izquierda española –representada por la coalición Unidas Podemos- y diversos periodistas de orientación progresista, han iniciado una campaña mediática para disputar y combatir la significación de los símbolos nacionales exhibidos por VOX y sus adláteres. En esta campaña se sitúan las palabras de Ernesto Alba, secretario general del Partido Comunista de España en Andalucía, que dicen: “Usan la bandera de tod@s los españoles para dividir España. Eso es el fascismo. El mayor de los virus. Quieren silenciar con la bandera la España que trabaja”. También en esa línea se expresa un diseño de Xuan Villabrille, con múltiples proclamas sociales y de izquierda sobre la bandera rojigualda. Asimismo, diversos periodistas como Carme Chaparro (Cuatro), David Moreno (Mediaset) o Pablo Linde (El País), se lamentaban de que la ultraderecha se estuviera apropiando de la bandera y que ésta fuera ya irrecuperable.

No obstante, pienso que no puede ser recuperable algo que nunca ha pertenecido a una parte de los ciudadanos del Estado español. Edgar Morin acuñó el concepto de imaginario colectivo para definir el conjunto de mitos, símbolos y referentes expresivos de una colectividad. La actual bandera de España forma parte de los imaginarios colectivos neofranquistas porque su legitimidad –al igual que la del régimen del 78- hinca sus raíces en la legitimidad construida a partir del 18 de julio de 1936 y que tan bien ha estudiado Zira Box. Esa bandera es la bandera monárquica de España, cuya significación posee un componente autoritario y reaccionario intrínseco. Por mucho que se le haya expropiado el águila, el yugo y las flechas durante la estetización de la transición, significa lo mismo desde que se inventó a finales del siglo XVIII.

Por este motivo, duelen las palabras de gente de izquierdas como Ernesto Alba, asumiendo los planteamientos del PCE de la transición, cuando el contexto político no era el de ahora, y los militares, políticos franquistas y la monarquía canalizaron un acuerdo bajo la cortina de las armas y el miedo. Renunciar a las significaciones de la bandera tricolor, aceptando la bandera monárquica como la bandera de todos, es volver al carrillismo y traicionar unos valores, unos ideales y una memoria histórica. En mi caso, no tengo ninguna intención de trabajar por construir una tercera república española ni restablecer con ello la bandera tricolor. Yo soy un soberanista y mi bandera, la arbonaida, se enarbola siempre para la defensa de los derechos sociales y la diversidad y en representación de un nacionalismo de carácter humanista e integrador. Pero creo de justicia pedir mayor respeto para unos símbolos que considero dignos y con los que comparto ciertos ideales. Cuando veo la arbonaida, veo la lucha por una vivienda digna, por la reforma agraria, por una sanidad y una educación públicas y universales; veo la lucha contra la andaluzofobia, la negación simbólica y real de la inferioridad, la lucha por la dignidad material, contra los desahucios, contra el militarismo y, en definitiva, la representación de un país ávido de paz y de esperanza.

Y muchos de esos ideales, de esos valores, los compartimos con la bandera republicana de España. Porque, aunque no es mi bandera, cuando la veo, veo el primer ministerio de sanidad de Europa; veo a Federica Montseny, la primera mujer –y anarquista- a cargo de un ministerio español; veo la lucha decimonónica contra el tradicionalismo y el nacionalcatolicismo y el intento de erección de un sistema político pretendidamente transformador del contexto económico-político del momento; veo a los exiliados y, sobre todo, a aquellos que murieron y derramaron su sangre en defensa de la democracia y contra el fascismo y las derechas reaccionarias y tradicionalistas. Por ello, creo que se le debe respeto. Al menos por parte de sus fieles y devotos.

Autoría: José Carlos Mancha Castro. Antropólogo. Profesor en la Universidad Pablo de Olavide. Miembro de la Plataforma Andalucía Viva