Las moscas y el Covid-19

1998
Clitemnestra y Egisto antes de matar a Agamenón. Óleo de P.N.Guérin, 1819.

Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?.

Sigmund Freud. El malestar en la cultura, 1930

 

1. Las moscas

Jean Paul Sartre escribió la obra teatral Las moscas durante la ocupación nazi. Recreaba el mito del retorno a Argos de Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra y hermano de Electra. Agamenón había sido asesinado a su regreso de la guerra de Troya, 15 años antes, por Clitemnestra y su amante Egisto, que a continuación usurpa el trono. Se ordenó también matar al niño Orestes pero escapó a la matanza y ahora regresa del exilio bajo nombre falso (Filipo). La ciudad que encuentra el joven Orestes, Argos, está desde aquel crimen envuelta en una atmósfera de remordimiento colectivo, desolación y superstición y bajo en el acoso constante de enjambres de moscas, las agresivas Erinnas. La plaga de moscas colabora con Júpiter, encarnación superyoica de un dios que somete a la gente y les hace arrastrarse culpables por su sumisión ante el asesinato de Agamenón. Argos es el paisaje de un confinamiento psicológico y moral, hombres, mujeres y niños ensombrecidos en la delectación enfermiza de su ciudad abrasada por el sol y el recuerdo de los sufrimientos inflingidos a sus muertos. Finalmente, Orestes vengará a su padre asesinando a Egisto y a su madre Clitemnestra, a pesar de las advertencias de Júpiter. En su enfrentamiento con el dios, Orestes se reivindica como hombre:

«… Que las rocas me condenen y las plantas se marchiten a mi paso; todo tu universo no bastará para probarme que estoy equivocado. Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres… no volveré bajo tu ley; estoy condenado a no tener otra ley que la mía… Porque soy un hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre y tú, soberano de los dioses, también tienes horror de los hombres”.

En el drama existencial sartreano, el gesto de Orestes reivindica su libertad frente a los dioses despojándolos así de un poder consistente en ese secreto: los seres humanos pueden ser libres cuando afrontan que la justicia del mundo es un asunto humano, no de supersticiones, destinos y dioses caprichosos. Orestes libra a Argos del peso de la culpa y se llevará con él, cual flautista de Hamelin, a las voraces moscas que chupaban en las heridas sangrantes de la culpa y mordían la carne bajo el luto.

 

2. Plagas, pestes, pandemias. La lectura sintomática

En el epicentro claustrofóbico de nuestro confinamiento colectivo, ¿es posible contemplar afinidades electivas entre las moscas en el Argos mítico y el coronavirus en el mundo del siglo XXI?

En la tragedia sartreana, las moscas encarnan la visión podrida de una peste que asola a una ciudad-cadáver. Como frente al Covid-19, la plaga de moscas obliga a la gente a encerrarse y a no disfrutar de la vida social, extiende el temor y las muertes castigan al imaginario colectivo. Pero en ambos casos, los enjambres de moscas y el germen vírico portarían secretamente una suerte de epifanía global.

Las moscas, gordas como abejas, mordían sobre la conciencia desdichada de un universo social desgarrado por sus relaciones de sumisión a los dioses. El coronavirus parece brotar en un mundo fracturado por su sumisión a otros fetiches (mercados, progreso) y por sus pulsiones de dominación de la naturaleza y de unos hombres (clases sociales) sobre otros. El luto en Argos naturalizaba un destino de remordimientos y conformismo frente al castigo de Júpiter (las moscas)… del mismo modo que cierto discurso oficial reduce la protección y la “guerra” contra el coronavirus a las mascarillas y los guantes, una especie de luto “científico”.

Las moscas eran el signo mórbido de un crimen y un sometimiento. El coronavirus es la fiebre de la globalización bajo el capitalismo financiero y neoliberal. Las moscas y el Covid-19 operan como el síntoma de un mecanismo de defensa, la renegación (Freud). La renegación es la negación, no de una idea o de un afecto, sino de una percepción. Las sociedades industriales, la globalización capitalista, los gobiernos más poderosos, las sociedades bajo estos regímenes de dominación del capital… reconocen la realidad de una percepción traumática, ven la inevitabilidad del caos y la barbarie cuando se “progresa” a costa de la devastación ecológica y de la explotación de millones de seres humanos… pero hacen como si no lo viesen. La renegación funciona así: ‘lo sé, pero no quiero saber lo que sé, así que no sé. Lo sé, pero rechazo asumir por completo las consecuencias de este conocimiento de modo que puedo continuar actuando como si no lo supiese«1.

No es tanto que el mundo sufra los síntomas del Covid-19, como que es este coronavirus el síntoma de nuestro mundo, una especie de lapsus linguae en el lenguaje del desorden sistémico que despliega el sistema capitalista. En esta relación imaginaria y de opacidad que los hombres mantienen con sus condiciones de existencia, el coronavirus plantea un grave reto de salud pública, pero, más aún, una profunda interpelación sobre las posibilidades para alcanzar y sostener una existencia humanizada de una humanidad sometida a la entropía de los mercados.

La onda expansiva social, económica y política del coronavirus puede ser devastadora. Marx evocaba la imagen de la burguesía como aprendiz de brujo, «se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros» y a su modernidad como una gran contradicción; “todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida humana al nivel de una fuerza bruta material”. En un mundo formulado como un presente continuo, sin deseo ni sueños, con la pulsión utópica sublimada en ciencia ficción… ha sido cierta la paradoja de Fredric Jameson, parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, más fácil imaginar Matrix que una sociedad sin desigualdades ni opresiones.

¿Podría ser de otro modo? Tal vez, podría ocurrir que el miedo encarnado ahora en los cuerpos, la imposibilidad de pasear y de habitar el espacio social, el breakdown psicológico que se cierne sobre la cabeza del mundo induzcan una melancolía necesaria, aquella ligada a saber que somos vulnerables en ausencia de estrategias colectivas. «El sujeto empírico contempla con tristeza aquello que el sujeto de la dominación mira con el orgullo de la conquista victoriosa»2. El Covid-19 plantea la posibilidad de esa lectura sintomática: las supersticiones del capitalismo y sus dioses modernos, la tecnología, los mercados, el progreso, el emprendimiento, son la deflagración que arrasa con los sueños humanos, como exige la afectividad neoliberal, y llevan a la distopía, a las pesadillas, comandando el tren sin freno hacia la barbarie y el fin del mundo. Lo fácil, imaginar el comunismo, o una utopía de esa sustancia moral, de esa necesidad democrática, es lo más difícil… pero, quién sabe, el coronavirus podría actuar como pedagogía si lo miramos políticamente, no sólo como un germen, sino como una dura epifanía y hacer pensable y deseable otro mundo posible.

 

3. Apéndice: la post-cuarentena española y la batalla por la narrativa

Acercando la lente, la política española puede acusar esta conmoción tectónica en una dirección más regresiva o menos, dependerá de la batalla de ideas. Es muy probable que el “partido del orden” (que es mucho más que la ultraderecha PP, Cs, Vox) recrudezca sus pulsiones desdemocratizadoras en el ojo del huracán de la intensa depresión económica que acontecerá. Si el paradigma político dominante del “constitucionalismo” en los últimos años ha sido el “A por ellos”, es factible que a este sumen el modelo de la romantización y heroicidad aplaudida desde los balcones. La imagen de una ciudadanía contemplativa y despolitizada cuya misión “democrática” se reduzca a aplaudir, bien al “gobierno de izquierdas”, bien a todas aquellas personas convertidas en héroes o filántropos. En este último caso, la operación ideológica consiste en escamotear la visión estratégica de los sistemas públicos (de salud, de educación o de servicios sociales) en favor de la figura individualizada y psicologizada del héroe (altruismo, dedicación, sentimientos de amor) o de relegitimar a determinadas instituciones (ejército, grandes empresarios y banqueros, monarquía). En todo caso, al ademán de la criminalización política (el a por ellos anticatalanista), que no desaparecerá, sino que se irá extendiendo a otros “ellos”, se añadirá un discurso de cierre de filas (unidad nacional, gobierno de progreso) que miniaturice la crítica social y exija la adhesión acrítica, el aplauso, a una política de resolución de los problemas formuladas en términos de heroicidad individual, voluntarismo, donativos, humanitarismo, filantropía de los ricos y buena voluntad, no de políticas globales democráticas, progresistas y antioligárquicas. Este será el trazo grueso de la disputa ideológica, cultural y política en los duros tiempos que vienen.

1 Slavoj Zizek. Sobre la violencia, Seis reflexiones marginales. Buenos Aires. Paidós .2009

2 E. Subirarts, Figuras de la Conciencia Desdichada, Taurus, Madrid, 1979, p. 32.