Los pozos y la sed

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Keynesianismo neoliberal, neoliberalismo keynesiano, tanto monta monta tanto

“Hoy se puede afirmar que todos los demócratas en Europa somos keynesianos”. Estas son palabras de Pablo Iglesias. Todos son keynesianos, hasta González y Aznar. Las fuerzas políticas de derecha solicitan gasto público. La izquierda, en palabras de Yolanda Díaz, corrobora que está de acuerdo con las reformas que solicita Bruselas en materia laboral. Hoy estamos más cerca que nunca del pensamiento unánime.

John Maynard Keynes tuvo como objetivo principal salvar a la economía capitalista, el mismo en el que están “todos los demócratas en Europa”. El economista inglés lo hizo en un momento de crisis provocado por la excesiva desigualdad que genera la libertad y soberanía del capital en las primeras décadas del siglo XX. Desde un principio, el keynesianismo no desea transformar nada sino todo lo contrario, mantener y salvar al capitalismo. Hoy día, el keynesianismo es fácilmente confundible con algo que podríamos denominar “neoliberalismo estatal”. Para este neoliberalismo, tal y como remarca el FMI en sus últimos posicionamientos, es aceptable y necesario un mayor estímulo fiscal y el aumento de la deuda pública siempre y cuando, tal y como queda claro con los fondos Next Generation de la UE del capital, este estímulo favorezca la acumulación de capital.

Keynes trabajó, como buen lord inglés que era, por el mantenimiento de la economía capitalista y los privilegios de los más poderosos. En determinados momentos, el sostenimiento del estatus quo requería mecanismos que primaban la distribución sobre la acumulación. Así piensa hoy gente inteligente como G. Soros. Sin embargo, al entrar en la tercera década del siglo XXI, la intervención estatal tiene escasa capacidad de maniobra para repartir frente a los procesos y dinámicas del capital crecientemente financiarizado.

Considerarse actualmente un «demócrata keynesiano» (vamos, lo que siempre ha sido un socialdemócrata, más o menos) significa asumir ideas y políticas que tienen por objetivo afianzar la economía capitalista, es decir, asentar la raíz de los enormes problemas a los que se enfrentan hoy nuestras sociedades. La vinculación, tal y como hace Iglesias y la mayor parte de la izquierda institucional española, entre «demócrata» y keynesiano es un enorme error que provocará el avance de un sistema político, económico y social donde la acumulación de capital y poder harán precisamente imposible la más mínima democracia, la más mínima soberanía popular.

Las deudas económicas no son las peores

El denominado por el Gobierno español “Plan España Puede” o “Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia” se enmarca en ese actual keynesianismo neoliberal o neoliberalismo keynesiano, tanto monta monta tanto. Ese plan se enviará a Bruselas para poder solicitar 140.000 millones de euros de los fondos europeos Next Generation EU. El plan apunta a 212 medidas, de las cuales 110 son inversiones y 102 reformas, todas en la misma línea de política económica. Unas veces con gasto “keynesiano”, otras con reformas o desregulaciones “neoliberales”, el objetivo es el mismo: afianzar la acumulación y soberanía del capital.

El documento describe un plan económico que tiene como motor principal una política de modernización industrial y de las administraciones que canaliza dinero público para el sector privado, en especial de grandes compañías (para profundizar leer este magnífico artículo). Por otro lado, utiliza ideas transformadoras de la economía ecológica y la economía feminista como elementos de propaganda. No sólo no ponen en marcha políticas transformadoras, sino que transforman y cooptan ideas positivas para enterrarlas en fango.

De este modo la «transformación ecológica» se reduce a trasladar dinero público a inversiones privadas en hidrógeno y vehículos eléctricos. Lo “verde” se utiliza para entregar dinero público a grandes multinacionales del sector. Por su parte, la “nueva economía de los cuidados” consiste para el progresismo en el poder en “poner en el centro” políticas que implican la canalización de fondos públicos hacia el sector privado mercantil (colaboraciones público-privadas). Una capita verde o morada no puede ocultar tanta negrura; la propaganda y la mentira no pueden ocultar tanto interés espurio.

En ese plan “España puede” el gobierno habla de «proyecto de país» cuando no se ha contado con la opinión de nadie más que el gran capital y sus consultoras. El país de este gobierno cabe en despachos y moquetas de grandes y lujosos edificios. El gobierno habla de «plan de recuperación, transformación y resiliencia» a continuar con políticas que afianzan las viejas estructuras de poder, al mismo tiempo que negocia a la baja raquíticas ayudas a la subsistencia o busca privatizar las pensiones. Para este gobierno, el progreso se basa en priorizar el interés privado frente a lo público y lo público-comunitario.

Esos despachos, esas moquetas, esos ministerios se localizan en una ciudad llamada Madrid. Aquí, en la colonia andaluza, seguiremos con nuestra marginación y dependencia económica. Alguna gente, poca, será premiada tras reuniones con  señores que hay que recoger del AVE una mañana de primavera. La inmensa mayoría seguirá siendo maltratada, esta vez bajo el manto de eslóganes verdes y morados.

Casi peor que el uso que se le van a dar a los recursos públicos, y las trampas que posteriormente habrá que pagar con una fiscalidad cada vez más regresiva (no paga más el que más tiene, sino el que más lo necesita), es el daño infringido a ideas, confianzas y esperanzas. Las deudas monetarias y morales serán enormes. Las primeras conllevarán privatizaciones, pagos de intereses al capital financiero, políticas austericidas que darán como resultado más desigualdad y autoritarismo. Las segundas deudas, las morales, conllevarán desconfianza, desesperanza, desapego a la Política, afianzar el “todos son iguales”. Unas y otras se darán la mano para avanzar en un sistema socioeconómico donde la soberanía del capital impedirá cualquier atisbo de democracia.

Para que pueda la gente (toda)

Hay alternativas. Siempre las hay. El autoritarismo no es ley divina, por mucho que los dioses sean autócratas imponentes. La soberanía del capital no es invencible. Las alternativas que subordinen el capital a la Vida requieren, eso sí, comenzar por buscar nuevos caminos porque, ya lo dijo un listo, no se puede esperar nada diferente haciendo lo mismo. Aunque se pinte de verde o morado progresistamente.

La necesaria reconfiguración del sistema socioeconómico  requiere transitar del actual escenario neoliberal intervencionista, o si se quiere keynesiano (para ellos la peseta),  hacia un escenario alternativo donde la soberanía deje de ostentarla el capital. Para ello se pueden plantean dos grandes cuestiones a partir de los cuales avanzar en dicho marco de transformación.

En primer lugar plantearse “cómo se produce” y, a partir de esa pregunta, establecer el tipo de unidades socioeconómicas que pueden realizar la generación de bienes y servicios desde una perspectiva democrática y autónoma-soberana. Desde aquí se apuesta por avanzar hacia un modo de producción basado prioritariamente en entidades de economía social transformadora, caracterizadas por el trabajo autogestionario, la propiedad colectiva-comunitaria y la subordinación del valor de cambio al valor de uso.

En segundo lugar plantearse “qué se produce” y, de este modo, pensar en la transformación deseable del modelo o matriz productiva. El objetivo debe ser, a grandes rasgos, un desarrollo de las actividades socialmente necesarias y medioambientalmente sostenibles, y que conlleve un avance en las soberanías sectoriales estratégicas (alimentaria, energética, tecnológica-industrial, etc.).

«Yo no sé por qué/ algunos tienen pozo/ y otros tienen sed», canta Israel Fernandez y lo pregona a los cuantro vientos Miguel A. Vargas. Pues, en gran medida, porque el capital subordina a la vida y, de ese modo, el agua no es vista para satisfacer un necesidad, sino para obtener beneficios. El pozo acaba teniendo escritura (de propiedad) y, así, la sed no tiene cura. Los bienes del común son apropiados por minorías que excluyen a las mayorías del derecho al agua, a la tierra, a todo aquello que no fue creado para ganar dinero, sino para la vida.

Pero hay salidas a este pozo en el que nos tiene atrapado la economía capitalista. Es posible avanzar hacia la autonomía de la actividad laboral y reproductiva de las personas, es decir, hacia la soberanía del trabajo mediante el impulso de la economía social transformadora. Este impulso es complementario con el que puede realizarse, de forma colectiva, desde dentro y fuera de las instituciones públicas, en un determinado territorio o soberanía economía territorial-comunitaria. Al mismo tiempo es necesario y posible, posible y necesario, avanzar en los diversos ámbitos estratégicos de asunción de capacidad de decisión popular (soberanías sectoriales), para, como objetivo final, alcanzar el mayor grado posible de  soberanía o autonomía reproductiva. Porque, al fin y al cabo, la salida del pozo consistirá en que la Vida subordine al capital, y no que el capital siga subordinando a la vida. Nos lo merecemos.