Malos tiempos para la lírica

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Tiempos convulsos donde los extremismos campan a sus anchas; donde la palabra “diálogo” apenas vale nada; donde lo diferente hay que machacarlo porque la razón suprema de uno es la verdadera razón; donde lo socialmente vitoreado y aplaudido es el insulto, el cotilleo, la chabacanería, la información tergiversada, el desprecio y la indiferencia; donde pueden gobernar dirigentes que no tienen respeto a la verdad, ni compromiso con el estado de derecho, ni aceptan los límites del poder dentro del sistema constitucional, ni buscan espacios comunes de consenso entre la diversidad racial, cultural y social; donde la mediocridad es el pasaporte para poder progresar.

Malos tiempos para la lírica, como escribía Bertolt Brecht…

Y el problema siempre, en todos los niveles y en todos los campos, radica en lo de siempre. La doctrina del miedo y la aceptación del mismo como filosofía de vida. Mejor no moverse, vaya a que uno salga en la foto y arremetan sin piedad. Porque los autoproclamados limpios de corazón y en poder de la verdad absoluta tienen la supremacía de la razón, ¡faltaría más! Y, además, a obedecer sin rechistar, sin disentir, sin razonar, sin hacerse preguntas, sin dudar, sin equivocarte, a ver si vas a hacer “pensar” a los aborregados y a hacer que los subyugados levanten la cabeza.  Estos supremacistas o iluminados son seres  despreciables cuyo objetivo es el sufrimiento de los demás en nombre de su sinrazón, su ceguera, su estandarte para poder hacer barbaridades y no pensar en sus miserias. Y cada vez gritan más, machacan más, porque ellos saben que son menos, su grito es esperpéntico y no tienen razón, por lo que su supremacía se basa solo y únicamente en mantener el Estado del Miedo.

Y así ha sido durante siglos y no aprendemos…

Machacar y “eliminar” a los que piensan y viven de manera diferente es matar la vida que siempre sale por los resquicios más insospechados. Es matar el color, la diversidad, para mantener el privilegio de los que el gris sin matices es lo único que entienden, porque el color les arruinaría sus ya ruines vidas, entraría en sus vidas un color que les cegaría y no controlarían lo que siempre han creído controlar, sus vidas y la de los demás. Si yo no puedo ser feliz, que no lo sea nadie. Si yo no puedo comprender más que mi mundo, que no existan más mundos, que no me toquen mis privilegios, que nadie se mueva, que nadie explore diferentes posibilidades, que nadie viva.

Pues yo seguiré pensando que el color es necesario y me desgarra el alma todo lo que está pasando en estos tiempos, pero no quiero abotagarme, mi opción es escuchar. Quiero saber, quiero conocer, quiero aprender, quiero ser consciente, quiero que todas las injusticias me duelan para poder decir NO, para poder entender, para poder actuar, para poder plantear opciones desde el consenso, para intentar hacer algo, para no morir en vida, para vivirla, para salir de mis sombras.

El gran Pablo Neruda ya lo decía “Todo lucha por cambiar, menos los viejos sistemas… La vida de los viejos sistemas nació de inmensas telarañas medievales… Telarañas más duras que los hierros de la maquinaria… Sin embargo, hay gente que cree en un cambio, que ha practicado el cambio, que ha hecho triunfar el cambio, que ha florecido el cambio… ¡Caramba!… ¡La primavera es inexorable! … En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable”.

Así sea y las creencias religiosas no se inmiscuyan en la educación pública de los que formarán parte de nuestra sociedad futura; así sea y la igualdad sea real y efectiva y no se mate por ser mujer o se discrimine por tener una piel de color diferente o por sexo.

Así sea, ojalá sea, seguro que será…

Autoría: Cristina García Sarasa. Bióloga.