Morir en la calle, la punta del iceberg de la exclusión

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En cinco días, entre el 13 y el 17 de octubre pasado, dos personas sin hogar murieron en Sevilla. No es fácil saber cuántas personas en situación de sinhogarismo mueren en Andalucía cada año. De vez en cuando nos enteramos de alguna a pesar de la protección de datos que, dicen las administraciones, impide tener acceso a esta crueldad que nos rodea. El derecho a la intimidad, el mismo que las administraciones le negaron en vida, es la excusa para que estas personas, que podríamos ser cualquiera, sean invisibles en una sociedad en la que nos movemos deprisa, aunque no sepamos bien a dónde vamos.

Poco, por no decir nada, se está haciendo desde las administraciones para minimizar las causas por las que una persona puede verse en la calle. Entre otras: inaccesibilidad de la vivienda y  falta de recursos de todo tipo, especialmente económicos.  El Informe FOESSA sobre Exclusión y Desarrollo Social en Andalucía presentado el pasado 1 de octubre, advierte de que una de cada cinco personas en Andalucía (1.500.000, el 18,6% de la población) viven en situación de exclusión. Más de la mitad de ese millón y medio (760.000 personas, el 9,2%) están en una situación de exclusión social severa. 300. 000 personas (3,8% de la población andaluza) viven en la exclusión de la exclusión, han sido expulsadas del sistema. En este último grupo están las personas sin hogar, más de 7.000 atendieron desde Cáritas el pasado año, que malviven en las calles y mueren, en la mayoría de los casos, en la invisibilidad.

En Sevilla el Ayuntamiento hizo un recuento, en 2016, de personas sin hogar, le salieron 444 personas. Dice que quiere actualizar los datos para el 2020,  (¿dónde queda la emergencia social?).  Cáritas Sevilla atendió en la capital el pasado año a 515 personas. La Delegación en Sevilla de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) dice que estaríamos en torno a 1.000.  Parecen sólo números pero las personas sin hogar son la exclusión de la exclusión, la punta del iceberg de una sociedad estructuralmente injusta que va dejando en los márgenes a quienes parecieran no tener derechos ni dignidad.

Los albergues están saturados, no hay plazas, hay listas de espera como si la situación no fuera urgente. Los escasos recursos no están adaptados a las necesidades, realidades, demandas y complejidades del sinhogarismo. El acceso no se facilita ni se simplifica para que personas  en  una situación límite puedan tener una oportunidad para rehacer sus vidas. Esta dificultad en el acceso y la poca flexibilidad en algunos tipos de programas de acompañamiento, son la excusa perfecta para echar balones fuera cuando mueren en la calle. En este sentido Juan Manuel Flores,  delegado en Sevilla de Bienestar Social, Empleo y Planes Integrales de Transformación Social, decía que una de las personas muertas en la calle  “había usado de forma intermitente los recursos disponibles, dejando “voluntariamente” la ayuda ofrecida en la última ocasión en la que habría recurrido a tales recursos”. De la otra decía que “se trataría de una persona cuya presencia en Sevilla capital no estaba consolidada y que aunque había usado ocasionalmente los servicios del centro de baja exigencia para personas sin hogar, no había pernoctado en tales instalaciones”. Así, con esa falta de sensibilidad y empatía despachaba dos muertes evitables el responsable de bienestar social de Sevilla. Nada que ver la lectura de los hechos expresada por el político con la que compartieron quienes viven en la calle y acudieron  a una concentración que se celebró en recuerdo del primer fallecido. Es indignante y vergonzoso.

Muchas cosas tienen que cambiar para para que no haya que lamentar más muertes sociales.  Vivimos en un momento difícil. El odio al diferente y la criminalización y estigmatización de las personas empobrecidas es una realidad y seguirá en aumento. Contribuyen a ello, además de la desidia de las administraciones y los discursos incendiarios de supuestos políticos, las noticias falsas y el enfoque acusador que está dando alas a la aporofobia y convirtiendo a víctimas en verdugos. No son pocas las veces  que los medios de comunicación se acercan a esta realidad desde el morbo, desde la inseguridad que supuestamente producen  y desde las molestias que originan las personas sin hogar a la vecindad. Lo dicen olvidando que quienes no tienen seguridad y se encuentran totalmente vulnerables son, sin duda alguna, las  personas sin hogar.