Patrimonialización del Carnaval de Cádiz: entre la mercantilización de la fiesta y la utopía identitaria

2180
Foto de Javier Caravaca

En los últimos meses se han sucedido varios hechos relacionados con la patrimonialización del Carnaval de Cádiz; entre otros, la apertura de su expediente como Bien de Interés Cultural en el Catálogo del Patrimonio Histórico de Andalucía, la propuesta de su inclusión en el Listado Representativo del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO o el avance del proyecto municipal de Museo del Carnaval.

Tales actuaciones encierran visiones dispares. No pocas de ellas, con notable eco en ámbitos políticos y empresariales y cierto calado mediático y social, las relacionan con la “generación de riqueza”, con “un nuevo motor económico”, con “una industria”… Desde el propio ayuntamiento gaditano se ha destacado la importancia del Carnaval como “atractivo turístico”, “referente turístico” o “aliciente para el comercio y la hostelería”[1].

Este proceso, al que se han sumado asociaciones civiles e instituciones locales y autonómicas, se produce en un contexto muy afectado por el desempleo y con alarmantes indicadores sociales, por lo que es observado como una oportunidad aunque, al mismo tiempo, suscita recelos entre quienes lo entienden como un riesgo para la pervivencia y reproducción de algunas claves fundamentales de la fiesta.

El pasado mes de julio varias antropólogas y antropólogos andaluces participaron, en el marco del V Congreso de Antropólogos Iberoamericanos en Red (AIBR), en un panel, impulsado desde la unidad de investigación de la Universidad de Córdoba ETNOCÓRDOBA Estudios Socioculturales, sobre las contradicciones observadas en diversas manifestaciones festivas ante la creciente turistización de la generalidad de espacios y eventos socioculturales urbanos. La degradación de la Fiesta de los Patios de Córdoba, ciertos cambios en el calendario de la Feria de Sevilla, los riesgos alrededor de la patrimonialización del Carnaval de Cádiz o de la Zambomba de Jerez fueron, entre otros, algunos casos que ilustraron las contradicciones referidas.

Si las celebraciones rituales festivas se definen, en tanto expresiones del patrimonio cultural inmaterial, por su significación y recreación identitaria, ejemplifican la diversidad cultural de nuestras sociedades y se caracterizan por el protagonismo y la participación de los sectores populares, los productos festivos espectacularizados enfatizan, en ocasiones de manera unilateral, su valor de cambio, orientándose hacia los mercados turísticos para la atracción de flujos masificados de visitantes/consumidores a la sazón convertidos en meros espectadores.

No se trata de negar las dimensiones económicas de las celebraciones festivas ni de desconsiderar de manera simplista la importancia de las actividades turísticas. Subsectores vinculados al transporte, el alojamiento o la hostelería, a determinadas artesanías y oficios o innumerables pequeños negocios, formales e informales, dan cuenta de su relevancia. Además, las expresiones socioculturales que nos ocupan son fenómenos dinámicos y en permanente tensión entre la tradición y el cambio. Pero sí cabe expresar una fundada preocupación por la salvaguarda de estas manifestaciones patrimoniales culturales y, en este sentido, por la compleja coexistencia entre las celebraciones festivas como expresión del patrimonio cultural y los nuevos fenómenos turísticos de masas que invaden nuestras ciudades.

Foto de Gonzalo Dhör

El Carnaval de Cádiz atesora una conflictiva y tenaz pervivencia histórica que, a día de hoy, se caracteriza por el protagonismo popular, por su extraordinaria incidencia en un espacio urbano transformado en espacio público en gran medida imprevisible y autogestionado y por su impacto en la vida ciudadana, por la creatividad de las agrupaciones carnavalescas y de sus tipos y coplas, por su impronta transgresora, emocional y humorística hacia lo políticamente correcto y la “normalidad” social…

La vivencia carnavalesca goza de sólidos anclajes en las memorias e imaginarios colectivos locales reflejando, aun dentro de su diversidad, unos particulares rasgos identitarios compartidos que, al mismo tiempo, contribuye a recrear, e incorporando a la cotidianeidad sociocultural componentes burlescos y relativistas, anhelos y utopías así como formas singulares de hablar, declamar y cantar.

La cuestión no es renunciar a los beneficios económicos que pueda reportar la fiesta (ni a su redistribución social). Es tener claro cuál debe ser el eje central de su abordaje. Hace ya varias décadas que las políticas locales vienen primando dos aspectos controvertidos: la mercantilización de las fiestas y su transformación de espacios de participación popular a espectáculos para visitantes, así como en ocasión para la propaganda política de unas autoridades incapaces de generar procesos sólidos vinculados al desarrollo local y a la generación de alternativas ante importantes retos sociales.

Los reconocimientos patrimoniales hacia el Carnaval de Cádiz bien podrían servir para profundizar en el conocimiento de sus aportaciones -también de sus limitaciones y contradicciones- para mostrar a un mundo que hace aguas por casi todas partes, desde este rinconcito de Andalucía, que el pueblo de Cádiz recrea cíclicamente una utopía –una utopía de utopías- demostrando que la vida social puede ser de otra manera. Más divertida, más hermosamente mamarracha, más solidaria, más igualitaria, más crítica, más sincera…

Que con sus más y con sus menos siga siendo así por muchos años. Y usted y yo que lo veamos.

[1] Los entrecomillados refieren palabras textuales de la anterior concejala de Fiestas del Ayuntamiento de Cádiz María Romay (www.elmira.es, 31/07/2018) o del propio alcalde, José María González Santos (www.portaldecadiz.com).