¿Por qué no te callas?

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¿Por qué no te callas? Así fue como el rey Juan Carlos I, hoy conocido como el emérito, increpó al entonces presidente venezolano Hugo Chávez, hace ya 15 años. Conviene recordarlo, con motivo de la efemérides del 12 de octubre, día en el que comenzó la conquista de América y el genocidio indígena. Sucedió en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, celebrada en Santiago de Chile, en el año 2007. Chávez había acusado al expresidente José María Aznar de favorecer un golpe de Estado contra la República de Venezuela y Rodríguez Zapatero pidió respeto para el líder de la derecha española. Pero Chávez interrumpió a Zapatero y siguió acusando a Aznar de ser un fascista y antidemócrata.

Y en este rifirrafe, saltó de repente el rey con fama de campechano y le soltó a Chávez: ¿por qué no te callas? El emérito tampoco se dirigió con respeto al mandatario venezolano y optó por hacerlo como un monarca se dirige a quien considera su vasallo. Seguramente, nunca se habría atrevido a increpar de la misma manera al presidente estadounidense, George W. Bush, pero al fin y al cabo -debió pensar- no se trataba del jefe de la primera superpotencia mundial, sino del presidente mestizo de una república bananera. Esta cumbre será recordada siempre por el exabrupto de Juan Carlos I al comandante bolivariano. Años después, Nicolás Maduro sucedió a Hugo Chávez, que falleció por enfermedad. Y Felipe VI sucedió a su padre Juan Carlos I, el rey que abdicó de la corona, acosado y acusado de fraude a hacienda y evasión fiscal. Eso sí, Maduro llegó al gobierno venezolano democráticamente. En cambio, Felipe VI llegó a la jefatura del Estado por vía hereditaria. Es decir, sin pasar por las urnas.

Y el pasado mes de agosto, nuevo incidente protocolario. El rey Felipe VI, hijo y sucesor del emérito, no se levantó al paso de la espada de Simón Bolívar, durante la toma de posesión de Gustavo Petro, el nuevo presidente de Colombia. Como primer gesto de un gobierno progresista, el presidente Petro había ordenado exhibir en la ceremonia el sable del libertador, símbolo de la lucha guerrillera y de la independencia latinoamericana. Los defensores del monarca dicen que se mantuvo sentado porque la espada no estaba contemplada en el protocolo, pero incluso siendo así, Felipe VI debió intuir la importancia de este símbolo revolucionario y levantarse para rendirle homenaje, como hicieron otros asistentes a la ceremonia. Seguramente, de haber sido las espadas conquistadoras de Fernando el Católico o Hernán Cortés, Felipe se habría levantado inmediatamente. Pues lo cierto es que la monarquía española nunca se llevó bien con la América bolivariana y, en cambio, se siente heredera de los reyes que ordenaron la conquista y el saqueo de América.

Precisamente, el presidente mexicano Manuel López Obrador ha denunciado el genocidio y expolio de América Latina, durante la conquista, solicitando al Estado español que pida perdón a los pueblos indígenas. Pero sólo ha recibido insultos, descalificaciones y la respuesta de los negacionistas, que siguen hablando de leyenda negra antiespañola. Por eso, cada 12 de octubre, día en el que Cristóbal Colón llegó por primera vez a América Latina, es necesario recordar lo que ocurrió en aquella guerra colonial, que afortunadamente está bien documentada. Para empezar, cuando Colón desembarcó en la isla Dominicana, para apropiarse de aquella tierra en nombre de los Reyes Católicos, diezmó a los indígenas con la cruz y la espada. Pero esta masacre fue sólo la primera.

Españoles y portugueses exterminaron a más de 60 millones de indios

El cronista uruguayo Daniel Vidart nos dice que los capitanes de la conquista advertían a la población indígena sobre las consecuencias de no convertirse a la santa fe católica: “Si no lo hiciereis, yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré la guerra. Os sujetaré al yugo y obediencia de la iglesia y de su Majestad, y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos”. Incluso, Francisco López de Gomara, cronista de guerra que acompañaba a los conquistadores, confiesa: “Denuncié en numerosas ocasiones los excesos de violencia y de codicia de los soldados españoles y su comportamiento contrario a los principios cristianos”.

Los conquistadores españoles buscaron alianzas con tribus sometidas a los imperios Inca y Azteca y les prometieron la libertad a cambio de su apoyo militar. Pero engañaron a los indígenas descontentos. Primero, los utilizaron como carne de cañón en la guerra colonial y, después, los esclavizaron. En México, Hernán Cortes sitió la entonces capital mexicana, Tenochtitlán, en nombre del rey Carlos I. Durante el asedio, provocó la muerte de más de 100.000 aztecas y de su emperador Moctezuma. Aunque existen varias versiones, la que cuenta con más consenso es la del historiador Matthew Restall: “Moctezuma fue asesinado mediante una paliza, estrangulamiento y una puñalada, victima de un magnicidio planificado por los capitanes españoles”.Y años después, fray Diego de Landa quemó miles de códices mayas en la península de Yukatán. Seguía así el ejemplo del cardenal Cisneros que en 1499 ordenó encender una hoguera en la Plaza Bib Rambla de Granada, donde redujo a cenizas más de cinco mil libros de la biblioteca de la Madraza.

Y en el caso de Perú, Francisco Pizarro capitaneó la conquista y expolio de aquella tierra, en nombre del rey Felipe II. Buscaba el oro de los Incas y, con este fin, asesinó al emperador Atahualpa. Pero no se conformó con ejecutarlo mediante el garrote vil, instrumento de tortura preferido por la Inquisición, sino que dio también la orden de decapitarlo y descuartizarlo, exhibiendo sus restos para público escarmiento. De esta forma, los indígenas supieron lo que les pasaba a los rebeldes. Este episodio brutal es innegable y una sociedad democrática no debe celebrarlo.

John Maximino Muñoz Telles, especialista en Cultura Indígena Latinoamericana, añade que, en el siglo XVI, españoles y portugueses exterminaron a más de sesenta millones de indios: “La mayor masacre en la historia de la humanidad. Eso ocurrió aquí, en nuestra Latinoamérica, y no hay ni un triste museo del holocausto indígena”. Por tanto, la conquista de América es la historia del genocidio y saqueo que sufrieron las comunidades precolombinas. Y cuando la población indígena quedó gravemente diezmada por la explotación y las epidemias traídas por los conquistadores del viejo continente, entonces fue sustituida por esclavos procedentes de África.

Sin embargo, parece que hemos olvidado aquel genocidio cometido contra las comunidades indígenas de América Latina. Sólo así se entiende que la figura de Cristóbal Colón presida calles y plazas en nuestras ciudades, que un monumento rinda homenaje al conquistador Francisco Pizarro en Trujillo o que una escultura, dedicada a Hernán Cortés en Medellín, recuerde como un héroe a quien fue un exterminador de indios. El propio Eduardo Galeano también nos recuerda, en su último libro Cazador de historias, que el exterminio de las poblaciones indígenas de América continúa en la actualidad. Ocurrió hace apenas diez años en Guatemala. El dictador Ríos Montt, otro exterminador de indios mayas, fue sentenciado por genocidio racista. Sin embargo, la condena fue aplazada con la connivencia del poder judicial, que dio impunidad a aquel genocidio. Por tanto, el 12 de octubre debe ser un día para reflexionar. Tan sólo la figura de fray Bartolomé de las Casas, primer defensor de los derechos indígenas, es digna de admiración y homenaje por parte de una sociedad democrática como la nuestra.