Por un ‘poder andaluz’

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Cuando, hace ya cuarenta años, el pueblo andaluz se echó a la calle para exigir lo que nos correspondía, una autonomía plena, no lo hacía para que nuestras instituciones se convirtieran en la peculiar “Cueva de Ali Babá” del PSOE, sino porque realmente creía que Andalucía necesitaba de instrumentos de autogobierno, para decidir por sí misma.

Esas primeras consignas para un verdadero poder andaluz que florecieron en las décadas de los setenta y ochenta, trajeron de forma efectiva una dosis de autogobierno que, si bien limitado, daba cierto margen a una Andalucía que deseaba comerse el mundo. Sin embargo, pocos sospechaban que, para el PSOE, que se autoerigió como valedor de la autonomía andaluza, realmente sólo buscaba echar un pulso al gobierno de la UCD, y que, aprovechándose de esa militancia socialista que sí estaba comprometida con la causa andaluza, posteriormente los depurarían, como sucedió como el propio Rafael Escuredo.

Tras décadas ejerciendo un profuso parasitismo en nuestras instituciones, el PSOE ha pervertido, degenerado, la imagen que los andaluces tenían entonces de lo que suponía la autonomía, de lo que suponía el autogobierno. Y, de esto, no sólo el PSOE es responsable, pues sí bien es quien comete el acto, sólo lo pudo hacer, ante la dejadez en unos casos, y ante la imposibilidad en otros. El PSA, ese partido que obligó a partidos de naturaleza centralista como el PSOE o el PCE a asumir el marco autonómico, y hasta a disfrazarse para poder seguir existiendo en el imaginario andaluz, se vio engullido por su propia victoria, y fue incapaz de canalizar los deseos políticos de un pueblo que empezaba a nacer políticamente.

El PSOE arrebató ese papel protagonista a un joven PSA que, pese a las buenas voluntades y el inmenso valor intelectual y simbólico que poseía, no consiguió aglutinar las mayorías sociales que sí aglutinó un PSOE que, con una impostada retórica andalucista, se convirtió -por duro que sea- en el partido andaluz, el partido que el pueblo andaluz identificó con su autonomía y su ser, ese partido que el imaginario colectivo andaluz aún identificaba con la República, imponiéndose al PCE, y ahora cooptaba el espacio andalucista, derrotando a un PSA que, con la pérdida de letras, también iría progresivamente perdiendo su esencia hasta desnaturalizarse, y ser lo que tantos temían: mucha sigla y poca praxis.

Con sus dos principales rivales derrotados en Andalucía, y habiendo ganado la batalla en Madrid, el PSOE se vio con rienda suelta para desplegar nuestras instituciones, la autonomía que tanto ansiaba el pueblo se hizo a gusto y medida de un PSOE hegemónico, y así ha permanecido desde entonces, pues los fugaces debilitamientos del que Isidoro Moreno acuñó como régimen psoísta -en analogía al homólogo mejicano, el PRI-, este los solventó succionando toda la vitalidad de sus socios para reponerse, para luego desechar el cadáver vacío.

Hoy ya no gobierna el PSOE, el partido que ha prostituido sistemáticamente nuestras instituciones para sus intereses partidistas, redes clientelares y nepotismo, ahora ha sido sustituido, tras años de desgaste, por su primo-hermano. Pero esto, que de por sí es grave, pues la izquierda andaluza ha sido incapaz de estructurar una alternativa política para arrebatar nuestra autonomía al PSOE, además trae consigo algo aún más dramático, y es que años y años de parasitismo psoísta han erosionado progresivamente, no sólo a nuestras instituciones, sino también el propio espíritu andalucista, ese sentimiento andaluz que sirvió como impulso para la autonomía reforzada del 151, y que puso, aunque fuese fugazmente, a Andalucía en el centro.

Hoy, vemos cómo Andalucía como proyecto ha sido gravemente herido, cómo los andaluces ya no identifican nuestro autogobierno como una solución a nuestros problemas, pues hoy somos igual de dependientes económicamente, subalternos políticamente, y subordinados culturalmente. La autonomía del PSOE no ha servido para poner remedio a ninguno de nuestros males, incluso los ha reforzado, porque ahora que nuestra autonomía ha sido mancillada, muchos ven como alternativa la recentralización, y asistimos a circunstancias tan dramáticas como el auge de una extrema-derecha anti-andaluza, que no tiene reparo alguno en vincular la idea de Andalucía a la de la imagen grotesca y degenerada que ha sido la autonomía bajo el régimen psoísta.

Frente a eso, el andalucismo político y la izquierda andaluza debe comenzar desde ya a construir un proyecto político capaz de construir mayorías sociales en nuestro país. No podemos vincular nuestro proyecto político al régimen que ha establecido el PSOE estos cuarenta años, sino que debemos construir un proyecto propio, autónomo, que no tenga reparos en señalar los errores cometidos, y ser capaz de, a la vez que ser un muro de contención frente a la derecha reaccionaria, distanciarse de un PSOE que tantísimo daño ha hecho a nuestra Andalucía y al proyecto político por el que millones de andaluces salieron a la calle: un poder andaluz.

Debemos apostar por nuestra peculiar lucha por la democracia y el socialismo en Andalucía, y esto no se hace supeditando nuestras tareas, análisis y praxis política a Madrid, sino construyendo un proyecto autónomo en el aquí y el ahora. Un proyecto capaz de aglutinar mayorías sociales, con capacidad pedagógica, y que se entreteja a lo largo y ancho de nuestra Andalucía. Que sea capaz de erigirse como valedor de los intereses del pueblo andaluz, y esto, como decía José Aumente, no es una tarea que corresponda sólo a un partido, sino que exige la colaboración activa de todos los que, en definitiva, vamos en pos de unos mismos objetivos. (…) De lo que se trata, es de una alternativa democrática, que implique en ella a la inmensa mayoría del pueblo, y que, por una profundización de la misma, conduzca al salto cualitativo que supone el socialismo. (…) Recuperar lo andaluz en nuestra historia, nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestras formas de vida, en los productos de nuestra actividad creadora. Recuperar nuestro espacio económico específico. Construimos de nuevo cuño –porque nunca lo hemos tenido­- un poder político propio, un poder andaluz, que haga valer nuestros derechos y nuestras potencialidades.

En esta tarea que se abre, debemos estar todos los andaluces que creemos que Andalucía necesita estar presente, necesita voz para narrar sus dramas y para poner solución a sus problemas, que no son ni más ni menos que otros, pero son los nuestros, y es nuestra tarea darles solución, porque quien padece esos dramas es nuestro pueblo, al que nos encontramos vinculados y al que debemos ese esfuerzo. Es hora de reconstruir nuestra Andalucía, es hora de un verdadero poder andaluz.