«PRISA» por la tercera España

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Manuel Chaves Nogales.

Hace ya algunos años que Andrés Trapiello en Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil 1936-1939, señalaba que la guerra civil no fue una guerra entre dos Españas, sino la imposición de dos Españas minoritarias y extremas para acabar la una con la otra, y frente a ellas, se sacaba de la chistera una pretendida Tercera España que, por los adjetivos que utiliza, vendría a ser el trasunto de lo que hoy es esa élite intelectual desideologizada, satisfecha, pedante, vanidosa y entregada a lo que el capitalismo espectacular le requiera a cambio de ejercer desde él la hegemonía cultural; una intelectualidad puesta al servicio del mercado y de esa farsa democrática con que los partidos dinásticos volvieron en 1977 al sistema canovista de la Restauración.

La operación de la Tercera España, si tiene algo de original, es que es hija de su tiempo, es decir, es propia de la ideología postmoderna que nos vive, y es necesaria para que la casta intelectual, hoy reducida a todológos televisivos y tertulianos radiofónicos, pueda justificar sus servicios mercenarios a las líneas editoriales que imponen los grandes grupos de comunicación, a los que se pliegan y para los que trabajan de forma acrítica, con jactanciosa presunción y el fenomenal engreimiento de quien olvida que sus opiniones son reclamadas no porque sean suyas sino porque son las opiniones de la ideología dominante.

Para Trapiello, una de las figuras más representativas de esta Tercera España fue el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, al que otorga la condición de exiliado al poco de iniciarse la Guerra Civil cuando la realidad es que sencillamente se quitó de en medio nada más saberse del golpe en la capital, marchando a Francia, de donde no volvió hasta el día 4 de agosto, cuando consideró que las cosas estaban tranquilas y controladas, aunque él en sus memorias dijera que: “Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional”; para volverse a marchar, ahora definitivamente, tres meses después, aterrorizado por el baño de sangre que intuía los fascistas se podrían dar en Madrid.

Como reflejan las Actas del Comité de Incautación del diario Ahora, depositadas en el Archivo Histórico Nacional dentro de la Causa General, que ni Trapiello, ni Muñoz Molina, ni Santos Juliá, ni Martínez Reverte ni ninguno de los hagiógrafos de Chaves Nogales han tenido el menor interés en consultar, tampoco es cierto que Chaves colaborara en un periódico republicano moderado. En realidad fue director del periódico Ahora, diario que él mismo ayudó a incautar, colectivizar y depurar, y desde el que, durante los tres meses que permaneció en Madrid antes de huir de la capital, no dejó en sus editoriales de elogiar a Miaja como un héroe y al PCE como único agente creíble en la defensa de Madrid, soniquete que repetirá en su libro La defensa de Madrid, un conjunto de artículos publicados en México casi dos años después de iniciada la guerra.

El 6 de agosto, en el Comité de Control del periódico, es decir, dos días después de llegar de Francia, aboga por la colectivización del periódico y se declara contrario a la participación del capital privado y de la intervención del Gobierno y ataca a su propietario, diciendo que es un defensor de los privilegios y los capitalistas, olvidando que hasta hacía dos semanas él mismo había trabajado en ese periódico dentro de la línea editorial que le había marcado su dueño. Una semana más tarde, en una nueva reunión del Comité, Chaves exigirá la sindicación de todos los empleados del periódico ya que “los inorganizados son indeseables”.

Esta es la realidad, aunque Chaves dejara escrito en sus memorias que: “Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el camarada director”.

Basta con leer las editoriales del Ahora, para ver que, aunque no están firmadas por Chaves Nogales, conservan su estilo y su particular dicción, y tampoco se alejan del extremismo habitual en otros medios más pretendidamente izquierdistas, abogando en muchas de ellas por medidas extremas contra los facciosos y quienes les apoyen. El 4 de octubre, como recoge Jesús F. Salgado en su magnífico libro Amor Nuño y la CNT, Chaves escribe un artículo que bajo el título El honor de defender la revolución con las armas en la mano, decía: “Qué hacemos con los que huyen?… Fusilarlos. No puede haber otra respuesta. Son inútiles los aspavientos y los distingos… hay que imponer una disciplina de hierro.” Siguiendo su argumento habría que haberlo fusilado a él un mes después, pero Chaves no se refería a gente como él, sino a los que de verdad tenían que ir a combatir al enemigo.

Un par de semanas después, en otro artículo titulado El Terror, Chaves pide el ojo por ojo y diente por diente contra los fascistas. “El horror de esta hora no debe acongojarnos. Nuestra responsabilidad  histórica está salvada. Cuando en el futuro se juzgue la conducta de nuestro pueblo, habrá de hacérsele justicia.”

Su siguiente artículo, ¡Ay de los vencidos!, es un alegato a ganar la guerra como sea y empleando los medios que hagan falta. “Lo repetimos. Hay que vencer, como sea. Lo decimos teniendo bien presente todo el alcance que este propósito puede tener. ¡Como sea! No hay ninguna consideración, de ningún orden, entiéndase bien, de ningún orden, que pueda paralizar nuestro brazo al descargar sobre el adversario el golpe más eficaz para abatirlo… Hasta el último instante hemos estado haciendo patéticas apelaciones a la conciencia universal y a Ginebra… La conducta seguida por el enemigo con el tácito convencimiento del mundo civilizado, que nos vuelve la espalda, nos releva de las consideraciones y escrúpulos que hasta aquí detuvieron nuestro brazo… pues bien, que nadie ose pedirnos cuentas el día de mañana.”

En la editorial del día 30 de octubre, Chaves pide el exterminio del enemigo como única manera de ganar la guerra, y en la del día siguiente, la última que escribe antes de su huída, pide venganza por los bombardeos de Madrid. El caso es que esa misma noche y las siguientes se producen las sacas de la cárcel de Ventas.

Huido el gobierno a Valencia a primeros de noviembre de 1936, y con las tropas franquistas en las puertas de Madrid, Chaves Nogales no se lo pensó dos veces y abandonó España. Sabía lo que había escrito y no era cuestión de que los fascistas lo cogieran allí. Unos días antes, todavía hizo campaña en la Asociación de la Prensa para organizar unas milicias armadas y enviarlas al frente, objeto por el que se organizó un mitin en dicha asociación tras el que, Chaves Nogales, una vez arengadas las masas para ir a combatir a los fascistas a punto de caer sobre Madrid, salió por una puerta accesoria en dirección a Alicante y nunca más volvió.

Sus últimos años de vida los pasará escribiendo sus memorias exculpatorias, enrocado en una posición de liberal imaginariamente perseguido y fusilable por los dos bandos, salvado de los excesos de unos y otros por la gracia de su sensatez, pacifismo y cultivo intelectual. En ellas llamará asesinos a quienes hicieron exactamente lo que él pedía desde sus escritos periodísticos. Nunca escribió una palabra de perdón por lo que había escrito o pidió excusas por las posibles consecuencias que sus artículos podían haber tenido. Con ellas en la mano, justifican hoy algunos su pasividad, su desafección ciudadana y su gesto sumiso frente a los poderosos, se llaman a sí mismos la Tercera España, será porque como Chaves, es la única que sabe maniobrar según soplen los vientos.