Salir en los papeles

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Vive oculto, aconsejaba ya Epicuro. “De la vara del amo y la pata del mulo, cuanto más lejos más seguro”; dice un refrán popular que esconde toda la filosofía existencial del sufrido jornalero, del humilde campesino, que, como apunta otro refrán, hace su práctica social “con paso de buey, tripa de lobo y cara de bobo”, es decir, con lentitud en el actuar, estrategia a la hora de diseñar un plan cada vez que haya que saltar a la vida pública, porque como tripa de lobo lo que se aspira es a vivir lo público de otra forma, desde otros parámetros sociales y, finalmente, dar la sensación de no saber nada, porque sus mejores recursos para la supervivencia han estado siempre en la práctica de una astuta invisibilidad, un sabio quitarse de en medio, un alejarse lo más posible de la violencia y los constreñimientos con que ciñe el poder a los que tiene cerca.

En La utilidad del caos y del carisma, James C. Scott nos recuerda que se podría decir que lo que buscan los campesinos y las clases oprimidas es quedar fuera de los archivos. Cuando aparecen en ellos se puede tener la certeza de que es que algo ha salido rematadamente mal.

En efecto, la revolución siempre cae del lado de fuera de la Historia, de su registro y documentación, porque mientras haya Historia es que hay Poder y Estado. Si esta ha sido escrita y documentada es porque estamos ante una revolución fracasada, aplastada o bien otra más que finalmente solo ha servido para reproducir y consolidar lo que pretendía derribar.

En el siglo pasado, todo lo que se trató de poner en práctica para luchar contra el autoritarismo, la propiedad privada, la competencia, la violencia o el consumismo fue demonizado por el poder, banalizado y transformado en aquello que no quería ser: mercancías, negocio y beneficio. La música rock, las drogas, la filosofía oriental, las comunas, instrumentos que, bien empleados, hubieran dado lugar a un cambio social de dimensiones inimaginables, a una manera nueva de vivir y relacionarnos con los demás, fueron prostituidos y expoliados hasta no dejar de ellos sino un patético despojo de la fiesta florida que algunos imaginaron en su inicial entusiasmo. A pesar de ello, los ideales que siguen alimentando ese sueño siguen intactos, aunque conciten hoy escasas adhesiones y los medios de comunicación nos los presenten interesadamente como fósiles vetustos y aislados descritos en clave mercantilista y nostálgica o, en el mejor de los casos, como modelos disecados de un tipo de organización social utópica e imposible que propugnaba nada menos que un hombre liberado y una sociedad comunitaria en los tiempos del servilismo, la codicia, la ambición, el individualismo y el neoliberalismo estatista; porque la lucha de clases no concluye, sino que como discurso dominante se extiende a los papeles y la sostienen los medios de comunicación, separando política y cultura, y juntando cultura y negocio; y haciendo de ellos ámbitos absolutamente desgajados de la sociedad civil. No de otra forma narra el capital sus hazañas. Mata hippies y después les rinde tributo.

El marxismo lucha contra las condiciones materiales del capitalismo pero acepta las condiciones mentales que lo hacen posible, por eso el marxismo ha sido incapaz de acabar con el capitalismo; por eso sigue necesitando, ahora más que nunca, las propuestas vitales comunitarias y las ideas antiautoritorias que siguen ahí, imprevisibles, fascinantes, dispares, imaginativas, liberadoras, ineludibles, apelando a un cambio espiritual, emocional y cultural que supondría una permanente revolución política por la que, de momento, en nuestras sociedades de mentalidad consumista nadie siente ningún interés.

Estar en el mundo pero no ser del mundo. No salir en los papeles. Tal vez sean las estrategias más simples para quienes continúan ensayando y experimentando la sociabilidad libertaria.