V de Virchow

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En 1854, mientras Londres se desangra por el culo, John Snow dibuja líneas sobre un mapa hasta aislar una fuente, desgajando lo que hasta entonces significaba Cólera y enterrando para siempre las miles de horas dedicadas al estudio de los miasmas. Seis años antes, en 1848, Virchow comprende que el brote de tifus de la Alta Silesia al que se enfrenta desde hace semanas no podrá detenerse con acciones individuales, ni farmacológicas ni depurativas, mientras no se adopten soluciones radicales destinadas a que la población entera mejore sus condiciones de vida. Que eso sólo se conseguirá con “democracia completa e ilimitada, educación, libertad y prosperidad”. En 1893 muere Concepción Arenal sin haber terminado su estudio sobre el pauperismo que sin embargo marcará la forma de entender la desigualdad social en España y cimentará el sueño de un sistema penitenciario centrado en la reinserción y no en el castigo. En 1968 Franco y Franca Basaglia publican “La institución negada” basándose en la revolución que han iniciado en el manicomio de Gorizia, que desmantelan para convertir en una red de salud mental comunitaria, transformando la psiquiatría para siempre. En 1978 Marmot y Rose espetan que la hasta entonces conocida como enfermedad de la riqueza, el infarto, es más común en las clases trabajadoras, siguiendo un perfecto gradiente social inverso. En 2002 un antiguo periodista, David Simon, lanza un retrato de los engranajes de la desigualdad a muchos años y kilómetros de todos los anteriores. Pese a la lejanía espacio-temporal The Wire, como mucha otra ficción, desgrana cómo la desigualdad continúa aferrada a nuestra especie, no importa el aumento de lente con la que miremos.

En 1991 un “verano caliente” demuestra en España cómo un gesto burocrátrico “de especial seguimiento” puede desbaratar toda la construcción humanizadora de un sistema penitenciario. Cualquier publicación del presente milenio, académica o informal, habla del descubrimiento de la clorpromazina en 1951 como la razón de que “se vaciaran los psiquiátricos”, ignorando la experiencia basagliana y las nuevas formas de institución manicomial. A día de hoy las redes de salud mental comunitaria inspiradas en aquella Italia arrojan a sus usuarixs a una sociedad de consumo que además de seguirles expulsando ha asimilado sus diagnósticos y los ha utilizado para camuflar el sufrimiento generado por el sistema. En 1961, más de cien años después de que se obtuviera el conocimiento técnico necesario para atajar un brote de cólera, se produjo su séptima pandemia, con más de cien mil muertos. Las caravanas mercantes que propagaban el cólera hoy adoptan la forma de Cascos Azules en Haití. La batalla en torno a la tuberculosis que enfrentó a principios del s.XX a la comunidad médica entre aquellos que apostaban por una causa microbiana y aquellos que apostaban que era causada por la pobreza se ha saldado con una medicina que se comporta como si sólo los primeros hubieran llevado razón cuando ambos lo hacían. El manual más moderno de patología sigue atravesado por el fenómeno colonial. La solución radical de Virchow parece tan lejana como lo estaba entonces.

Representar de forma fidedigna la desigualdad, en datos, por sus analistas o a través de sus representaciones culturales llevaría bibliotecas. Escogemos para este manifiesto a estos ocho autorxs, como quien nos lee puede aportar los suyos. Ocho nombres (y el fantasma de las redes de conocimiento y cuidados que sostuvieron todo su trabajo) contra una realidad terca que se mantiene estable requiriendo explotar a millones con la complicidad de miles.

En ese contexto surgimos. No aspiramos a que trasciendan nuestros nombres en esa historia universal contra la infamia. Sabemos de nuestra posición privilegiada, que nos permite acceder a conocimiento, lanzar cuestionamientos al estruendo en el que quizá se oigan, dedicar nuestro tiempo y nuestro esfuerzo a una abstracción de la que pocas veces hablaremos en primera persona. No somos Concepción Arenal ni somos los depauperados que describió. En el intersticio entre ambos tenemos la opción de pelear porque esa distinción acabe disolviéndose. Y para eso apostamos por una investigación militante destinada a revertir el daño que hace un instrumento como la ciencia cuando se utiliza para sostener el poder. Una investigación que huya de perpetuar consignas heterocispatriarcales, capitalistas, colonialistas y propias de cualquier otra opresión. Una investigación que huya de esa falsa neutralidad que por definición sólo puede servir a quien impone las normas. Un saber en el que podáis apoyaros mientras trazáis esa solución radical. Esa solución a escribir con V de Virchow.

Autor: Colectivo Silesia.

Diagnóstico: desigualdad.