¿Será capaz la Universidad de adaptarse y dar respuesta, con la urgencia requerida, a las necesidades y consecuencias ocasionadas por las crisis climática, energética y de biodiversidad que sufre el planeta?
Capacidades adaptativas tiene. Fíjense si no, qué rápido se ha amoldado a la nueva realidad-Covid, adecuando los espacios y los tiempos académicos a las limitaciones sanitarias, ajustando los saberes y sus prácticas a la «distancia social» física y comunicativa, habituándose –diligentemente- a las metodologías de la transmisión virtual, y eligiendo los conocimientos a impartir según su «on-lineidad»… Parece tan mayúscula la excelencia alcanzada en estos menesteres, que algunos pedagogos y gerentes universitarios deben estar planteándose el ahorrarse la vuelta a los costosos recursos de la presencialidad.
Porque si hay una institución capaz de analizar con urgencia la realidad y adaptarse a ella, tiene que ser, sin duda, aquella que produce, gestiona, transmite y custodia los conocimientos necesarios para la vida y los valores humanos.
Cuántos recursos humanos y de investigación universitaria se habrán movilizado, de manera urgente y desinteresada, al servicio del entendimiento científico de la pandemia, de sus causas y efectos, de su gestión… para aportar conocimiento aplicado que ayude a poner las bases para sortear definitivamente el problema. Incluso con contundentes propuestas que vengan a suponer un cambio en nuestros estilos de vida, de consumo y/o producción… y que habrá que adoptar personal y colectivamente, por el bien de la salud; como la misma institución universitaria ha hecho con su actividad docente e investigadora en tan poco tiempo y con tan pocos recursos.
Pero además de la del Covid, hay otras calamidades que amenazan seriamente al planeta y a sus habitantes: el calentamiento global, el agotamiento de energías fósiles y de materiales y, la desaparición de especies vegetales y animales. Amenazas que crecen, que se sepa en la academia, desde hace décadas. Teniendo hoy magnitudes preocupantes en forma de Crisis Climática, Crisis Energética y Crisis de Biodiversidad. Y es que lo que se esperaba para dentro de 40 o 50 años, parece que lo estamos viviendo, ya, esta década: subida alarmante de la temperatura media del planeta, afectando al deshielo de los polos, del permafrost, a las corrientes marinas, al nivel del mar, a la lluvia, a las cosechas, generando el aumento de catástrofes naturales, etc., etc., etc…; el descenso de un 10% anual en la producción de petróleo –de aquí al 2025-, la cercanía del pico de producción del gas natural, las bajas «tasas de retorno» energéticas, la escasez de elementos y materiales -como el uranio, litio, neodimio…- fundamentales para la generación de energía eléctrica, la dificultad para extraer y procesar materiales –como las tierras raras- fundamentales, hoy, en los procesos de producción, el encarecimiento de la energía, el acaparamiento de recursos, aumento de las desigualdades, de las hambrunas etc., etc., etc… ; la pérdida de variedad genética, el aumento de especies en riesgos de extinción, la rotura de las cadenas tróficas, la desaparición de insectos que afectan a la polinización, el aumento de plagas y enfermedades, la deforestación, la degradación de ecosistemas etc., etc., etc…
La institución universitaria, desde el cumplimiento de sus funciones docentes e investigadoras y su compromiso con las sociedades humanas (no las anónimas o mercantiles), sin duda, debe estar revisando, de manera perentoria, todo el constructo de conocimiento teórico/práctico –y sus aplicaciones técnicas- que viene produciendo y transmitiendo desde sus aulas y laboratorios y, que han fundamentado, cuando no justificado y alimentado durante décadas, las causas de las crisis a las que hoy, sin aplazamientos, nos enfrentamos.
La encrucijada institucional es clara:
Por un lado, seguir fiel a su servil tradición de generar y transmitir conocimientos al servicio de un sistema económico y social depredador de un planeta finito y generador de desgracias naturales y sociales, desde la perspectiva antropocéntrica propia del capitaloceno. Esto es, continuar con los paradigmas del crecimiento (del IPC, de las ganancias, de la producción, de los beneficios, de la «riqueza», del consumo…), del desarrollo, del homo económicus, del industrialismo, del extractivismo, de la globalización, de la digitalización… seguir aportando las mismas soluciones técnicas a ámbitos de aplicación –afectados ya por las crisis energética y de materiales- como la aeroespacial, la construcción naval, la producción de energía… continuando –por ejemplo- con la investigación en química aplicada a la producción de bienes de consumo innecesarios, y paradójicamente seguir enseñando reacciones químicas de elementos de la tabla periódica probablemente extinguidos en pocas décadas…
O, por otro lado, continuar al servicio del negocio, esto es, seguir haciendo lo mismo pero enmascarado o disimulado bajo etiquetas «buenistas» –pero falsas-, del tipo del sello «sostenible» (crecimiento, producción, movilidad, consumo o digitalización «sostenibles»). Introduciendo nuevos y endebles paradigmas como los que sustentan la descarbonización, la transición energética 100% renovables, la economía circular, la digitalización democrática, el Green New Deal, los ODS, las nuevas energías (hidrógeno, fisión nuclear)… y demás teorías tecno-optimistas científicamente insostenibles.
También está la opción de parar la vorágine de la producción científica sin sentido comunitario y al servicio de los financiadores («articulitis») y, recapacitar sobre las capacidades reales de acción investigadora y académica ante la situación de pre-colapso actual; poniendo unas bases epistemológicas, realistas, al servicio de las acciones humanas que permitan la pervivencia del planeta: decrecimiento económico y del consumo, descomplejización de la vida, desdigitalización, desurbanización, destecnologización, desmilitarización, descolonización, despatriarcalización…
Qué actitud y de qué lado va a estar el conocimiento… Desde la complacencia de su jaula de marfil -fiel al capitalismo- alimentando la huida hacia adelante del sistema hasta corroborar, científicamente, su desaparición… o desde el cumplimiento con su comunidad, arremangándose la excelencia, centrarse en la labor de atender las necesidades actuales de la comunidad planetaria… ¿?
Dicen que estos meses de verano ha sido un no parar en los campus universitarios con reuniones multitudinarias –casi saltándose las limitaciones sanitarias- de departamentos, facultades, institutos de investigación, vicerrectorados… revisando áreas de conocimientos, planes de estudios, asignaturas, contenidos, prácticas, líneas de investigación, proyectos, presupuestos, normativas, redes de colaboración… revisando el concepto «de impacto» para actualizar textos, materiales, fondos bibliográficos… 1
Y es que, de los gobiernos esperamos poco, ¿podemos esperar algo de la universidad?
1 Cuentan –por los mentideros académicos- que hay algunos autores antisistemas, forrándose con reediciones de libritos como «Ante el colapso» o «Petrocalipsis» y, que el fanzine 15/15/15, en pocas horas, ha multiplicado sus suscripciones…
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Ironía y sátira gráfica.