De consensos y gentrificación en la Alameda

1331

Septiembre de 2019 llegó con la noticia de que el viejo cine Alameda de la Alameda de Hércules va a ser derribado y sustituido por un hotel. Es el último episodio de la polémica sobre la turistificación del casco histórico de Sevilla. La intensificación de los flujos turísticos después del periodo de crisis iniciado en 2008 resulta determinante en el devenir reciente del centro de la ciudad. Cada año se cumple un nuevo record de visitantes, de forma paralela al incremento de las plazas hoteleras y de pisos turísticos. Actualmente, Sevilla es la cuarta ciudad de España (muy cerca de Valencia) con más viviendas turísticas de este tipo, concentradas en su casco histórico y alrededores.

El caso del cine trajo de nuevo a colación, en una noticia de un periódico digital, el tema de la gentrificación. Lo más sorprendente de la polémica fue que uno de los expertos consultados se atreviese a negar la existencia de gentrificación, e incluso a asociarla la con una mera cuestión “ideológica”. Negar la gentrificación a estas alturas del partido es simplemente absurdo, e ideológico es realizar una afirmación dogmática indiferente a cualquier evidencia.

La gentrificación hace referencia a la transformación de un barrio popular, obrero o marginal en un barrio de clase media o de estatus superior, lo cual es propiciado por algún tipo de reinversión del entorno construido e implica alguna clase de sustitución de población. Es indiscutible que el cuadrante noreste del centro histórico era todavía en los años ochenta (igual que Triana o San Bernardo), un espacio degradado habitado por población de estatus bajo o muy bajo. La transformación del entorno de la Alameda ha sido muy dilatada en el tiempo, pero hoy es difícilmente discutible que se trata de un sector relativamente caro de la ciudad y habitado por residentes que son predominantemente de estatus medio o medio-alto. Esto puede comprobarse consultando los censos de población y se ve reflejado en cualquier informe oficial que maneje este tipo de datos en Sevilla a un nivel suficiente de desagregación.

Entonces, ¿por qué hay quien insiste en seguir discutiendo la existencia de gentrificación? Diría que la transformación de la Alameda, al contrario que otras partes del centro histórico (como Triana o San Bernardo), se hace en un contexto de enorme consenso político. De un lado, la operación de revalorización del centro histórico y sus sectores populares degradados era del interés evidente de la elite conservadora sevillana, siempre afecta al negocio inmobiliario. Del otro, en un marco político de coalición entre PSOE e IU, sería la izquierda la que acabaría abanderando la operación de remodelación final del entorno de la Alameda. La renovación de la Alameda solo fue la pieza final de un puzle que empezó con la reestructuración del entorno de la zona para la Expo 92 y siguió con las inversiones de fondos europeos para la reforma del tejido urbano. El contexto político en el que se ejecutó hizo que esta operación se revistiese con un discurso (y práctica) progresista, como reinversión de una zona que había sido abandonada por el franquismo como castigo por ser el principal foco de resistencia al golpe de Estado, recuperada mediante un proceso participativo. Este discurso tiene su parte de razón, pero también es cierto que el proceso de declive de estos sectores urbanos responde a razones estructurales, que se repiten en cualquier otra ciudad ibérica del tamaño aproximado de Sevilla, y que van mucho más allá de una decisión política más o menos puntual. O que la participación se hizo en un contexto en el que ya la población del entorno había cambiado sustancialmente, y donde empezaban a predominar los hogares de clase media. También es cierto que el lupanar erradicado fue sustituido principalmente por un barrio bohemio, progresista y que vota a la izquierda. Gentrificación suena dentro estos perfiles sociológicos como “una mala palabra” y como tal se trata de evitar.

No obstante, más que negar la evidencia, sería razonable afirmar el carácter beneficioso del proceso. Nadie puede negar que sea positivo que un barrio muy degradado se reinvierta, mejore y se vuelva un sector de clase media. Donde antes teníamos un espacio de prostitución, mendicidad, venta ambulante marginalizada, menudeo de droga y ancianos en viviendas inhabitables, ahora tenemos un enclave de ocio nocturno lleno de bares de diseño, edificios de vivienda renovados y productos ecológicos.

Sin embargo, también sería bueno dejar algo de espacio para la autocrítica. Primero, porque es evidente que el entorno de la Alameda no se regeneró para la población que habitaba allí previamente sino, en todo caso, a pesar de ellos. En segundo lugar, porque al mismo tiempo que se han ido eliminando los barrios marginales con ubicaciones céntricas, se han multiplicado en la periferia, algo que no parece inocente, y hoy Sevilla cuenta con siete de los catorce barrios más pobres de España. Finalmente, porque el proceso no para, los precios siguen subiendo y el centro en su conjunto está quedando cada vez más para ciertas élites de la ciudad.

Volviendo al cine Alameda, hay una cuestión que resulta paradójica, y es que la instalación de este cine y el festival que lo acompañó a principios de los años ochenta, en uno de los momentos de máxima degradación, fue una de las primeras iniciativas dirigidas a dinamizar social y económicamente la zona. El propio mercadillo de la Alameda, expulsado ya en el siglo XXI para realizar la operación definitiva de renovación del paseo, también fue en su origen una iniciativa ciudadana de revitalización. La intensidad del proceso, la constante revalorización y transformación de la Alameda, hace que nada permanezca mucho tiempo igual. Los bares y las tiendas cambian constantemente, igual que las caras de la gente. Muchos hogares jóvenes y de clase media que se establecieron entre finales de los noventa y la primera década del siglo XXI tienen que marcharse actualmente, principalmente a barrios limítrofes extramuros, presionados por el auge de los precios turísticos y la inflación de los alquileres. El entorno residencial de la Alameda de Hércules ha sido en el pasado un conjunto de barrios obreros, un conjunto de barrios marginales y, más recientemente, un entorno de clase media progresista. Sin embargo, la propia continuación del proceso de reinversión y el éxito del mismo parece conducir hoy esta zona a convertirse cada vez más en un entorno para la visita, inapropiable como vecindario y alejado de cualquier noción de comunidad urbana o barrio.