Cuenta la anécdota que un día preguntaron a Unamuno si creía en Dios. Cabe imaginar al profesor en su respuesta repasando sus barbas blancas antes de devolver la pregunta al interlocutor: depende de lo que entienda usted por creer y por Dios. Qué duda cabe que España y los españoles somos producto de nuestra historia y, aún hoy, el debate persiste superando debates académicos y la controversia sobre las distintas maneras de concebir el concepto, sus usos y evolución. Esto último, algo íntimamente unido a las diferentes ideologías de los periodos por los que ha transitado a lo largo de los últimos siglos el relato de “lo español”. Dicho esto, pretenderlo abordar en unos escasos dos folios sonaría a insulto, toda vez la multitud de página que han forjado la polémica y a buen seguro que generará; aunque habrá quien diga que está todo dicho. Sin embargo, hoy en los albores de una nueva campaña electoral y ante los reiterados intentos por parte de diferentes fuerzas políticas para capitalizar dicha idea, creemos aportar un mínimo de debate.
A los intentos por satanizar, sin más criterio, todo nacionalismo identificándolo con dimensiones conservadoras, reaccionarias o egoístas (cuestión que, por cierto, une a mucha gente que se dice de izquierdas a las derechas); cabe sumar también la negativa a reconocer la existencia de un nacionalismo español que, si se acepta, sólo es identificable con patriotismo y, éste a su vez, entendido como amor incondicional al pueblo como primera causa. Una expresión buenista y genérica para cuya traducción cabría recurrir de nuevo a la dialéctica del citado filósofo del 98.
Sangre, sentimiento, sin ella mi vida no tendría identidad, colores de mi patria, afortunado por serlo, unidad y paz, orgullo… son algunos de las razones que estos días ruedan por las redes al respecto del conflicto catalán. Posiblemente, en el corazón de un patriota español quepa todo eso y aún más. Lo preocupante es lo que deja fuera. A quienes nos deja fuera. No ya del amoroso concepto, sino en su propio enroque “intelectual” con las convenientes dosis de emociones, que para eso los habitantes de esta piel de toro somos tan raciales como barrocos. En definitiva, aquella carga ideológica que trasciende al concepto y refuerza el bucle cognitivo sin el cual “no somos nada”. Precisamente, el fracaso de esa España interesada, centralista y aristocrática, es lo que ha generado discursos centrífugos territoriales e inicialmente burgueses. Siempre aludo a un dato que me parece significativo de este atraso: cuando el Estado español se inventa a la Mano Negra para escarmentar al incipiente movimiento obrero que se organiza en Jerez; en Gran Bretaña se firman los primeros convenios colectivos. Dos formas bien distintas de abordar una realidad y los problemas socio laborales generados por aquel entonces iniciático capitalismo.
El politólogo Colomer, defiende que España fue un Imperio ruinoso sobre el que se construyó un Estado débil, para sustentar una nación incompleta y, de ahí, una democracia débil y minoritaria. Nuestra Historia Moderna y Contemporánea nos ha traído hasta un hoy que no podemos explicar sin recurrir a dicha disciplina. El paso de décadas ha sido el que ha sido, y eso nos lastra en la construcción de una democracia española moderna, plural y participativa. Hemos confundido demasiadas veces realeza con nación, España con unidad, creencias con religión única, valor con machismo; en demasiadas ocasiones la batalla a sustituido al Derecho, el “orden” a la participación, el progreso al reparto equitativo de la riqueza aún cuando las élites plutocráticas nunca fueron ni serán nunca pueblo… y llegados a este punto, es complejo cuanto menos construir un relato diferente sin que algunos, aún sin quererlo y llenos de buena voluntad, profundicen aún más en la dos España, que dicen, quieren acabar.
Quizás tras esa definición abstracta y emocional, no tan singularmente española, exista una marcada orientación política que ha venido eclipsando la necesaria generación de cambios en las mentalidades, valorando la estupidez y la fama antes que la educación, o bien, subrayando más el poder que el esfuerzo de la formación… precisamente, el desarrollo y la evolución de España no ha estado marcada por una necesaria democratización de sus estructuras ni ha generado capacidades sociales que la acompañen. Ha habido instituciones sí, pero no un Estado democrático donde el parlamento fuese una representación verdadera del sentir popular. El mismo sentido de nuestro parlamentarismo histórico ha estado limitado por su nivel de representación popular y su adaptación camaleónica a los intereses de diferentes regímenes. Dice haber representado al pueblo, pero sin el pueblo.
Lejos quedan por añejos el romanticismo medievalizante, el argumento providencial y la protección divina como defensora de la cristiandad y la raza. Pero lo cierto es que pese a los intentos seculares para construir un Estado-nación y uniformar esta piel de toro, los llamados nacionalismos alternativos ha ido sobreviviendo, creciendo y manifestándose. Y esa realidad, en los tiempos que vivimos, es una constatación diaria que algunos quieren obviar antes que integrar: y eso no hace más que profundizar en causas que ya creíamos superadas por la enseñanza de millones de muertos. ¿Qué pasaría si la energía para suprimir y sustituir la encauzamos en reconocer y dialogar? ¿Somos menos España por eso?
Yo me quedo con la duda y la reflexión. Las respuestas rápidas son de corto recorrido en el tiempo: propias para cerebros que no soportan varias ideas. El propio nacimiento atribuido a España, como buen ejemplo, suele denotar un desconocimiento en buena parte de los casos ¿Fue en 1942 con los Reyes Católicos? ¿En 1496 con la anexión de Canarias? ¿En 1475 con la proclamación de Fernando II como Rey de Castilla? ¿Quizás en 1515 con la unión de Navarra a dicho reino? ¿En 1580 con la anexión de Portugal, o en 1640 cuando se separa para siempre? ¿Posiblemente en 1659 con la perdida de la Cataluña francesa por el Tratado de los Pirineos? ¿Sería acaso en 1715 cuando los catalanes dan su apoyo a Carlos frente al Borbón Felipe en un pleito sucesorio y Gibraltar deja de ser español? ¿Fue en 1808 con la Guerra contra Napoleón o con la primera Carta Magna de 1812? ¿Tras Cuba y Filipinas en 1898 y el fin del imperio? ¿En 1939 con la victoria de la insurrección golpista? ¿Tras dar por perdido el Sahara y descolonizar Sidi Ifni? Buen debate. Lo que sí es subrayable es que la Monarquía borbónica siempre adoptó un proceso de nacionalización para una España que concebía acabada, excluyente y conservadora; que le alejó de otras experiencias similares europeas que hicieron del parlamentarismo democrático su bandera. La leyenda está servida y pongo en cuestión la posibilidad del debate más allá de ámbitos académicos. Hoy España es otra cosa: más compleja y plural; ajena a odios y privilegios. Con las cosas de comer no se juega. En definitiva, parafraseando a Unamuno, dime en qué España piensas y te diré quién votas.