“Desde los pies a la boca,
que aprendan todas de mí
a querer como las locas”
La escena es la que sigue: Álex Vizuete -diez años- interpreta en la final del programa Idol Kids el pasodoble “Amante de abril y mayo” (Quintero, León y Quiroga) enfundado en una bata de cola azul. Lo borda y hace levantar de su asiento al público, al jurado y a la mismísima Pantoja. Y las redes sociales colapsan.
No soy gran seguidora de concursos de talento, pero reconozco que tienen su punto. Sobre todo porque lo que rodea a los fenómenos de masas, ofrece también una amplia variedad de lecturas de un mismo acontecimiento. Quien haya visto a Álex derrochar figura y mover las manos como palomas –qué diría Matilde Coral-, igual que yo, sacará sus propias conclusiones. El prime time tiene esa capacidad de situarnos, queramos o no, frente al espectáculo y por si acaso, ya se encarga internet de hacer su trabajo convirtiéndolo en tendencia. Últimamente les ha dado por las batas de cola.
Este asunto del Idol Kids fue el motivo de un rifirrafe en Twitter con una señora que se preguntaba, creo de manera irónica, si la final del concurso era para toda España. O acaso ocurría que los niños ya «solo cantan flamenco y copla hoy en día». «Por saber», preguntaba ella. Este revuelo tuvo lugar poco después de que una diputada de ERC vinculara el flamenco con el franquismo, a raíz de una propuesta del grupo C’s en el Parlamento de Cataluña para reivindicar el flamenco como Bien de Interés Cultural en la Comunidad. C’s manipuló interesadamente estas declaraciones para calificarlas de ofensivas, pero la realidad es que si se escucha el argumento completo de Jenn Díaz, que así se llama la diputada, ésta se limita a señalar a la dictadura como enemiga principal del flamenco. Tampoco es nada extraordinario que se señale la paradoja de que, al tiempo que constituyó un gran pilar de su aparato propagandístico, el flamenco, como la copla, fue instrumentalizado en un discurso de unidad nacional, previo despojo de su simbolismo y de sus significaciones particulares. La única manera de armonizar como expresión de la totalidad de España determinadas manifestaciones culturales con un marcado vínculo territorial.
«De eso no se habla», concluye la diputada de Esquerra y tampoco es de extrañar, porque eso exigiría el desplazamiento de los contextos en los que generalmente se enmarcan las lecturas políticas que hablan del flamenco, la copla y, vamos a decirlo, otras expresiones culturales propias de Andalucía.
Cuando la señora del Twitter pregunta si aquí no se canta otra cosa, me da que lo hace pensando en esa caspilla, por eso aunque la pantalla nos muestra lo mismo, otras personas, desde otras lógicas,vemos en Álex el homenaje a su abuelo Ildefonso Cabrera, emigrado a L’Hospitalet desde la Puebla de Cazalla en 1964. Una peña y un puñado de andaluces aficionados al cante que terminaron convirtiéndose en familia. La tertulia entre paisanos como mecanismo de supervivencia en tierra extraña y también como estrategia de apropiación del nuevo espacio, porque no está de más señalar que el abuelo de Álex también participó en la fundación de la cofradía 15+1, aunque el asunto de la religiosidad popular en Andalucía merecería capítulo aparte.
Es posible que la indumentaria de Álex sorprenda también si se observa desde el mismo prisma que encuentra ofensivo que se señale al franquismo como enemigo de las manifestaciones culturales propias de Andalucía. Y aunque sea para bien, la bata de cola de Álex también puede asombrar a quienes acostumbran a utilizar el folclore popular como marcador de progreso –»el progreso es imparable», decía otro tuit, mientras otros se empeñaban en señalar este hecho como algo casual, vamos que Álex se había vestido «sin darse cuenta» de lo que significaba aquello-. Claro, porque no habría nada más lejos de servir a los valores propios de la modernidad que una expresión cultural anclada en la tradición. Como si la copla y la expresión de la diversidad fuesen cosas incompatibles.
Pero si se piensa en la copla al margen de las grandes producciones costumbristas, lo que llama la atención es por qué parece excepcional que Álex decida ponerse una bata de cola. Por su naturaleza performativa, precisamente ha sido -es- la copla un espacio idóneo desde el cual burlar los límites de lo permisible y mostrar la fragilidad de ciertos roles, constituyendo un refugio histórico apto para subvertir poses o normalizaciones que exige el contexto social más amplio. Distinta es la legitimidad de la que gozan ciertas prácticas o apropiaciones según quién y dónde las enarbole. La bata de cola de Álex simboliza también la valentía histórica que ha supuesto significarse a través de la copla, exponiéndose al señalamiento que conlleva hacerlo fuera de la norma cuando resultan transgresiones demasiado explícitas. El precedente que sienta es el de proponer esto en un espacio de masas y el triunfo es su reconocimiento público. Y tiene mucho valor, no por enfrentarse a la supuesta rigidez de una tradición, como han querido ver muchos, sino por hacerse visible y construir referencia en un espacio mucho más amplio en el que sin duda sería tratado como la excepción. Lo extraordinario no tiene por qué contemplar que existan pocos casos, también puede dar cuenta de la invisibilidad a la que sometimos al resto.
Por todo esto, no resulta buena idea eso de encarar lo viejo frente a lo nuevo como si fuesen bloques homogéneos y contrapuestos, porque corremos el riesgo de dejar fuera todo lo que escape a la particular definición de ambos conceptos. También de jerarquizar los diferentes territorios culturales en la línea imaginaria del progreso. El hecho de que existan nuevas formas de integrar procesos de identificación colectiva sin duda sirve de impulso y permite afrontar determinados retos sociales en coexistencia–en este caso en lo que respecta a cuestiones de género-, pero cuidado con la trampa de advertir en las lógicas más «modernas» una pauta de liberación para aquellas que entendemos como «tradicionales». Contribuciones de Álex en prime time frente a lecturas centralistas y otras fobias. O como canta el pasodoble, aportes pa cambiar de peinao.