Han pasado casi 36 años desde que emprendimos la primera expedición científica a la Curva del Níger y tengo a veces la sensación, todavía, de que aquella aventura africana fue solamente un hermoso sueño. Sin embargo, leo y releo la crónica del Diario de Granada que envié desde la ciudad de Gao, a través del delegado de la Cruz Roja Internacional, pues allí no existe el télex. Conservó también los reportajes publicados en diarios y revistas. Me emociono cuando veo la fotografía que me hice con el jefe de la comunidad Arma, Hagna Doumbou Touré, y contemplo los recuerdos entrañables que adornan ahora las paredes de mi casa. Entonces me digo: sí, estuvimos allí.
Acaricio, con mis propias manos, la espada que me regalaron los Tuareg, hombres azules del desierto. Miro el antílope tallado en madera y de una sola pieza, animal totémico de los Bambara, grupo étnico actualmente dominante en aquella región africana. Entonces tomo conciencia de que efectivamente estuvimos allí, de que aquello fue un hermoso sueño que hicimos realidad. Salimos el 4 de diciembre de 1984, Día de Andalucía, y pocas veces un periodista andaluz tiene la oportunidad de participar en una experiencia de esta magnitud.
Aprender del pasado para construir el futuro
No es frecuente que en Andalucía se organicen expediciones científicas de esta envergadura, pues nos estamos acostumbrando a que otros investiguen por nosotros. Hace 36 años lo hicimos, y encontramos en el pasado las claves para interpretar el presente y caminar correctamente hacia el futuro. Pero hay otra razón que impide poner en marcha iniciativas como ésta. Porque resulta más que difícil financiar una expedición de estas características en la Andalucía de nuestro tiempo. Quien lo intente se encontrará, como nos sucedió a nosotros, con el ya clásico “no hay dinero, no hay presupuesto para este tipo de expediciones”.
Hasta última hora no supimos si íbamos o no. Aunque, después de todo, en nuestro caso, hasta fuimos afortunados, porque después de trabajarlo mucho, logramos sensibilizar un poco a instituciones como la Universidades de Granada y Sevilla, así como la Junta de Andalucía, y a una serie de entidades privadas. A pesar de todo, tuvimos que aportar dinero de nuestro bolsillo. En mi caso, tuve que vender mi viejo Ranault, con el que tantos viajes había compartido. Ese compañero infatigable que me había llevado hasta el inolvidable pueblecito de Chauen, al norte de Marruecos, fundado por un granadino. Y hasta la ciudad de Fez, con su barrio de los andaluces, en recuerdo de los moriscos que se asentaron allí, después de ser expulsados de Granada. Pero el viejo Renault sabe que lo vendí para viajar más lejos todavía, hasta las profundidades del desierto. Para llegar al África profunda, hasta la mítica ciudad de Tombuctú, en Malí.
Alguien insinuó que pretendíamos financiar un viaje turístico de placer. Naturalmente, alguien que no entendía aquello de que quisiéramos ir al encuentro de una comunidad de origen andaluz. Es decir, antepasados nuestros que viven en la Curva del Níger, desde finales del siglo XVI. Una comunidad que se considera descendiente de los moriscos granadinos expulsados por los reyes cristianos del reino nazarí de Granada. Que logró atravesar el gran desierto del Sáhara, capitaneada por el legendario comandante Yuder Pachá, para conquistar nada menos que el antiguo imperio Songhai. Una comunidad a la que los habitantes autóctonos de la Curva denominan Armas, porque sus ascendientes fueron los primeros en utilizar armas de fuego para conquistar aquella región africana.
Una obligación histórica de los andaluces
Pero nuestro objetivo no era solamente entrar en contacto con la comunidad de los Armas. Queríamos demostrar que esa comunidad es originaria de Andalucía, para rebatir al historiador francés Michel Abitbol, que consideró a los Armas como un colectivo procedente de Marruecos. Demostrar esto era, sin duda, una obligación histórica de los andaluces, de ahí la necesidad de organizar una expedición de carácter científico. Teníamos que rescatar un capítulo de nuestra historia que nos habían arrebatado. Y más todavía. Era necesario rescatar nuestra propia identidad, tantas veces secuestrada por los investigadores, en ocasiones como consecuencia de un despiste (el caso de Michel Abitbol) y otras de forma intencionada. Esta tarea sólo podíamos hacerla nosotros, los andaluces.
El desafío era grande, por supuesto. Porque la expedición, para cumplir los objetivos que nos habíamos marcado, tenía que integrar a un conjunto de especialistas y profesionales en distintas disciplinas. La verdad es que mover a 20 personas por el desierto, durante 37 días, era difícil. Y sobre todo, por la endiablada región del Sahel, con los implacables arenales de la Markuba y las temibles tormentas de arena. Toda una prueba de convivencia y organización de la que no era fácil salir airoso.
Y al final lo conseguimos
Pero al final lo conseguimos y eso es lo que cuenta. Hablamos con el jefe de la comunidad Arma, Hagna Doumbou Touré, que reside en la ciudad de Gao, y con otros Armas notables de la Curva, que dieron amplios testimonios de su memoria histórica. Hicimos varios documentales cinematográficos de carácter histórico, étnico, urbanístico y geológico, aunque no han tenido la difusión deseable. Pudimos filmar documentos de vital importancia, en el Instituto Ahmed Babá de Tombuctú, para demostrar el origen andaluz de los Armas. Y siempre agobiados por la escasez de tiempo y medios que, en el fondo, venía a recordarnos el gran entusiasmo que teníamos, pero al mismo tiempo, los limitados apoyos con los que habíamos salido de Andalucía.
Ciertamente, queda mucho por andar para que la sociedad andaluza sea reconocida a nivel mundial como científicamente desarrollada, pero nosotros pusimos nuestro grano de arena. La nuestra fue la primera expedición científica, organizada por las Universidades de Granada y Sevilla, que atravesó el desierto del Sáhara para llegar a aquella región de África occidental, en la que nos llamaban los “Boro Güaranka”, que en lengua bambara significa “20 personas”. Después vendrían más expediciones, pero tengo la satisfacción de que abrimos el camino. En próximos artículos, compartiré con los lectores del Portal de Andalucía la impresionante aventura en la que participé para buscar a la comunidad andaluza en la remota Curva del Níger, más allá del desierto del Sáhara, a 3.500 kms de Granada.