Después de atravesar la pedregosa planicie del Tanezrouft, en el Sáhara argelino, nos espera el Sahel sediento, ya en Malí, que luce para nosotros un sol plateado y abrasador. En los desafiantes arenales de la Markuba, nos vemos azotados por una impetuosa tormenta de arena que se clava en nuestros cuerpos como alfileres y pone a prueba la entereza de la expedición. Los 20 miembros del grupo tenemos que tirar de una cuerda -todos a una- para desatascar uno de los Land Rovers que está atrapado en aquel infierno de arena. La imagen representa una metáfora de lo importante que es el trabajo en equipo. Y por fin, hacemos nuestra entrada en la ciudad de Gao al anochecer. La antigua capital del imperio Songhai nos recibe sumida en la oscuridad, como una ciudad fantasma, tan sólo iluminada por pequeñas lámparas de aceite que alumbran los numerosos tenderetes comerciales. Es como si hubiésemos hecho un viaje en el tiempo, a la época medieval.
Amanece en Gao. En el centro de la ciudad está el mercado bullicioso y exuberante, donde se compran, se venden o se intercambian los productos más insospechados. El mercado lo componen incontables tenderetes hechos con madera de acacia, telas de saco y techumbres confeccionadas con hojas de palma. Los productos más característicos del lugar son el pescado seco, la carne de camello o cebú, las bolas de coca y los dátiles que te suelen ofrecer en bandejas y sobre los que revolotean cantidades ingentes de moscas.
Es imposible recorrer la ciudad sin verte agobiado por una avalancha de niños harapientos que te piden incesantemente un “cadeau” (regalo en francés), palabra que nos recuerda que estamos en una antigua colonia del África francófona. Muchos hombres permanecen sentados junto a cualquier muro o esquina, como si el tiempo no contara para ellos. Las mujeres de esta región africana visten llamativos “bubús”, que son preciosas túnicas de colores chillones. Ellas son las encargadas de moler el mijo –alimento básico de la población- y están destinadas a ser madres de proles numerosas y a la crianza de los hijos.
En el muelle de Gao se concentran piraguas y pinazas para transportar a pasajeros y mercancías, por el legendario río Níger, al resto de ciudades de la Curva. El padre Níger es la columna vertebral de esta increíble cultura fluvial que emerge después de atravesar el desierto del Sáhara y los arenales del Sahel. En una amplia avenida se encuentra la gran Mezquita de los Askia, dinastía que dirigió el desaparecido imperio Songhai, conquistado por los andalusíes de Yuder Pachá. En esta ciudad, el grupo expedicionario entra en contacto, por primera vez, con los más destacados descendientes de los conquistadores. Una comunicad que, cuatro siglos después, mantienen viva la memoria de sus antepasados y es conocida en la Curva del Níger como Los Armas. Reciben este apodo porque sus miembros descienden de aquel Ejército andalusí que conquistó el gran imperio Askia en el siglo XVI, utilizando armas de fuego, que sonaron por primera vez en África.
Continuamos nuestro periplo a la vera del Níger. Las poblaciones de Bourem, con una importante comunidad Arma; Bamba, un pueblo de preciosas callejuelas estrechas que nos recuerdan el Albayzín, fundado por Yuder Pacha tras la conquista. Tondibi, donde se desarrolló la gran batalla que provocó la caída del imperio Songhai. Aquí realiza el equipo cinematográfico una de las filmaciones más emotivas. Desde las montañas negras, contemplamos el imponente escenario de la mítica batalla en la que el ejército andalusí logró la victoria sobre la dinastía Askia.
Pero estas ciudades son, al mismo tiempo, las más castigadas por la sequía. La desertificación del Sahel es el problema más acuciante que viven hoy los habitantes de la Curva. El desierto devora, día a día, nuevos palmos de terreno, incluso obstaculiza algunos intentos de irrigación en la ciudad de Bamba. Como consecuencia, sobreviene la sequía y la muerte por hambre, que es una realidad cotidiana. En Tondibi, he visto por primera vez morir de hambre, una imagen espeluznante. He sentido la tentación de fotografíar a un niño agonizante, pero la imagen me ha estremecido tanto que no he podido hacerlo. La Cruz Roja Internacional intenta alimentar con muchas dificultades a miles de niños, pero sus miembros se ven desbordados. Falta cooperantes y escasea la ayuda internacional.
Y por fin, Tombuctú
La capital religiosa del antiguo imperio Songhai conserva el estilo señorial y cosmopolita de sus mejores tiempos. Las puertas con herrajes y los arcos de medio punto nos recuerdan las casas de Andalucía. A través de la arquitectura es como se hace más deslumbrante la presencia andalusí en la Curva del Níger y el Ayuntamiento hace grandes esfuerzos por conservarla. El denominado arte sudanés, creado en el siglo XIII por el arquitecto granadino Es Saheli, que supo combinar de forma genial los distintos elementos que constituyen esta sorprendente civilización de abobe. Y todo esto sucedió tres siglos antes de que el ejército andalusí de Yuder Pachá conquistara esta región africana.
Una forma de construir única en el mundo con la que se han identificado plenamente, no sólo los habitantes de la Curva, sino todos los pueblos que comparten el África sahariana. Un estilo que inspiró de tal manera al arquitecto francés Le Corbusiere, que lo introdujo en la vieja Europa. Es Saheli unió los dos materiales que definen esta región africana: el barro y la madera de acacia, para hacer con ellos un conjunto de increíble belleza. La acacia tenía para el arquitecto granadino dos funciones fundamentales: por un lado, sujetar la estructura, es decir, sostener las inmensas moles de barro; y por otro, decorar el edificio. Una ingeniosa ornamentación que las distintas sombras proyectadas por los rayos de sol a lo largo del día se encargan de realzar.
El arte creado por el granadino Es Saheli nos ha dejado joyas arquitectónicas como la Mezquita de los Askia en la ciudad de Gao, donde yacen los restos de los emperadores derrotados por los andalusíes; o la Mezquita de Yin Guereber, que llegó a ser el segundo centro de peregrinaje del mundo musulmán, después de la Meca. También destaca la Biblioteca de Tombuctú, con miles de manuscritos andalusíes, que estuvieron en peligro a causa de la guerra y las inundaciones.
Pero son las propias ciudades bañadas por el Níger las que se engalanan con el fascinante arte andalusí. La estructura cúbica de sus casas, las plazas con palmeras plantadas a la manera que se hace en Andalucía, así lo confirma. Tombuctú compitió en sabiduría y conocimiento con los principales centros intelectuales de su época, como Córdoba y Damasco, y por eso ha sido incluida por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad.