Dice, Eugenio Noel, en Señoritos chulos, fenómenos, gitanos y flamencos, que Andalucía no se pudre por la inmensa cantidad de «sal» que tiene, y cuánta razón le ampara. En efecto, qué extraño pueblo el andaluz, si tal cosa pudiera llegar a existir, pues cada andaluz, en su reino de taifas, libre e independiente, es completamente diferente del siguiente, y aun así todos son iguales, y no hay nadie que se parezca tanto a un andaluz como otro andaluz, tan resignados como irredentos, tan de dejar hacerse como de lanzarse a las más disparatadas y alocadas empresas. Pueblo de extremos, se agita entre la vida dilapidada del logrero y la vida desnuda del jornalero, llenando todo lo que va de una a otra solo con imaginación y gracia que, de paso, le sirven para engañarse, vivir en su ilusión y acumular deudas.
El andaluz no conoce el término medio, es verdad, vive a saltos, a barruntos, improvisa, inventa, trabaja mucho y esto le rinde poco, y tal vez por esto no cree en el porvenir. Maestro de la irracionalidad, desprecia lo que no entiende y por eso no aprecia en nada lo que tiene. Gusta de quemar el dinero, de entretenerse con cualquier niñería, de hablar para decir siempre lo contrario de lo que quiere decir, de relatar historias que inventa sobre la marcha porque la vida real es demasiado pobre como para hablar de ella, y demasiado grande como para saber cómo se arregla, de ahí que lo mezcle todo y al mismo tiempo, pena y alegría, risa y llanto, valor y cobardía, erotismo y pudicia, emigración y chovinismo, trabajo y holganza, modernidad y clasicismo, novedad y tradición, lo santo y lo obsceno, mediocridad y nobleza, lo fácil y lo difícil, y la mezcla no desagrada, por eso Andalucía lo mismo produce tiranos que poetas, y los consiente a ambos siempre que no se metan con nadie, y por eso en Andalucía se perdona casi todo, con tal de que a cada uno le dejen vivir como le dé la gana.
En Andalucía todos se envidian, tanto los pobres que se enriquecen como los ricos que se arruinan son celebrados en los corrillos donde, en el fondo, nadie puede ver a nadie. Las clases sociales, tan marcadas como excluyentes en la vida diaria, se funden en grotescos abrazos los días de fiesta. El rey, el señorito y el político saben que pueden hacer con el pueblo andaluz lo que quieran, siempre que lo hagan en nombre de los andaluces y tratándolos a todos de tú a tú, y si por sus hechos terminan en la cárcel, bastará con decir el nombre de Andalucía para conseguir la absolución.
La religión es el alma de Andalucía, tierra de María Santísima, pero su religión es confusa, indefinida, hueca, aunque se llame romana, católica y apostólica. El pueblo cree y venera, pero a su forma y delirio, y en ella, a duras penas, intenta meter baza la Iglesia.
Andalucía es la región más rica de España, pero esto solo lo saben los navarros, los madrileños, los vascos, los catalanes y los mallorquines que viven de ella. La pobreza de Andalucía, las crisis y la desilusión de su gente se combatía en tiempos de Noel con plazas de toros, y hoy, con campos de futbol y dos cadenas de televisión autonómica que no sabe uno que dan, si más asco o vergüenza, y entre todos han conseguido amansar a la fiera.
Por todo ello, como Noel vio hace cien años, Andalucía no es que no quiera avanzar, es que debe ser muy difícil hacer prosperar un pueblo que, aunque no esconde ningún secreto y todos sepan cómo es, sigue careciendo de toda definición posible.