Cuando ejercía mi compromiso de educador de calle, recuerdo como los vecinos de uno de los barrios de Córdoba más castigados por la exclusión social salían a la autovía anexa a dicha barriada para aclamar a los reyes con motivo de algún acontecimiento. No podía entender aquella manifestación de aparente cariño y respeto a una de las instituciones más caducas y contrarias a un Estado Social y Democrático de Derecho. Sobre todo, cuando la llamada familia real no solo no ha hecho nada por el bienestar de la población más empobrecida, sino que se ha ido enriqueciendo a costa de su propio país, alcanzando una de las principales fortunas del Estado a quien dice servir. No cabe mayor desfachatez. Adela Cortina en su obra Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia (2017) nos trae a colación a Adam Smith, cuando reflexiona sobre la corrupción de los sentimientos morales, que procede de la tendencia a admirar a los ricos y despreciar a los pobres. A lo largo de la historia se ha favorecido esta tendencia, auspiciada por poderes corruptos y autoritarios, alimentada a través de la educación familiar y social, y más recientemente, enaltecida por los medios de comunicación. Los caminos más adecuados para ese deseado cambio son la justicia social y la educación. La declaración universal de los derechos humanos de 1948 es una prueba de ello.
Las noticias que han copado los medios informativos con la muerte de la reina Isabel II me ha causado la misma reflexión. La diplomacia de la inmensa mayoría de los países ha mostrado, sin ninguna actitud vergonzante, cómo se rendía a los pies de la difunta reina y del pasado imperio británico, paradigma del poder establecido.
Colas interminables, retransmisiones de largas horas, programas exclusivos han querido hacer de la reina inglesa la reina con mayúscula de toda la humanidad. Es muy sorprendente que países que se han visto avasallados por su imperio, masacrada su población, empobrecidos por el saqueo de sus materias primas y un comercio injusto que ha generado una deuda externa inasumible se hayan mostrado tan doloridos por la muerte de una de las mujeres más ricas del mundo, con sus joyas, palacios, castillos, negocios, grandes sumas de dinero, etc. en paraísos fiscales… Algunos de esos países, como por ejemplo India o Kenia, sufrieron el terror del imperio con millones y millones de desplazados, centenares de miles de muertos y hambrunas. La represión como consecuencia de la Rebelión Mau Mau en Kenia fue bajo la monarquía de Isabel II, una represión traducida en campos de concentraciones y muerte de miles de niños, una de las crónicas más luctuosas del siglo XX. La hambruna de Irlanda con más de un millón de muertes cuando todavía era dependiente del Reino Unido, el negocio de la esclavitud en África, la persecución de los Boers en Sudáfrica, la guerra del opio en China, la muerte de miles de indígenas en Australia a consecuencia de la invasión británica, son algunos de los episodios más deleznables del Reino Unido. Con razón Oscar Wilde calificó a la corona británica como “el gigante egoísta”, y el mismo ex primer ministro conservador Cameron llegó a decir: “los ingleses hemos fabricado muchos de los problemas que afligen al mundo”.
Sería injusto a tribuir solo a los dirigentes del Reino Unido tanta injusticia, desolación y muerte. Junto al Reino Unido otros reinos como el español, portugués, francés, belga han escrito lamentables páginas de terror, guerras, muertes, explotación…, en la historia universal.
Nuestra tierra, nuestro pueblo, nuestra nación, Andalucía, también ha sido muy castigada por las diferentes dinastías y monarquías de los reinos de Castilla, Aragón, España, convirtiéndola en una colonia donde se explotaban sus recursos, se empobrecía a su población y se ninguneaba su historia y su cultura. El Reino Unido ha tratado a Andalucía como una colonia, (véase la explotación de las minas de Río Tinto o Peñarroya, sin olvidar el contencioso de Gibraltar). A pesar de ello, el presidente de la Junta de Andalucía hizo que la arbonaida ondease a media asta en los balcones de las instituciones andaluzas en señal de luto por Isabel II. Juan Manuel Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía, se unía al duelo del imperialismo que tanto daño ha causado. Como andaluz y cordobés he sentido vergüenza ajena ver cómo ondeaban en el Ayuntamiento de Córdoba la bandera andaluza y la de Córdoba en modo enlutado, mientras que la española y la de la UE se mantenían izadas. Queda claro que la ideología de Moreno Bonilla es doblegarse y servir al imperio (el poder de la oligarquía, de los adinerados), y no trabajar por los más débiles. Por favor, no traicione a la bandera que, según sus palabras, es su talismán, la arbonaida.