De nuevo, Andalucía ha estado estos días en el blanco de misiles. Lo está cada vez que se activan las guerras en “Oriente Medio” (deberíamos, mejor, escribir en Asia Occidental para no seguir cayendo en el eurocentrismo) y Estados Unidos de América decide actuar de autoelegido sheriff mundial, saltándose todas las reglas del derecho internacional y dejando caer su poder, en forma de bombas, mísiles y otras formas de destrucción, sobre objetivos en Afganistán, Iraq, Siria u otros lugares.
El peligro es ahora aún mayor que hace unos años porque, como es sabido, ese país está hoy presidido por un fanático ultraderechista cuyas reacciones son impredecibles, sobre todo ahora que puede caer en la fácil tentación de blindar su presidencia –que está en peligro por el impeachement– desencadenando un conflicto de grandes dimensiones que obligue a sus adversarios políticos internos a hacer piña con él por motivos patrióticos. Estaríamos, sin embargo, equivocados si pensáramos que solo Trump es responsable de la gravísima crisis actual, que se desencadena al haber ordenado el “asesinato selectivo”, con misiles conducidos por drones, del general Soleimani, el más influyente del ejército iraní, durante una estancia de este en Iraq: una provocación que puede ser interpretada por la otra parte como una verdadera declaración de guerra, con las terribles consecuencias que ello puede tener. Pero Trump solo ha acentuado la lógica expansionista e imperialista que es el eje de la historia de los Estados Unidos, desde su creación como país. Esa historia está plagada de intervenciones militares en el exterior: desde las amparadas en la cínica teoría del “destino manifiesto”, que autolegitimó el genocidio de los pueblos indios para arrebatarles sus territorios y extenderse hasta el Pacífico, pasando por las realizadas bajo el no menos cínico “América para los (norte)americanos” de la doctrina Monroe, que legitimaba que todo el continente pudiera ser convertido en el patio trasero de USA, hasta la creación de bases militares en los cinco continentes y las guerras contra los países cuyos regímenes políticos no se pliegan de forma sumisa a los intereses norteamericanos.
Hoy, el mundo ya no es unipolar, como sí lo ha sido en las últimas décadas desde la implosión de la URSS. La aparición del gigante China y los intentos de protagonismo de los llamados grandes “países emergentes” (aunque con muy diverso nivel de éxito) preconfiguran un mapa potencialmente multipolar y, desde ya, no unipolar. Estados Unidos se resiste a admitirlo y continúa pretendiendo que todos los países del planeta le rindan pleitesía al igual que hacen (más allá de la retórica) sus aliados europeos (en realidad satélites) de la OTAN. Y para ello practica el más descarado terrorismo de estado: un terrorismo “blando”, como en América Latina, mediante el apoyo y subvención de golpes de estado que intentan presentarse como no militares, y un terrorismo descarado y sangriento como el que practica directamente desde sus bases y portaviones o a través de Israel o Arabia Saudí, en el Asia Occidental.
Es perfectamente lógico, y justo, que Irán haya calificado al Pentágono como una entidad terrorista. Porque lo es, no ya hoy con Trump sino también en los periodos de presidentes calificados de “progresistas” (no olvidemos, por ejemplo, que la guerra de Vietnam comenzó bajo el mandato de Kennedy y también con este tuvo lugar el intento de invasión de Cuba…)
Rota y Morón son dos puntos claves en la estrategia intervencionista de Estados Unidos en Asia Occidental, con sus grandes reservas de petróleo, y en África. Dos bases que en la última década han acrecentado su importancia. En Rota hay ya 4.250 militares y un millar de civiles norteamericanos. Ahora se anuncian 600 más junto al despliegue de otros dos destructores. Y es que Rota se ha convertido en punto esencial del llamado “escudo antimisiles”, diseñado para proteger a Estados Unidos y los países de la OTAN de hipotéticos ataques de Irán, Corea del Norte o la misma Rusia (?). Desde Rota y desde Morón parten, respectivamente, barcos y aviones en misiones militares sobre países árabe-islámicos y africanos.
Los sucesivos gobiernos españoles del PSOE y el PP han venido colaborando con esta estrategia imperialista y agresiva sin intervenir para nada en el para qué son utilizadas las bases en nuestro territorio. También vendiendo armas a países que son peones, en esas zonas, de Estados Unidos e incluso enviando efectivos militares a decenas de lugares con conflictos bélicos, algunos de extrema gravedad, para demostrar que somos “leales aliados” –en realidad sumisos satélites-. Todo ello sabiendas de que millones de andaluces de las comarcas en que ese encuentran Rota y Morón (la bahía de Cádiz, la campiña sevillana y la propia ciudad de Sevilla) corren grave peligro de recibir ataques de represalia o de sufrir acciones terroristas de los enemigos de la superpotencia yanqui.
Y no digamos cual ha sido el papel de los gobiernos “autónomos” andaluces. Ni la más mínima muestra de preocupación, menos aún de crítica por suave que esta fuera. Amén a todo, porque no es “asunto sobre el que se tiene competencias”. Ahí está el problema, precisamente. ¿Qué autonomía es esta que no puede (ni quiere) expresar siquiera incomodidad ante el riesgo, cierto y cada día mayor, para Andalucía de estar siendo utilizada como catapulta de acciones agresivas contra otros países? El tema de la soberanía sobre el territorio (de la capacidad de decidir a qué se dedica, y a qué no, este, y no solo a nivel productivo) se convierte en clave. Es al menos paradójico que a tantos “patriotas españoles”, a los que les arde la sangre con solo pensar en que se cuestione la soberanía española sobre alguna parte del territorio nacional, les deje fríos el que sean tropas extranjeras las que actúen soberanamente en Morón y Rota.
En Andalucía se nos llena la boca afirmando que nuestra cultura es una cultura de paz. De paz y de esperanza. Lo dice nuestro propio himno y se expresa en nuestra bandera. Una gran verdad sobre la que hay, sin duda, que insistir. Una verdad que es frontalmente incompatible con el militarismo y con que nuestro suelo sea utilizado para realizar acciones agresivas contra otros pueblos. Y aunque solo sea por instinto primario de conservación, deberíamos exigir cada día la eliminación de las bases. Estas no solo cuestionan nuestra dignidad como pueblo sino que también ponen en peligro nuestras vidas.