Acabo de leer el libro de María Sánchez «Tierra de mujeres», fue una recomendación de mi amigo Agustín Coca. Voy a contar una anécdota: cuando era joven, los libros que me impresionaban terminaban estampados en el armario de mi habitación. Todavía está rota su luna en mi vieja casa pues no soportó el impactó del final de El amor en los tiempos del cólera. Más tarde catalogaba los libros de excelentes cuando me provocaban horas y horas de reflexión; si venían acompañados de debate le poníamos la guinda al pastel. Ahora me encantan los libros cuando de ellos tomo notas y me provocan la necesidad escribir. Este ha sido el caso de «Tierra de mujeres» de María Sánchez. Escribir de mujeres como lo voy a hacer siendo un hombre puede, en principio, no parecer fácil pues la historia de las mujeres siempre la hemos escrito los hombres y podemos tener cierto complejo de intrusos, lo que nos lleva al retraimiento y postergación ante problemas de relación de género que nos compete a ambos. Por cuestiones personales, que no vienen al caso, estoy vacunado contra ello y me apetece escribir sobre el tema.
De mi abuela paterna recuerdo que le encantaban los melones y las sandías, salieran buenas o malas; también una expresión impactante: decía que lo que hacía falta es que Dios no nos mandara lo que somos capaces de aguantar. Ella soportó que los sublevados mataran a su marido y crió a cinco hijos. Mi abuela materna tuvo la capacidad de sacar adelante otra familia con otros cinco hijos bajo el aplastante machismo de la época, sin que se apagara su irradiante luz y sin que se notara demasiado la docilidad de mi abuelo. Además, cuidó de mí sin saber lo que eran conceptos como solidaridad familiar o familia de base ancha. Mis tías maternas, amén de colaborar en esa labor, también se adaptaron al machismo imperante, como el resto de mujeres pobres. Una era la fuerte de su familia, pese a que en el ámbito público el marido era el duro; otra tiraba de la vida familiar mientras que al hombre se le “encartaba” la calle o emigraba, aunque ella no supiera decir frigorífico; la tercera respiraba para no ahogarse fuera en Alemania o donde su marido se trasladara y la última irradiaba y repartía todo el cariño y la solidaridad que la familia necesitaba. En cuanto a mis tías paternas las dos hermanas de mi padre no solo resistieron el asesinato de su padre por los rebeldes en la Guerra Civil y la insidia intrafamiliar que el asesinato provocó, sino también el exilio forzado que en los años sesenta se vieron obligadas a tomar. Las otras dos a una la tengo como el prototipo de la resistencia y la adaptación y a la otra de como se puede ser la mejor persona del mundo, asumiendo los roles de la época. Todas aguantaron todo lo que el equilibrio les envió.
Mi madre es la persona más fuerte, más lista y más comprometida con su familia que he conocido en mi vida. Mi compañera es una inconformista nata que nunca ha aceptado las condiciones impuestas por donde la colocaron en la casilla de salida de su vida. Ninguna de estas “mis mujeres” pudieron vivir un clima de libertad decente, pero todas lucharon por ella. Mi hija es la mujer de mi entorno más libre, preparada y comprometida socialmente que he conocido. Por lo menos por este campo progresamos adecuadamente.
El libro de María Sánchez concluye que la España rural, vaciada, marginada… sobrevivirá en la medida que lo hagan sus mujeres. Creo que lo mismo que le ocurre en nuestra Andalucía. La clave reside en ellas. Ellas accedieron al mundo laboral aunque tuvieron que compaginarlo con el peso de las tareas del hogar, soportando un doble trabajo, remunerado sólo uno. Ellas posibilitaron con su opción por la modernidad que bajara la natalidad, que tantas consecuencias tendría, pese a que muchas veces incluyó duras renuncias personales. Ellas consiguieron su liberación gracias a su implicación personal en el mundo educativo y laboral, sin embargo tuvieron que soportar muchos techos invisibles…
Ahora tenemos una nueva generación de mujeres emancipadas y libres (aunque resta mucho camino por andar) que nos enorgullece a padres y madres, pero que ellas tienen que ser conscientes que sin el sufrimiento y la humillación sufrida por sus bisabuelas, abuelas y madres, no hubiera sido posible esta ingente tarea. En su ADN llevan el gen del aguante. Es la misma consideración que sostiene María Sánchez en su libro Tierra de mujeres. Tesis tan básica, tan clara, tan sencilla, tan esencial, tan simple, tan de “perogurullo”,… tan necesaria.