El flamenco, como cante nacional de Andalucía, viajó al nuevo continente para regresar empapado de nuevos ritmos y melodías desde unas tierras que se dieron en llamar la “Nueva España”. Del mismo modo, ese “género” identitario propio de estas latitudes sumó a sus raíces -judeo, andalusíes, moriscas, jornaleras y gitanas- el rico aporte del enérgico compás del África continental. El símil, si me lo permiten, escenifica la permeabilidad de una singularidad expresiva que ha sabido nutrir su relato al paso del tiempo, y enriquecerse cual proceso de aculturación que sintetiza memoria y presente para proyectarse renovado hacia el futuro.
Algo parecido sucede con el andalucismo. Somos lo que hemos sido y seremos de lo que somos. Somos herederos y deudores de un legado blasinfantiano; pero no por eso, cometeríamos el error “infantilista” de trasladar sus postulados, tal cual, al siglo XXI. Somos testigos -también- de los éxitos y errores en lo que he dado en llamar el sexenio autonómico (1977-1982). Me explico.
Desde los andalucistas de salón que, como culturetas puros huyen de las legítimas contradicciones de toda puja política y electoral; hasta aquellos centralistas revestidos ahora de todo el barniz verdeyblanco que su demoscopia sea capaz de aguantar; pasando por el andalucismo autonómico de juegos floral, intuitivo, interclasista y desideologizado… todos, hoy todos, presumen de andalucistas en un escenario donde sobran los Papas y sus hisopos. Falta gente valiente y comprometida en el tajo diario. Los que luchan toda la vida, para fraseando a Brecht.
Ante todo este tutifruti, en muchos casos de sabores amargos por reaccionarios y aderezado con pizcas de ensoñaciones; ante este instante ilusionante que vivimos, justo después de décadas de pregonar en el desierto… cabe considerar que, quizás, estamos demasiado anclados en un pasado -al que también hay que dignificar- y en la justificación de nuestros fundamentos más que en saber leer lo que está sucediendo hoy con lo que nos demanda la realidad. Estamos más varados en los que pudimos ser que en lo que debemos y podemos llegar a ser. Más en creer que en crear los relatos que necesitamos para ganar el futuro y sacudir un tablero de jaques y enroques permanentes. Antes de saber dónde vamos convienen saber porqué hemos llegado hasta aquí.
A imitación de cristianos viejos o nuevos, algunos disfrutan ejerciendo como miembros del cuerpo nacional de inspectores y, emiten certificados sobre quién debe o puede definirse como andalucista. Son los espíritus puros y revolucionarios del me gusta que acreditan la supuesta pureza de su linaje y limpieza de sangre, añorando hechos pasados y arriesgando poco en el presente. Me pregunto, siendo autocríticos, si estamos demasiado atrapados en un pasado llámese 4D o 15M, como para no ser capaces de más creatividad social y política.
En ambos hitos citados, método y objetivos continúan vivos en el quehacer político y, no es que hayan muerto las ideologías, sino que igual ya no nos valen hoy análisis propios del siglo XIX. La clase obrera no es solidaria, como tampoco los barrios obreros son más sensibles al voto de izquierdas. Escuece encontrar desarraigados repitiendo los mantras de la ultraderecha. Duele. Pero los tentáculos invisibles del neoliberalismo y de muchos poderes fácticos incrustados en el capitalismo, hacen muy bien su trabajo actuando desde una sombra donde lo manejan todo. Por tanto, todo andalucismo que se precie debe cuestionar y ofrecer alternativas a ese escenario que nos condena a la precariedad, la supervivencia y el individualismo. Esa es la erótica del andalucismo. Al igual que desde la izquierda que se dice alternativa debe revisarse formatos, códigos y discursos convencionales; y no porque no sean oportunos, sino porque cual David pueden llegar a traducirse en cantos de sirena, tan inútiles como obsoletos por dogmáticos, ante un Goliat siempre seductor y destructor. La comunión entre andalucismo de clase y toda izquierda que se sienta diferente debe tender puentes entre el consenso, el trabajo en equipo y la lealtad mutua. Todo lo que no sea eso ni empieza ni acaba bien. En política, no por correr mucho se llega antes y, conviene elegir entre el constante tejer y destejer de Penélope o el ovillo de Ariadna para salir del laberinto. Usted elige. Mientras tanto, le invito reflexionar juntos.