Aunque el Día Nacional de Andalucía es el 4 de Diciembre, el 28 de Febrero es un día a conmemorar y a celebrar porque el pueblo andaluz ganó, hace 45 años, una gran batalla política contra la discriminación y el ninguneo de Andalucía en la Constitución del 78. Otra cosa es la oficialización de la efemérides, su banalización y la ocultación de que, muy pronto, lo conquistado fue traicionado por los grandes partidos que recortaron drásticamente su alcance, como se refleja en un Estatuto alicorto e insuficiente como instrumento para enfrentarnos a nuestras muchas y graves necesidades.
Como tantas otras cosas de la historia reciente (y también de la no reciente) de este país nuestro, el 28F se ha mixtificado y manipulado al servicio de intereses ajenos a los nuestros y como parte de la lucha partidista. ¡Incluso se llega a afirmar (como si todos fuéramos idiotas) que la Autonomía que tenemos traduce los sueños del 4D, del 28F y del propio Blas Infante! El cloroformo empezó a inyectarse en nuestro pueblo desde el día siguiente mismo de aquel referéndum porque los grandes poderes económicos y políticos se alarmaron ante la posibilidad de que los andaluces dejáramos de ser débiles pajaritos y nos convirtiéramos en tigres de Bengala (para utilizar la metáfora del inolvidable Carlos Cano).
Los actos oficiales de hoy reflejarán, una vez más, la distancia casi infinita entre la Andalucía oficial y la Andalucía real, entre tanto bla-bla-bla fabricado en los gabinetes de publicidad de los partidos y la situación de nuestras gentes. Reflejarán, también, la desvergüenza de casi todos los que se sientan en el parlamento andaluz o reparten medallas y abrazos al vestirse hoy con el disfraz de un supuesto andalucismo, impostado y vacío, con el que tratan de esconder su desinterés por Andalucía en todo lo que no refiera a su utilización en la lucha interpartidista.
Y también es muy preocupante que la mayor parte de las organizaciones y personas que detectan las consecuencias de nuestra dependencia económica y de nuestra subalternidad política parezcan incapacitadas para emitir un diagnóstico más allá de la protesta y la indignación. Sin un análisis adecuado de cuáles son las raíces de los problemas, y no quedándonos solo en señalar los síntomas, toda reivindicación se muestra estéril o se reduce a la repetición de eslóganes destinados a conseguir simples paliativos. Lo que lleva a la frustración y deja a muchos andaluces, sobre todo de las generaciones más jóvenes, en manos de la demagogia reaccionaria de la extrema derecha.
Partir de que a Andalucía se nos ha impuesto el papel de colonia interna del Estado español es algo imprescindible. Entender cómo esto se concreta en un triple extractivismo, a la vez económico, cultural y político, se hace indispensable y urgente. Lo que supone asumir que no hay otro camino que empoderarnos como Pueblo, que organizarnos de forma independiente de las franquicias o delegaciones de los partidos y organizaciones que tienen su central en Madrid y su objetivo en la Moncloa. Lo que pasa por el rechazo de esa otra demagogia de una supuesta unidad de la izquierda; que no es tal sino una prisión que impide a muchos andaluces de izquierda ser nosotros mismos y defender lo nuestro por encima de cualquier otro objetivo.
Existen, sin duda, muchos obstáculos para consolidar unos cimientos válidos para avanzar en nuestra construcción nacional. Uno de ellos es el permanente dominio de la ideología del nacionalismo de estado español, que nos considera como una simple región o un territorio y no como un pueblo con identidad histórica, identidad cultural e identidad política, es decir, una nación con derecho a ejercer libremente su soberanía. Otro es la persistencia de la mayor parte de la que aquí se autodefine como izquierda en mantenerse dentro de ese marco (aunque el 4D, el 28F y siempre que les conviene para extraer votos se disfracen con la verde, blanca y verde y hasta no tenga pudor en suscribir manifiestos en el que se incluya la palabra «soberanía», diluyendo el significado político del concepto).
Hoy, 28F, deberíamos estar en este debate, sin perder demasiado tiempo en criticar cómo lo festejan las instituciones o en visibilizar una falsa (o en todo caso estéril) «unidad” que no puede existir, salvo para cuestiones muy concretas, porque las miradas a nuestra realidad parten desde lugares e intereses muy diferentes. Hay mucho -casi todo- trabajo por hacer.