Arde mi Andalucía

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El monte arde mientras la inversión para realizar los trabajos precisos durante el invierno se reduce de forma astronómica. El monte arde mientras siguen sin contratar a los especialistas forestales que precisan las labores de extinción. Arde ante la ausencia de camperos y camperas expulsadas de sus campos. Arde sin ganado pastoreado que mantenga a raya la maleza. Arde entre venados, jabalíes y gamos que huyen despavoridos como últimos habitantes del matorral que creció esperando los calores y el fuego.

El monte andaluz, sin gente, está a la espera de que le disparen el tiro en la nuca. Es cuestión de tiempo que, en la soga de presos, sea sentenciado a muerte y pasto de las llamas. Algunos montes, que cuentan con alguna gente de vez en cuando, como los alcornocales, resisten con más empeño, pero cada vez con menos defensa. La seca, la falta de otros aprovechamientos que quiten maleza y combustible, la densidad de especies cazables, la desprofesionalización de algunas tareas, la falta de inversión en ruedos y veredas… el latifundismo absentista, la desafección de sus propietarios y administradores, la naturalización de los espacios antrópicos, la mala gestión…provocan que estos montes esperen entre los que componen la siniestra cola. Tienen el turno cogido para ser envueltos, como nada cambie, por los brazos de las voraces llamas.

La inversión de la administración pública en su ámbito central, autonómico o local se reduce para una gestión que no evita el final distópico de Andalucía. Mientras arden los montes, algunos de nuestros paisanos ponen su esperanza de que algo cambie en partidos de derecha o extrema derecha, que como VOX, negacionista del cambio climático, defienden la desinversión pública y el abandono de nuestros campos a los intereses de las minorías privilegiadas. Alimentan a esos partidos que se nutren con los vómitos provenientes de la desafección y el ninguneo. Organizaciones que traducen la rabia por los latigazos de los que nos gobernaron ayer y siempre, en bulos, que van ahora contra otros pobres sean asiáticos, amerindios, magrebíes… Partidos que popularizan mentiras que cabalgan de móvil en móvil a través de embustes y memes entre nuevas y viejas generaciones que se creen a señoritos barbados con muchos huevos y mucha inquina. Opciones políticas que ayer mataron en paredones a cualquiera que no comulgara con sus ideas de privilegio. Iniciativas políticas que dejan la palabra a un lado, la ternura y la igualdad, para poner en el centro a Dios y a la Ley de sus cojones para sembrar con miedo las hambres venideras.

Mientras mi tierra arde, también siento el latido de esos otros y otras andaluzas. Las que sí saben de igualdad y no olvidan. Aquellas que mamaron de sus gentes el pensamiento y la risa. Aquellas que construyen ideas y conjugan el vivir en primera persona del plural. Esas que cosen canciones, uniones y acciones, y piden salarios justos y que se gestione el monte con ellas, desde sus saberes y su memoria. Esos camperos y camperas que cuando dicen a juntarse no hay quien les pare y que no se equivocan porque saben quienes son los que en otros tiempos, y en estos, les roban el pan, la tierra y la vida.

Andaluzas y andaluces que no creen en los huevos ni en la inquina. Que se encontrarán al lado y sin fisura, más tarde o más temprano con otra gente que modela también con mimo cada rincón de esas sierras, para juntas darle vida al monte y hacerlo eterno. Que se saben solidarias con los pobres de aquí y de allí, con los de hoy y los de siempre. Esa gente que aun siendo poca, cada vez son más y más. Y que como ayer habrán de construir un mañana de esperanza, ilusión y vida en una tierra andaluza que hoy arde.