Lo radical, lo realmente innovador
sucede en nuestros márgenes.
María Sánchez
El tipo de valoraciones que mantenemos sobre la relación humano animal tiene mucho que ver con nuestras vivencias, con nuestro contexto próximo, con nuestra forma de vincularnos con el medio que nos rodea. María Sánchez en su libro Tierra de Mujeres, de lectura obligada para entender nuestra Andalucía de hoy y de siempre, apoyándose en el concepto de domesticidad de Richard W. Bulliet, plantea que hay una manera diferente de concebir el mundo asociada a las personas que conviven con los animales domésticos cotidianamente, distinta a las que no tienen esta relación (a excepción de sus mascotas).
En los pueblos andaluces, hay colectivos donde perviven formas de hacer, técnicas y tecnologías, saberes y narrativas que son muy frecuentemente opacadas por los discursos que emanan de los centros de poder. Otras veces, son otros colectivos los que obvian estas tramas humanas que modelan nuestros campos y sierras andaluzas. Y que en algunos casos llegan a tildar de explotadoras o crueles, las relaciones humano animales que, paradójicamente, se basan en el mimo y el cuidado, en el respeto y la convivencialidad.
Un caso paradigmático, lo encontramos con la establecida entre las personas y los animales en la arriería andaluza. Este colectivo profesional autónomo, apenas existe en otras regiones de Europa con monte mediterráneo. En Andalucía, se concentran en muy escasas comarcas y pervive gracias a la continuidad de prácticas forestales que precisan de la cabaña mular o asnal. Es frecuente encontrar la arriería en zonas productoras de corcho, el conocido como “oro marrón”, al precisarse para su acarreo desde el pie de árbol. En Sierra Morena perviven familias arrieras, cada vez más puntualmente, siendo progresivamente sustituidas por los medios de tracción mecánicos. Hoy, se concentran, mayoritariamente, en los pueblos de las escarpadas sierras meridionales andaluzas.
Los saberes que se asocian a estos animales se aprenden tras una vida compartida junto a ellos. Un arriero, un día que el viento fuerte de levante le ponía barbas a la Sierra del Aljibe, comentaba que lo primero que hay que enseñar al hijo es la vergüenza. Aclaraba: “el respeto y miramiento por el otro, por el ajeno, ya sea bestia o persona”. Este oficio, subrayaba, es un lugar de encuentro entre el animal y la persona que siempre lo tiene que presidir el mimo y el cuidado: “la bestia come antes que uno”, “se quiere como si fuera de la familia”, “hay que cuidarla trabaje o no trabaje: como si de una zagal chico se tratara”. Pragmáticamente, estos animales sirven al fin para el que se emplean, lo que no implica que se desatiendan: “hay que echarle el peso que cada animal soporte” “¡Como las personas que andamos con ellas!, ¡Que cargamos, pero… cada cual lo suyo!, ¡Que no somos todos de la misma condición!, ¡Y Fulano no carga lo que Mengano, como mi mula Lunera no es como la Espabilá!”.
Los conocimientos de las personas arrieras, esos “catedráticos del mundo equino”, pasan por campos tan diversos como la cirugía, la veterinaria, la distinción de variedades botánicas y la realización de ungüentos para curas. Saben de herrajes y costuras talabarteras, indispensables para aparejos; de amarres, nudos y cargas; de tratos y de entenderse con el otro, a las duras y a las maduras.
Sus grupos domésticos se extienden entre compadres y comadres, articulando en la geografía andaluza una red de solidaridades y ayuda mutua, tan precisa en los momentos malos, como gratificante en los buenos. El mundo de la arriería, a pesar de su crónica invisibilización, es, también, un mundo de mujeres. Ellas pusieron y quitaron los jatos, atienden a hombres, hijos y animales. Apañan comidas y almuerzos, ropas y cuidados. Y existen arrieras que como las pastoras o ganaderas, como la gran mayoría de las mujeres de nuestra tierra, nunca fueron tenidas en cuenta para narrar nuestra historia.
¡Qué lejos y qué cerca están esos otros mundos silenciados de nuestra tierra! se lamenta María Sánchez. Denuncian en una canción, Muerdo y Rozalen, la postura de esos “… intelectuales que hablan en la capital [que], van de revolucionarios, teorizan en lo ajeno, son parte del problema, aunque se nieguen a verlo”. Es hora de escuchar y atender. De no criminalizar, ni juzgar relaciones humano animales desde la estrechez del desconocimiento. Es imprescindible evitar la exclusión de las que conocen de forma distinta saberes, que han de servir para tejer un mañana, entre todas. Urge modelar juntas un mundo y una Andalucía viva, igualitaria y Libre.