En los últimos días, meses, e incluso años, el sindicato vasco ELA está promoviendo huelgas y luchas laborales en el sector del comercio y distribución textil (no sólo en este sector, claro, pues es el sindicato mayoritario de la economía con más huelgas de Europa). En tiendas del País Vasco y Navarra de Stradivarius, Bershka, Zara, Pepe Jeans, Springfield, H&M, Oysho o Desigual se están produciendo huelgas. Además, las trabajadoras escenifican “Los domingo al sol en el comercio” en las puertas de centros comerciales en defensa de la no apertura de tiendas en domingos y festivos.
La situación del comercio, tanto en estos territorios como en Andalucía, ha empeorado considerablemente en los últimos años. En unos se visibiliza la situación con el impulso y colaboración de organizaciones sindicales. En otros, como desgraciadamente Andalucía, la situación de precariedad y sufrimientos de estas trabajadoras no sale de las tiendas, de sus casas, de sus vidas. Hablamos de un sector feminizado que está sufriendo las consecuencias de la digitalización y automatización de las tiendas. No es el único caso en el que la digitalización y automatización está provocando precarización y desempleo. Ni mucho menos.
No se trata de estar en contra de la «automatización» o la “digitalización”. La cuestión es para qué se utiliza la máquina, el robot, el artilugio pensado por el ser humano para que haga cosas que antes las hacía el propio ser humano. Si es para aumentar los beneficios del capital, único objetivo en la economía capitalista, lógicamente todo irá a peor para las inmensas mayorías. Si la digitalización es una herramienta para la mejora de la Vida, bienvenida sea.
Es evidente que la automatización y herramientas de redistribución como la renta básica podrían ir de la mano. Es completamente compatible la digitalización y distribución de todas las riquezas y los tiempos de vida. Nada lo impide. Bueno sí, claro que algo lo impide y se llama economía capitalista. Por tanto para que la digitalización y la automatización cumpliera con el objetivo lógico de la mejora de la vida de las personas tendría que ir acompañada de una transformación del sistema socioeconómico. De lo contrario, como dice M. Roberts:
«La automatización bajo el capitalismo significa una pérdida significativa de puestos de trabajo para aquellos sin cualificaciones educativas (la educación es ahora cada vez más cara) y afecta a los peor pagados. Bajo el capitalismo, el objetivo es impulsar la rentabilidad (y ni siquiera la productividad, ya que gran parte de la automatización puede reducir la productividad). Y se está utilizando para controlar y supervisar a los trabajadores en lugar de ayudarles a llevar a cabo sus tareas. Solo la sustitución del afán de lucro podría permitir que la automatización y la robótica ofrecieran beneficios reales en forma de horas de trabajo más cortas y mayores bienes sociales.»
Cada vez más gente tenemos claro que la crisis medioambiental, climática, de materiales ha venido para quedarse. Que tarde o temprano ejercerá de límite para la acumulación de capital (la deseada colonización espacial no ha dado los resultados esperados). Pero claro, ese límite, si no lo evitamos, significará muchísimo más sufrimiento para unas que para otras. El ecofascismo en ciernes hará que la violencia, precariedad y sufrimiento se extiendan a lugares y espacios de vida en los que hasta ahora hemos disfrutado de bienestar.
Por tanto, y en resumidas cuentas, el problema no es la digitalización, la automatización, el problema, claro, es el capitalismo, la soberanía del Capital sobre el conocimiento, los recursos, el trabajo, las personas, la Vida. Otro mundo es imposible con capitalismo y todo, o casi todo, es posible sin este sistema socioeconómico que mata y nos mata.
Es hora de plantear los problemas sociales con los marcos y contextos adecuados. Y, sobre todo, cambiando los objetivos reales y desvelando las retóricas de los actuales irresponsables políticos y mediáticos. El fuego, la guerra, la energía, la alimentación, el deshielo no son temas para tratar en platós de televisión cuyos objetivos son las audiencias; tampoco lo son los parlamentos cuyos objetivos son los votos necesitados de financiación. Es hora de pensar de manera adecuada en las Grandes Cuestiones. Como dijo David Graeber: «durante mucho tiempo pareció haber un consenso general acerca de que ya no podíamos formularnos Grandes Cuestiones. Cada vez más, parece que no tenemos otra opción.»