Cuando se tiene oportunidad de conocer diversas fiestas y ritos desde dentro, se entiende que un rasgo, una característica importantísima es el valor de la tradición. Un criterio que tienen los más fervientes admiradores de los eventos más apegados al terruño consiste en conservar y repetir lo que se hace desde mucho atrás. Lo más ortodoxo, el sumun, es lograr que persista lo de antes. Tal como lo aprendí, tal como se lo quiero dejar a mis hijos. El que gusta de esas fiestas disfruta al comprobar que se repiten los olores, los momentos, las escenografías, los tiempos. Pasar por los mismos sitios, en los mismos horarios, comprobar que sigue ahí el icono. Baste pensar en Semana Santa, en Romerías, en Fiestas Patronales.
El carnaval en cambio necesita reinventarse cada año. Mantiene una estructura básica, pero la esencia de la fiesta consiste en la novedad, el pasmo, el ingenio, la actualidad, el giro inesperado. El carnavalero quiere sorprenderse en cada edición. Las agrupaciones de teatro, del desfile, de calle, tienen la obligación, si quieren ser recordadas, o al menos consideradas, en meter ingredientes nuevos en su coctelera. Que cada disfraz, cada copla, cada baile, cada chiste, cada brillo suene renovado. En el Carnaval lo que causa el mayor de los repudios es el plagio o la repetición. Así queda plasmado en las reglas del juego, en la calle, en los mentideros y en las bases de los concursos. “Caiga la rosa con sus espinas en la tierra y le dé vida a una savia nueva” que diría Martínez Ares.
Tienen así los autores de carnaval una tremenda responsabilidad y un objetivo mayúsculo. Tienen que afrontar cada año un reto de inconmensurable valía. Cierto es que se crean cada vez las músicas, las letras, los patrones, los tipos, pero no pueden crearse autores cada año. Por eso, ciertas agrupaciones llevan asociada una marca de la casa, un estilo. Pero al autor que le pierda fuerza su manantial de creatividad está perdido y supone una losa, una frustración increíble. La afición espera mucho, él siempre se exige más.
Los autores asumen un papel muy reservado, muy discreto. Todo su trabajo, tantas horas de reflexión, de construcción, de hilar ideas, queda garabateado en unos papeles. A veces, ni eso. Después, los ajustes para llevarlo a las tablas del teatro, a los adoquines de la calle, para que la obra sea sometida a algún elogio y muchas críticas.
Una aclamación, un aplauso, un reconocimiento modesto desde aquí a las autoras, a los autores del carnaval andaluz, corazones que bombean sangre nueva, creatividad a raudales, que es el alma de la fiesta en cada edición de Carnaval. Que no nos falten porque son la fuente de la que todos disfrutamos. Son los artífices, los portadores de la ilusión de todos, son los que otorgan brillantez a esta fiesta demasiado efímera, pero que desgrana cada año lo fundamental de la sociedad andaluza, española, mundial. Un análisis somero de las coplas, los tipos, los disfraces del Carnaval puede convertirse en el mejor resumen sonoro y visual del año.
Reconocer públicamente la labor de los autores, de las autoras de carnaval es de justicia básica. Cuidarlos, valorarlos, reconocerlos es dar prestigio a la fiesta, a esta tradición nueva de cada año. Es importante darles soporte, salvaguardar su obra. Alimentar la cantera mediante formación específica es apalancar la fiesta del carnaval, pero, sobre todo, fortalecer las alas de la creatividad, la capacidad de reírnos de las desgracias, la alegría de vivir, de las más fuertes y diferenciales señas de identidad de Andalucía.