En el interior de la comarca de la Janda de Cádiz, donde vivo, suelo ver grandes grupos de trabajadores del campo, a veces cerca de cien, que escardan las malas hierbas o sacan puerros bajo “el calor terrible de Andalucía” que escribía Brenan. La imagen me recuerda a Blas Infante: “Yo tengo clavada en la conciencia desde la infancia la visión sombría del jornalero.”
Es muy conocida la visita del de Casares a Casas Viejas después de los sucesos de enero de 1933. Se acercó a la corraleta de Seisdedos, donde habían asesinado a 20 jornaleros de los 28 muertos. Recogió un rosal que milagrosamente se había salvado de la masacre y lo sembró en su casa de «La Alegría» en Coria. La esperanza, como en la caja de Pandora, es lo último que se pierde: “El rosal de Seisdedos no ha dado rosas rojas, ha dado rosas blancas”. Pero el optimismo duró poco. A Blas Infante lo asesinaron los vencedores de la Guerra Civil y posteriormente el rosal abandonado se heló. En octubre de 2010 Juan Pérez Silva, el hijo de la Libertaria, y María Ángeles Infantes, a instancias de Antonio Ramos Espejo, volvieron a sembrar otro rosal blanco en el mismo lugar. Pero, aunque es menos conocido, en esta misma visita Blas Infante también se indignó ante la iglesia que estaban construyendo los propietarios, cuyos nombres de los principales donantes aparecían en las basas de las columnas abocinadas. “…. Casas Viejas, donde se dio el contrasentido de levantar una costosa iglesia cuando los trabajadores desfallecían de hambre…” dijo en un mitin el 28 de febrero de 1933 en el frontón Betis de Sevilla.
Mucho tiempo después, en 1983, con motivo del 50 aniversario de los sucesos, la CNT Andalucía, hoy CGT, colocó un monolito en la plaza central del pueblo, a unos cincuenta metros de la iglesia. El acto constituyó un gran precedente del potente movimiento memorialista que arrancaría en el siglo XXI. Allí en un azulejo se podían leer estos versos de Miguel Hernández: “¡Jornaleros!/España, loma a loma,/ es de gañanes, pobres y braceros./ ¡No permitáis que el rico se la coma!/ ¡Jornaleros!”. El monolito tras numerosas vicisitudes terminó exiliado en la nueva plaza de los Jornaleros. Desde entonces han sido muchos los intentos que parte de la sociedad civil ha hecho para conseguir su restitución a su lugar original, todo ha sido infructuoso. Los nombres de los propietarios que sufragaron la iglesia, que luego les quisieron quitar las tierras y no pudieron siguen en la plaza principal de Casas Viejas viendo pasar el tiempo, como la puerta de Alcalá.
Pepe Pareja cierra el libro de Mintz “Los anarquistas de Casas Viejas” con un cuento-parábola. «Durante cincuenta años, hemos estado podando las ramas del árbol social cuyos frutos crecían envenenados, y no hemos mejorado nada… Tenemos pensiones, casas baratas, salarios ajustados de acuerdo al tamaño de la familia, pero todo es en vano, todo vacuo. Podamos los miembros, cuando el problema reside en la raíz.» En octubre de 2018 han llegado desde el museo Smithsoniam de Washington los documentos que Mintz utilizó para la realización del citado libro. Se ha podido comprobar como Mintz para no hacer tan explícita la ideología de Pepe Pareja no pone la última frase que sí aparece en el citado documento: “The riches are poorly distributed”. Se podría traducir por las riquezas están mal distribuidas.
Cuando veo filas de jornaleros trabajando en las condiciones infernales del verano en las explotaciones agrarias tan modernas de la Janda, me da por pensar que los turistas que se acerquen a la plaza principal de Casas Viejas no podrán leer el inútil consejo de Miguel Hernández a los jornaleros para que no dejaran que los ricos se comieran España. Parece claro que el problema está en la raíz, al estar las riquezas tan mal distribuidas. Pero, además de los bienes tangibles, también se han apropiado de la historia. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin identidad. Un pueblo sin identidad no es un pueblo, es un conjunto de individuos. Y a un conjunto de individuos es más fácil dominarlos que a un pueblo.