Ayer iba en el metro y tuve el impulso de buscar en YouTube una copla de Carmen Sevilla. Hoy me hubiera parecido premonitorio si no fuera porque lo he hecho ya otras veces, aunque es verdad que la cantinela pegadiza del anuncio de Philips –familia filí- llevaba tiempo sin asaltarme. Fue porque venía de visitar a mi abuela, que siempre me evoca estas cosas. En los últimos años, también he sentido esta corazonada al contrario: cuando he leído alguna noticia sobre Carmen Sevilla –casi siempre, referente a su estado de salud-, he pensado automáticamente en mi abuela. Es como si mi cabeza hubiera creado una especie de ruta directa que asocia a mi abuela con Carmen Sevilla y viceversa. En realidad la asociación es un poco arbitraria porque mi abuela nunca ha expresado un interés particular por Carmen Sevilla. Creo que lo conceptualizo así porque en el paso por esa ruta me veo yo, sentada frente al televisor con los piececitos descalzos en la sillita de enea y con cualquier camiseta grande de propaganda que me sirviera de vestido. Tengo un recuerdo de la tregua que a esa hora daban los veranos, con el fresquito colándose por la puerta abierta del corredor, el sonido de un huevo crujiendo al cascarse y el chisporroteo del aceite saltando en la sartén. Entonces llega mi abuela con un bollo calentito, arrastrando un poco los pies de la cocina al salón y nos sentamos a cenar con un cupón en la mesa, casi al mismo tiempo que Carmen Sevilla aparece en la pantalla.
También hace tiempo que mi abuela, como Carmen Sevilla, se fue a algún lugar que a veces cuesta descifrar desde fuera. Sin duda forma parte de mi presente, pero para reconocernos de alguna manera tenemos que recurrir a viejos códigos. Dicen que primero se van los recuerdos inmediatos, que durante algunos años prevalecen los antiguos y que la música es lo último que se olvida. Hace al menos una década que la copla es mi tabla de salvación para sentir que hay siquiera un hilito que me conecta de manera emocional con mi abuela, aunque la abrace fuerte desde el plano físico. Escuché tanto las canciones para poder sacarle un tarareo que, a día de hoy, siento que me ha marcado hasta el punto de que mi realidad, incluso académica y profesional, sería totalmente distinta si no hubiera existido ese vínculo de asociación espontánea entre mi abuela y Carmen Sevilla.
Hay mucho de doloroso en estos procesos, pero me produce un sentimiento de paz extraño pensar que con unas pocas herramientas básicas como el afecto, la mirada o la sutileza de una cancioncilla de fondo, es posible construir espacios de cuidado y dignidad, cuando la complejidad de la vida y las relaciones humanas se muestra tan frágil. Ojalá todas tuvieran su copla a la que agarrarse.