Carta a un amigo productivista, sobre trabajo turístico y oficios con maestría

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Estimado amigo. Ya conoces que regresa el ladrillo y amenaza lo que va quedando del litoral. Hay proyectadas promociones turísticas en la costa gaditana. Si se construyen, se crearán “puestos de trabajo”. Pero, necesariamente, caerán alcornoques. Y es el caso que he sabido de la lucha de muchxs corcherxs gaditanos por conservar el alcornocal, su medio de vida. El descorche es uno de los pocos oficios que quedan en el campo, implica un saber que hay que adquirir de un maestro corchero, y ennoblece, identifica y arraiga al lugar, a la par que lo cuida, árbol a árbol. Puede decirse pues que es un oficio a favor de la biodiversidad. Por estas razones, creo que es una lucha de “ecologismo popular”, como la llamaría Joan Martínez Alier, y tendría que sumarse al mapa de causas de justicia ambiental en el mundo (https://ejatlas.org/).

Mi padre, campesino hasta los huesos, dominó el oficio del descorche. Amaba sus saberes y se embebía en ellos, pero he comprendido después que no les daba valor: la creencia, ya dominante entonces, en la “modernización” le había probablemente convencido de que era solo “un campesino atrasado”. Y supo también de ladrillos. Los dos, codo con codo, fuimos peones de una pareja de albañiles que rehicieron nuestra casa ¡Oficio noble también construir moradas para la gente! Evoco ahora la bonhomía de aquellos albañiles y las muchas bromas que hacían al mozalbete peón. Me gustaba verlos poner ladrillos con su parsimonia antigua. Los peones, a poco que fueran “agilados”, ascendían pronto a maestros, como ocurre todavía hoy en las cuadrillas de corcheros, porque tienen también la escala adecuada, son pequeñas: lo pequeño es hermoso, dijo un sabio.

Pequeñas y parsimoniosas cuadrillas han hecho y rehecho nuestros pueblos blancos y han mantenido el alcornocal. Los albañiles edificaban distinto cada vez, hilvanando modelos heredados y aprendidos de otros maestros, según un intercambio amigable, sin patentes ni zarandajas. Así son nuestros pueblos, todos iguales, cada uno inconfundible, como los quería Heráclito… hasta que han llegado los polígonos, las barriadas y las urbanizaciones turísticas de los promotores del Crecimiento Productivo. Polígonos y barriadas indistinguibles e igualmente feas, que, por si fuera poco, han interrumpido el ciclo milenario de aquellas parsimoniosas cuadrillas. Sus continuadores hoy son grandes cuadrillas destajistas que deambulan perdidas por no-lugares en pos de la penúltima urbanización poligonal.

También el oficio del descorche está amenazado, porque se mueren los alcornoques, porque los amenazan los polígonos y porque ya han inventado una máquina que los descorcha. Pero sé por amigos que estos corcheros ya no son como aquella generación de albañiles y campesinos anonadados por la “modernización”. Estos, y las mujeres que se están incorporando a las cuadrillas, sí son conscientes del valor de su saber y han comprendido que la belleza del alcornocal no tiene que sacrificarse a ninguna “modernización”.  Y se han organizado en ACOAN para defender su medio de vida y su paisaje.

Pero me temo que la mayoría de lxs corcherxs creerán también que lo que hacen al descorchar es “trabajar” y que, por ende, son trabajadorxs u obrerxs, y que forman parte de la “clase trabajadora”. Es el efecto de la extendida creencia de que toda la diversidad de actividades que implican transformación y elaboración de cosas son en esencia lo mismo, “trabajo”. Y seguramente que, creyéndose parte de la “clase trabajadora”, crean también que son artífices indiferenciados y sumatorios del progreso de la civilización. Esto de que el “trabajo”, ese saco de actividades homologadas y sumables, es lo que “produce” el mundo tiene miga, porque, si la persona en cuestión se piensa como “trabajadora”, nada le lleva a distinguirse de ese conjunto de contribuidores sumatorios y desidentificados de la “clase trabajadora”. Cosa muy distinta ocurre si se piensa como corcherx (o como zapaterx, sastre, guarnicionero…), ya que, en este caso, son justamente sus singulares saberes los que conforman su identidad y, más importante, la idea de que descorchar (hacer zapatos, trajes, zurrones…) es una actividad sui géneris, no sumable a otras.

Pero piense lo que piense, creo que debemos tener nosotros claro que, si aún lxs corcherxs pueden mantener algo o mucho su identidad de tales es porque el grado de especialización de la actividad es mínimo y los resortes para su transmisión permanecen dentro de sus mismas cuadrillas. Esta situación es muy diferente a la de esas actividades hiper-especializadas, muy tecnificadas y segmentadas. En estas, el/la operaria es ya una pieza de un engranaje, y ha sido desposeída de los resortes para reproducir y transmitir la actividad. En definitiva, el corchero está mucho más cercano al modelo del artesano que esa operaria-pieza de engranaje, mucho más alienada. En tanto artesano, el corchero puede amar y embeberse en su hacer, algo imposible para los/as operarias-pieza, cuyo quehacer carece de aliciente alguno más allá del resarcimiento salarial.

Todas las tradiciones de pensamiento que creen en la Producción –y son todas a derecha y casi todas a izquierda- desprecian la autonomía de lxs artesanxs y el valor del saber de oficio. Y celebran el desarrollo tecnológico y la segmentación de los quehaceres, que supone fabricar “nichos laborales” para operarixs-pieza. Se extiende entonces la alienación y el desarraigo, hasta el colmo si lxs operarixs profesan el credo del Trabajo. En tal atmósfera no puede extrañarnos que prolifere un tipo humano más cercano al zombi que a la persona consciente y responsable; un zombi que, si se le pregunta por la conveniencia o fin de cualquier actividad, solo puede ya responder: “si da trabajo, bueno será”. No creas que tal deterioro ético-político ha infectado solo a lxs ministrxs: es una pandemia.

Sabes que he adjurado de la creencia en la Producción y el Trabajo. Pienso que hay que volver a singularizar las actividades, y reagruparlas de otro modo. A ello nos invitó Hannah Arendt en La condición humana. Y José Manuel Naredo, en Taxonomía del lucro, dice que hay que ir a una taxonomía de las actividades hoy comunmente llamadas «trabajo». Te regalo estos dos libros, para seguir la discusión, porque polemizo contigo por la amistad que nos une y para sembrarte alguna duda.

¿No crees tú que muchxs corcherxs apoyarán las anunciadas urbanizaciones, aunque, por otro lado, defiendan su oficio? Yo creo que sí, porque se creen «trabajadorxs», “hermanxs de clase” de los que las construirán. Y porque tal vez ellxs mismxs o sus hijxs esperan ser empleadxs en ese «trabajo». Al fin y al cabo, desde esa creencia, hacer urbanizaciones turísticas es «trabajo», como «trabajo» es descorchar. Ojalá me equivoque, ya me dirás. Y no habrá que reprobar que lo hagan, porque el entramado institucional nos ha desposeído a la inmensa mayoría para que necesitemos aceptar cualquier actividad salarial, de manera que no hacerlo es casi una heroicidad. Asalariados somos los dos, amigo.

Y respecto de los partidos de todos los colores, me apuesto una convidá de Chiclanas a que, si se oponen a los polígonos turísticos, será porque han encontrado el recambio de «Producción» en otro sitio. Igual se les ocurre que la alternativa es abriendo simas mineras: todo el arco parlamentario celebra la “producción minera”.

En fin, amigo, veo con claridad que la ideología de la Producción nos arrebata deliberar y decidir democráticamente qué hacer, cómo y para qué. El credo nos lo responde: santificado sea el Trabajo, que satisface nuestras necesidades; bienaventuradas las Necesidades, que nos traerán más Trabajo; Produzcamos y Consumamos (“consumir”, otra abstracción que se las trae). Recuerda que este mito se le ocurrió a Smith, que dijo que los imperios se habían hecho Trabajando, pero también de Marx, que dijo que la humanidad se había hecho Trabajando. Pero Aristóteles había dicho que la humanidad se ha hecho hablando. Siguiendo a los profetas del Trabajo habría que decir: «menos hablar y más trabajar». Pero siguiendo a Aristóteles habría que decir: ¡hablemos!, incluso de las cosas que haya que hacer, sin que nos distraigan demasiado de lo principal, que es seguir conversando y contemplando la belleza y el misterio de la Creación.

Conversemos pues, y si hay que polemizar, polemizamos, porque la amistad no consiste en coincidir, y menos en comulgar, sino que lleva en sí la polémica y la discrepancia, nunca la discordia. Comulgar es propio de masas de adeptxs, que necesitan la contienda con otrxs. No une comulgar en el Trabajo sino la amistad y la palabra.

Un abrazo grande.