El pasado 22 de octubre Diario CÓRDOBA publicaba una tribuna de opinión titulada “Títeres y titiriteros”[1], firmada por un antropólogo, en la que, obviando un objetivo central de la antropología cual es el estudio desprejuiciado de las diversidades humanas y de nuestras complejas y contradictorias dinámicas socioculturales, inserta los “enfrentamientos callejeros” de Catalunya en “un escenario de infantilidad”. El texto, con un discurso anti-soberanista y de legitimación del Estado, amén de paternalista, refleja el relato del Régimen político de la Reforma y de los medios de comunicación que lo vienen difundiendo hasta el hartazgo.
“Una caterva de niñatos” frente a los “cuerpos de seguridad del Estado”, “mojigatos padres catalanistas” o “imberbes nacidos en una sociedad manipulada”, con un “autonómico sistema de enseñanza adoctrinante, desinformados por unos medios de comunicación mediatizados, carentes de perspectiva histórica objetiva y enardecidos de un supremacismo imaginario”… son algunas de sus expresiones literales, llegando a comparar a estos jóvenes “títeres” con el “mentecato ignorante y sin ideología (…) que acaba integrado en ETA pistola en mano”.
Cada quien, faltaría más, puede opinar como le parezca pertinente sobre lo que le parezca pertinente, aunque el hecho de que el autor de este alegato ideológico-político lo firme como “antropólogo” admite puntualizar, cuando menos, que no necesariamente todo lo que decimos los titulados o los profesionales de la antropología guarda coherencia precisa con tal disciplina.
La Antropología Social y Cultural más bien puede contribuir, desde miradas amplias, independientes y críticas a polemizar con las grandes verdades que pretenden legitimar los discursos y las prácticas de los poderes establecidos. Bajo este prisma, el análisis de la situación política española y, en particular, de los acontecimientos que desde hace algunos años y con honda raíz social e histórica se suceden en Catalunya, son desde luego susceptibles de observaciones más desapegadas, que trasciendan las construcciones discursivas dominantes y que arrojen algo de luz en las interesadas sombras y tramoyas de las versiones oficiales.
Los etnonacionalismos y la realidad plurinacional del Estado español, el nacionalismo de Estado, el Derecho de Autodeterminación, la soberanía de los pueblos y de las personas, la naturaleza de las organizaciones políticas y del conjunto de instituciones estatales y sus relaciones, la circunstancial sacralidad de según qué leyes, los movimientos y movilizaciones sociales, los conflictos y las muy variadas formas de violencias de raíz política y social, las frustraciones urbanas, las corrupciones socioeconómicas y partidistas, la coexistencia de diferentes sentimientos y adscripciones identitarias, étnicas o de cualquier otro tipo… constituyen, a propósito del tema que nos ocupa y sin pretender agotar la nómina, un amplio conjunto de fenómenos que invitan a una aproximación antropológica rigurosa, desprejuiciada y valiente.
Los disturbios en distintos puntos de Catalunya son difícilmente separables de la judicialización de un conflicto eminentemente político, nacional y democrático, que desestima de manera radical el derecho a decidir -a decidir, democráticamente, entre otras cuestiones, sobre la pertenencia o no de una nación a un Estado o sobre la forma misma de ese Estado-, así como de las respuestas populares a la ausencia de alternativas, al proceso de desdemocratización política y social en que estamos inmersos y, concretamente, a las durísimas y cuestionadas sentencias del Tribunal Supremo contra los líderes independentistas. Es obligado insistir en que estas movilizaciones ciudadanas forman parte de un amplísimo y plural movimiento popular que, aunque parcial tomado el conjunto de la ciudadanía catalana, se caracteriza por ser masivo y pacífico, basado sobre todo en la desobediencia civil y la no violencia activa. Un movimiento popular además que cuenta con representación en organizaciones políticas que suman abrumadora mayoría en las instituciones locales, mayoría parlamentaria y constituyen el legítimo Govern de la Generalitat.
Es en este contexto, además de atendiendo a otros componentes coyunturales, entre ellos el electoral en que casi vivimos instalados, en el que el Estado y el Régimen, el nacionalismo español y sus fuerzas políticas y sociales pretenden, movilizando a relevantes sectores no soberanistas de Catalunya y al anti-catalanismo de gran parte de la sociedad española, construir una ofensiva política y mediática de criminalización de la reivindicación y la propuesta republicana y catalanista.
Ha habido, y podría haber más, expresiones de violencia por parte de determinados grupos de manifestantes. Aun así, la insistente reiteración de algunas secuencias en los medios, el tratamiento dado –o no dado- a las agresiones protagonizadas por bandas de extrema derecha, la probada intervención en los incidentes de grupos de infiltrados, o los excesos policiales por más que silenciados denunciados por entidades defensoras de los Derechos Humanos, obligan a una aproximación más compleja y multilateral, menos autocomplaciente, al conflicto.
No son este tipo de manifestaciones en cualquier caso nuevas ni exclusivas, ni en Catalunya ni en reivindicaciones y protestas de otros lugares del Estado español o de Europa. Huyendo de explicaciones simplistas y confortables, el análisis obliga a indagar en los malestares sociales y políticos que durante años no han obtenido más respuestas a sus demandas pacíficas que la negativa y la represión policial y judicial. Téngase en cuenta que líderes sociales como Jordi Cuixart y Jordi Sánchez sufren severas condenas por protagonizar acciones pacíficas de desobediencia civil y por intentar, en última instancia, evitar tensiones mayores en manifestaciones populares.
En este sentido, el antropólogo catalán Manuel Delgado, especialista en el estudio de conflictos urbanos, se pregunta si estas protestas más radicalizadas no serán expresiones de “rabia colectiva” ante la “frustración” originada en un tablero de juego en el que parece imposible conseguir nada –ni tan siquiera negociar nada- por otros medios.[2]
Las respuestas a estos y otros interrogantes merecen mayores esfuerzos. Es preciso alcanzar un mejor conocimiento. También partir de un mayor distanciamiento de las grandes certezas previas, con relativismo e independencia –que no necesariamente neutralidad-, contextualizando convenientemente los fenómenos objetos de estudio… Añádase la convicción de que, en el estudio del conflicto social, la aportación antropológica, se fundamente esta como se fundamente, no debería tomar partido facilón por el poder y sus construcciones discursivas sino por conclusiones sólidas y contrastadas que, a ser posible, polemicen con nuestras asentadas normalidades, con nuestro sentido común y con nuestras primeras evidencias.
La antropología crítica, las ciencias sociales críticas, tienen un compromiso irrenunciable con la defensa radical de los Derechos Humanos. Para dorar las píldoras del poder ya hay otras disciplinas y otras gentes. Con enormes recursos de todo tipo, por cierto. No es ese nuestro papel.
[1] Carlos Cabrera. “Títeres y titiriteros”. Diario CÓRDOBA, 22/10/2019.
[2] Manuel Delgado: «Los disturbios son una expresión de rabia colectiva, consecuencia de una situación frustrante». Diario Público, 17/10/2019.