Desde hace unas décadas se observa en muchas ciudades de todo el planeta que la política municipal está mutando de una orientación local a otra global. En este cambio de dirección, alcanzar resonancia positiva en los medios de comunicación internacionales se convierte en una estrategia política de primer orden. Bajo este imperativo, la ciudad que se muestra al mundo es la de una urbe global, festiva, estetizada, luminosa y de celebración permanente.
Para alcanzar este objetivo, una de las apuestas más repetidas es competir con otras ciudades para convertirse en la sede de grandes eventos culturales, deportivos o políticos y conseguir posteriormente una proyección mediática internacional. Con estas operaciones se trata de ofrecer al mundo la idea de que la ciudad es sugestiva, porque posee un carácter cosmopolita, dinámico y abierto, al tiempo que competente para organizar satisfactoriamente importantes espectáculos y celebraciones mundiales que suscitan el interés de los medios de comunicación a escala planetaria.
El objetivo explícito de los mensajes transmitidos desde los ayuntamientos es imprimir una imagen seductora que trata de cautivar a la clase de consumidores cosmopolitas y atraer a inversores. Y digo explícito, porque los responsables públicos no desaprovechan las oportunidades que se presentan para formular comentarios optimistas sobre las seguras repercusiones positivas que se derivarán de la celebración de los eventos. En estas declaraciones argumentan -una y otra vez- que el incremento del empleo, la multiplicación de las inversiones extranjeras y el aumento de los flujos de visitantes serán los principales frutos de estas apuestas, lo que justifica de por sí el importante esfuerzo logístico y presupuestario que supone preparar y organizar estas celebraciones.
Posicionarse en el mundo para crecer es la filosofía política que subyace a todo este programa de actuaciones públicas que miran hacia fuera. Esta política persigue situar a la ciudad en una red policéntrica e inestable de urbes globales que absorben los beneficios y los flujos derivados de la actual sociedad móvil mundial. Y este propósito de ubicar a Sevilla en esta competitiva y jerárquica red de ciudades globales lo tienen muy claro los políticos que gobiernan en el consistorio sevillano, como lo prueban las recientes manifestaciones del actual alcalde, Juan Espadas, en las que anunciaba la celebración de la Gala de los premios europeos del canal de televisión estadounidense MTV en Sevilla para el próximo mes de noviembre:
“Nos sitúa en el mapa a nivel internacional como un lugar de celebración de eventos de gran calado que significa, si me lo permiten, empezar a jugar en Champion” (Cadena Ser, 26 de marzo).
Aparentemente, estas políticas obedecen a oportunidades coyunturales que son aprovechadas por los responsables públicos. Sin embargo, en las ciudades que optan por este modelo de desarrollo “mediático”, los gobiernos llevan a cabo las operaciones de acuerdo con una planificación temporal de los eventos. Un ejemplo paradigmático de esta estrategia es el caso del actual gobierno local de Sevilla que, desde hace años, proyecta un calendario periódico de acontecimientos que van desde la conmemoración de efemérides (por ejemplo, el Año Murillo o los 500 años de la primera Circunnavegación a la Tierra) hasta celebraciones festivas (como las Galas de los premios MTV o la de los Premios Goya) y grandes convenciones internacionales de organismos públicos (como la Cumbre Mundial del Turismo de la WTTC). De esta especialización de la ciudad en la celebración de grandes espectáculos en serie da fe la siguiente declaración que efectuó a los medios el mismo alcalde con motivo de la celebración de la Gala de MTV:
“Este nuevo evento forma parte de la estrategia de posicionamiento de la ciudad, que no sólo es un gran referente turístico, sino también de celebración de grandes acontecimientos” (ABC de Sevilla).
La apuesta no es marginal ni baladí. Supone un cambio de dirección de la política municipal desde iniciativas orientadas a lo local a otras que proyectan al lugar en una economía de flujos. Y esta reorientación exige la creación de todo un paisaje urbano estetizado, conformado por escenarios, espectáculos, edificios, calles, plazas… funcionales para el consumo global. Me pregunto si este enorme esfuerzo promocional, organizativo, de adaptación de los equipamientos e infraestructuras existentes y de creación de otros nuevos, supone priorizar la inversión pública hacia una “política de flujos” que desvía el presupuesto de lo social/local a lo espectacular/global.