El pasado 28 de septiembre tuve la ocasión de participar como ponente, junto a Antonio Manuel Rodríguez en un curso del Ágora cultural dedicado a la Identidad Andaluza celebrado en Jerez, en la sede de la ONCE. El encuentro fue un éxito desde mi punto de vista. El número de asistentes convocados, lo debatido en las mesas de trabajo posteriores, las preguntas realizadas por los oyentes y los debates fueron muy enriquecedores. Unas jornadas donde andaluces tuvimos la ocasión de departir tranquilamente sobre Andalucía.
La culminación de este encuentro vino en el almuerzo. En la terraza de un bar cercano a la sede de las conferencias, nos sentamos José Antonio López, profesor de la UCA y destacado miembro de la organización del evento, Antonio Manuel Rodríguez, Ana Trujillo, y yo. Además, estaban Esteve Torrent, Presidente del Ateneo “Centre Moral” y Secretario de la Junta de la Federación de Ateneos de Cataluña, y Daniel Banegas. Dos invitados a las jornadas que aportaron su visión acerca del catalanismo.
A los pocos momentos, entre todos iniciamos una conversación pausada, profunda, donde intercambiamos opiniones, puntos de vista, y al poco tiempo observamos cómo la imagen que teníamos los unos de los otros estaba claramente distorsionada. Ni unos éramos los que alentamos el “a por ellos”, ni los otros se situaban en una ideología antidemocrática, golpista, proclives a la rebelión y a la sedición.
El diálogo, la conversación sin intermediarios interesados provocó la empatía, e incluso aventuramos posibles soluciones al conflicto catalán y, en definitiva, a la crisis constitucional del Estado español de estos momentos.
En esos instantes, me vino a la memoria cómo en 1934, durante la Segunda República, el gobierno detuvo a Companys y a sus Consejeros por proclamar el Estado Catalán, de la República Federal española. Y cómo más tarde, en 1935, el Tribunal de Garantías Constitucionales los condenan por rebelión militar. Posteriormente, trasladan al Penal del Puerto de Santa María al Presidente catalán y a los miembros de su gobierno Comorera y Lluhí. Hasta allí viaja Blas Infante, en representación del andalucismo, para testimoniarle su solidaridad, agasajándolo con libros.
En febrero de 1936, el Gobierno del Frente Popular indulta a los presos catalanes. En su viaje de retorno, paran en Córdoba y se dirigen a los cordobeses en un discurso improvisado -citado por Miguel Santiago en esta misma web, extraída del periódico Diario Córdoba-: “Habréis oído decir muchas veces algo contra los llamados revolucionarios catalanes, contra los separatistas catalanes, que no son otra cosa que hombres que llevan en sus entrañas el deseo de libertad en su tierra y el anhelo de libertad de todos los hombres y de todos los pueblos. Camaradas, estamos en momentos difíciles para la gloriosa República española, pero los hombres de izquierda y su Gobierno han puesto su responsabilidad a la altura del cumplimiento del deber”. Pocos meses después, los golpistas fusilan a Companys y a Infante.
Recordaba cómo la prensa catalana reseñaba las publicaciones de Blas Infante, entre 1916 y 1918. La Veu de Catalunya, la Campana de Gracia, El Diluvio, Messidor, son algunas de las cabeceras que se hicieron eco de los logros del andalucismo. En sus páginas insertaron noticias de las acciones políticas de Infante, e incluso se llega a publicar en La Veu de 25 de enero de 1918: “Andalucía, como Castilla, han sido víctimas. Y ahora, cuando sienten la consciente inquietud de la sierva personalidad, ya no ven en Cataluña la enemiga, sino la hermana”.
O cuando Infante dirigió un telegrama a la Mancomunidad catalana, en 1918, con este texto: “en esta última hora de prueba para el nacionalismo catalán, el Centro Regionalista Andaluz, que siempre defendió a Cataluña cuando fue atacada por la incomprensión española, hace fervientes votos por la libertad y prosperidad de la región hermana, aclamando a Cataluña y a Andalucía autónomas y a la libre federación de las nacionalidades de Iberia”. Diario La Publicidad (Barcelona) 5 de diciembre de 1918, p. 4.
En Jerez, cien años después, unos andaluces y unos catalanes alrededor de una mesa en un restaurante jerezano, se negaban a plegarse a estereotipos y a versiones interesadas y, de esta forma, revivimos en primera persona esa solidaridad entre dos pueblos, ya mostrada hace una centuria. Nosotros nos negábamos a estar en un extremo de la cuerda y considerábamos que en los puntos medios está el diálogo y no está ni la debilidad ni la ausencia de criterios. Todo lo contrario, la democracia, la generosidad y el consenso.