En una entrevista en Diario de Sevilla, el arquitecto Antonio Barrionuevo afirmaba el domingo que la ciudad, en lugar de ser la capital del calor, debería convertirse en la capital de la sombra. No puedo estar más de acuerdo. Pero los sucesivos ayuntamientos, sobre en los años de Monteseirín (el de «la ciudad de las personas», ¡qué burla!), Zoido y ahora Espadas, siguen con la obsesión de enlosetarasfaltar-desertizar Sevilla, no reponiendo los árboles que «ha habido que talar» (casi siempre por su más que deficiente conservación), eliminando descaradamente alcorques, cubriendo de asfalto calzadas que tenían adoquines, haciendo desaparecer el
albero de aceras y paseos y construyendo plazas y espacios «duros», inhabitables e intransitables seis meses al año, como ocurre en el recién inaugurado y disuasorio paseo a orillas del río entre la Torre del Oro y el Puente de Triana, en los «jardines» de Cavestany, cerca de la estación de Santa Justa (con el impresentable descampado alrededor que dura ya más de 25 años), en la explanada sahariana ante el Palacio de San Telmo (quizá para contribuir a la sensación de «grandeza» que pretende la Junta de
Andalucía), etc. etc.
No se trata solamente de hacer algunos parques para el tiempo de ocio sino de hacer nuestra ciudad vivible. ¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo este permanente atentado, yo diría que criminal, al bienestar y la salud de los sevillanos y de quienes nos visitan? ¿Será preciso que mueran tres o cuatro turistas o que ingresen con insolaciones varias decenas de personas, para que el ayuntamiento y los partidos que lo componen se tomen en serio este tema, que atenta tanto contra el patrimonio inmaterial de la ciudad como contra el bienestar de quienes vivimos en ella? El problema refleja, como tantas otras cosas, la situación colonial que padecemos y que
se refleja en que la mayoría de arquitectos y urbanistas y la gran mayoría de los profesionales de la política no tienen en cuenta o desprecian (o no convienen a sus bolsillos) nuestras condiciones propias, en este caso climatológicas, y nuestra cultura (nuestra forma andaluza de responder a los problemas utilizando recursos propios) a la hora de diseñar colegios, viviendas y espacios públicos. Porque la solución no es poner cada vez más aparatos de aire acondicionado, que nos hacen cada vez más dependientes de la tecnología y que calientan aun más la temperatura exterior (aunque a corto plazo haya que hacerlo en ciertos casos), sino afrontar el indudable calentamiento que sufrimos, consecuencia del cambio climático, con elementos naturales a nuestro alcance: árboles de sombra, más zonas verdes, fuentes, materiales de construcción de tradición propia, «velas» (toldos) adecuados en determinados lugares (diferentes a los que ahora se ponen en algunas calles comerciales)…
Ya hay colectivos y personas que denuncian con rigor la situación actual. Tendríamos que ser muchos más los que consideremos este uno de nuestros problemas centrales. Porque afecta a nuestro día a día. Si no denunciamos y actuamos, todos sufriremos las consecuencias.