De los diversos colectivos que padecen la exclusión social, parte de mi trabajo ha ido dirigido a la población toxicómana. Actualmente la droga más consumida junto al alcohol y el cannabis es la cocaína que ha roto el binomio juventud-droga. Hay que hablar de drogas y sociedad. La reaparición de la heroína nos sitúa de nuevo en un escenario complicado.
Una persona rehabilitada necesita de la familia y el barrio como soporte necesarios para su normalización. Familia y barrio se convierten en los mejores instrumentos para que una persona se sienta acogida en el largo camino que lleva a su inserción social.
La familia es el mejor ámbito de inclusión social por sus características dentro de la propia dinámica interna, y por sus vinculaciones con el barrio y dinamismo externo. Cuando ésta tiene un funcionamiento normal, también hay que intervenir de manera que todos los componentes entiendan que la persona que llega, siendo la misma, ha cambiado en profundidad. No se deben situar ni en la superprotección ni en la sospecha continua sobre esa persona “nueva” que acaba de llegar. Las alianzas que existían antes, cuando, por ejemplo, la persona era adicta, ya no sirven; hay que comenzar de nuevo. Sé que no es fácil, en ocasiones he recomendado como más conveniente que la persona a insertar esté en un piso tutelado y que, poco a poco, se vaya incorporando a la vida cotidiana de sus padres y hermanos. Encontrar actitudes de rechazo por parte de alguno de los miembros no es infrecuente.
Pero muchas de las personas que buscan la integración, o no tienen familia, o las relaciones con ella están rotas. Se necesita, entonces, de un grupo de personas que, sin pretender sustituirla, promuevan unos vínculos fuertes para ayudar a aquel o aquella que ha iniciado su camino de integración. Sabemos que se puede y que se debe acompañar, pero el esfuerzo debe ser sobre todo de la persona interesada. Hay que tener presente que cada cual es diferente, también en el ámbito de la incorporación social, y ese respeto a la individualidad hay que mantenerlo para hacer creíble la ayuda.
En este ámbito, las fórmulas conocidas no están dando el resultado esperado. Hoy existen iniciativas de grupos de personas con hijos toxicómanos que han llegado al acuerdo de, una vez iniciado el proceso de reinserción, intercambiarse al familiar. Es decir, el hijo de una familia se va a vivir con otra y viceversa. Aunque son experiencias nuevas habrá que estar pendientes de los resultados.
Es evidente que si el daño producido por la persona toxicómana hacia su familia ha sido muy grande, volver con ella es, por lo menos, arriesgado.
El otro pilar clave en la vuelta a la “normalidad” es el barrio. La mayoría de la personas viven en ellos, bien en las ciudades, bien en pequeñas poblaciones que suelen repetir esquemas parecidos de convivencia. En los barrios existen diversos ambientes que pueden ser negativos para la normalización de estos hombres y mujeres. Ambientes que provocan el rechazo hacia las personas que han tenido algún problema y grupos que, teniendo grandes dificultades ven al recién llegado como un “traidor a la causa”.
También – como no- hay gente solidaria que equilibra y acoge. Romper estas dinámicas con unos y otros es una tarea que solo se consigue actuando en el barrio en su totalidad. Me estoy refiriendo a los programas de dinamización del barrio, que son la clave para facilitar la integración de todos.
Actuar en el barrio siempre debe tener el mismo objetivo: transformar a la gente que vive en él. Para ello, a veces es necesario cambiar su aspecto externo. La limpieza del espacio compartido aporta a sus habitantes una mayor dosis de autoestima. Pero la condición indispensable en cualquier plan de acción, es que los habitantes de este espacio en el que intervenimos nos digan qué actividades quieren que hagamos. Programar sin tenerlos en cuenta es un error que, a la larga, puede provocar el fracaso.
El movimiento asociativo tiene aquí un papel esencial. De hecho, unbuen número de asociaciones, por ejemplo las que trabajan en drogas, se dedican básicamente a la prevención (acciones para todo el barrio) y reinserción de las personas afectadas. Lo mismo sucede con otros grupos. La persona concreta lógicamente, es el pilar esencial en la incorporación social. Según el lugar del que proceda se emprenderá su labor de reinserción. No es la misma laproblemática de los “sin techo” que la de los discapacitados mentales a la hora de buscar los cauces adecuados para su normalización. La clave está en el deseo, que debe ser profundo, de la persona, para que ella misma provoque un cambio en su vida. Sin ese principio elemental – no siempre tan evidente- es imposible avanzar.
Mi experiencia personal en el ámbito de la inserción social, especialmente de toxicómanos, es contradictoria. La parte negativa siempre ha estado relacionada con el esfuerzo personal que me suponía entender las recaídas. Sin embargo – y ahí está la contradicción-, después de la recaída he conocido las mejores “integraciones” de todas en las que de alguna manera he participado.