Ganó Bolsonaro. Toda América Indoafrolatina, y no solo Brasil, sufrirá las consecuencias de esta «tenaza» entre los dos Trump (o los dos Bolsonaros). Ninguno de los dos creen en la democracia: el Trump del Sur ha dicho en campaña que el error de la dictadura brasileña fue torturar y no matar, y ha ganado con el lema de «La Ley y el Orden». Ninguno de los dos aceptan que se está produciendo el cambio climático: la Amazonía profundizará su devastación y será sacrificada a los beneficios de las grandes corporaciones trasnacionales, llevándose por delante a los pueblos indígenas que todavía habitan en ella. Con ello se agudizará el cambio climático en todo el planeta…
Pero más allá de este desastre electoral, lo que ha ocurrido en Brasil, como antes en USA y, en un grado quizá menor pero en la misma dinámica, en la Federación Rusa, en Hungría, en Polonia, en Italia, en la India… debería hacernos reflexionar sobre la política desarrollada por los gobiernos anteriores definidos como «progresistas» y por los partidos calificados de «socialdemócratas» (en sus diversas variantes). El neo-keinesianismo (políticas de una cierta redistribución para mejorar algo las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la población pero sin tocar el poder de los más poderosos y sin oponerse a las dependencias exteriores) se ha mostrado incapaz de ser un dique para los grandes intereses globalizados e incapaz también de responder a las aspiraciones de muchos de quienes fueron favorecidos por sus acciones. En el caso concreto de Brasil, es evidente que un significativo porcentaje de quienes apoyaron en el pasado al Partido de los Trabajadores lo ha hecho ahora al candidato parafascista o se han abstenido.
En lugar de lamentarnos, deprimirnos o caer en el masoquismo político, deberíamos analizar con calma y rigor lo que ha ocurrido en Brasil, y en muchos otros países, durante los gobiernos autodenominados «socialdemócratas» para que, tras ellos, se establezcan regímenes de ultraderecha ahora no ya mediante el golpismo clásico sino a través de las urnas. Sin duda, la intoxicación mediática y la acción de los lobbies neoliberales son un factor de primera importancia pero sería suicida no analizar las graves deficiencias de eso que seguimos llamando «la izquierda» cuando se instala en las instituciones. Lo de conseguir que «los pobres sean menos pobres pero sin que los ricos sean menos ricos», que es el objetivo más o menos declarado de estas políticas, en palabras del expresidente Correa, de Ecuador, es la garantía del triunfo futuro de las derechas más duras.
Como se evidencia repetidamente, ahora en Brasil, cuando no se aprovecha el respaldo popular para cuestionar las estructuras y relaciones de poder en todos los ámbitos, incluído el económico, las fuerzas dominantes (antes las denominábamos «fácticas») vuelven a imponer a sus representantes políticos directos. Y es que, en la actual fase de capitalismo globalizado neoliberal, las reformas que no tocan la estructura del Sistema son fácilmente neutralizadas mientras en el camino se queda el desencanto y la frustración de muchos que creyeron en que se producirían transformaciones de fondo, y que ahora se abstienen o votan directamente a los nuevos flautistas de Hammelín. ¿Aprenderemos la lección que ahora nos ofrece Brasil?