Hace unos días se han cumplido cien años de la muerte del geógrafo y anarquista Pedro Kropotkin. Una fecha que está pasando con más pena que gloria salvo en determinados círculos libertarios y alguno académico. Creo que es un buen momento para recordar que, habitualmente, se atribuye la introducción de las teorías del ruso en Andalucía, entre otros medios, a las traducciones que Fermín Salvochea efectuó desde 1886 en su periódico El Socialismo, editado en Cádiz, y con posterioridad en La Revista Blanca cuando la familia Urales la publicaba en Madrid.
Ambos personajes tienen algunos elementos comunes. En primer lugar que los dos se proyectan en el tiempo hasta hoy día. A pesar de que sea menos de lo deseable se les recuerda y sus escritos sirven de modelo. No sólo para el mundo libertario sino también para otros actores políticos y sociales. En el caso de Kropotkin incluso desde medios liberales atraídos por sus propuestas económicas hasta grupos ecologistas y medio ambientales. Por ejemplo sus planteamientos sobre pequeñas ciudades que combinen mundo urbano y rural. Salvochea se ha convertido en un icono de una ciudad, en la que, salvo reducidos sectores de extrema derecha, todos los grupos sociales hacen suya su figura. Aunque eso signifique que sirva para un roto como un descosido. Para dar nombre al actual ateneo libertario de la ciudad, para ser nombrado diputado honorífico, ninguneando su trayectoria vital, o convertirse en santo laico que da trabajo y vivienda a través de médiums.
En segundo lugar que, más allá de haber nacido el mismo año, 1842, en su trayectoria vital hay elementos comunes. Ambos fueron activistas, políglotas y vivieron largos periodos de encarcelamiento y exilio. Los dos, sin pretender comparar, al reconocido geógrafo y naturalista con el hombre de su tiempo, confiaban en la ciencia y pensaban que la moral era un elemento fundamental en la vida de los hombres y lucharon contra el amoralismo representado, por ejemplo, por Nietsche. Además, de practicar la propaganda por el hecho con su ejemplo personal que lo que les costó la economía doméstica y la salud. Ambos, nacidos en medios económicos más que confortables terminaron viviendo más que modestamente y perdieron su bienestar físico en las cárceles.
Por último, les une el apoyo mutuo. Kropotkin lo convirtió en el elemento base de la vida de las sociedades. Si como, defendía Darwin, la existencia es una lucha, ésta lo es para mejorar y, ante las adversidades, la mejor arma es el apoyo mutuo. Junto a la sociabilidad y al altruismo son los elementos claves para una moral basada en su pasado biológico. El argumento supremo para eliminar la necesidad de explicaciones sobrenaturales que son el fundamento de las religiones.
Todavía hoy, que conozca y me gustaría equivocarme, no existen ni en Cádiz ni en Andalucía, al menos una copia de los 63 números que de El Socialismo se conservan en Ámsterdam, en el Instituto Internacional de Historia Social, y Londres, en la British Library. Una carencia más para conocer mejor la sociedad andaluza en unos años especialmente oscuros para el obrerismo. Cuando se discutía sobre las tácticas y las líneas ideológicas que iba a llevar. En él las traducciones de Salvochea fueron un elemento más en la difusión de los planteamientos del ruso, en el paso del colectivismo bakuninista al anarco comunismo.
Ligado al mundo rural, con un tránsito ideológico parecido las ideas de Kropotkin interesaron al gaditano que, como impulsor de un periódico que se reclamaba “universal”, vio en sus textos una herramienta con la que construir un mundo nuevo en el que el apoyo mutuo, la sociabilidad, el altruismo y la generosidad fueran la base de la moral. Porque el individualismo es comunitario. Los procesos naturales, la evolución, tienen inserta la moral social. No son amorales como defenderían los darwinistas sociales.
Planteamientos más que actuales en un mundo en el que parece triunfar todo lo contrario. En el que la evolución humana parece que anda como los cangrejos. Una bocanada de aire fresco en el ambiente putrefacto de mentiras, odios, individualismo egoísta que parece inundarnos. A pesar de los pesares no es así. Kropotkin y Salvochea nos lo recuerdan.