Coronavirus

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Era difícil pensar que pudiéramos llegar a esta situación. Me consta que siempre hay alguien que pudo pensarlo. Yo pensaba más en una guerra de las de siempre o parecida, para eso están cada día experimentando con armamento nuevo que pueda hacer el mayor daño posible, en el mínimo tiempo, al enemigo.  Creo que muchas personas pensaban igual.

De pronto nos hablan de un virus lejano, chino por más señas, que está causando estragos en aquella población. Empezaron los chistes sobre esa población asiática y tanto a nivel popular como político casi nadie prestó la atención que los contagios merecían. Las bromas duraron demasiado tiempo, un tiempo precioso que hemos perdido ignorando algo muy propio de la globalización: la interconexión entre los países, incluidos los más remotos.

Italia ya nos llamó la atención por su proximidad y por la fuerza que la pandemia había alcanzado. No obstante, las medidas tardaron algún tiempo en llegar y a nivel de calle las bromas sobre China se fusionaron con las de Italia. La situación se hizo preocupante hasta el punto de que la OMS, que nunca va muy de prisa, inició su camino de recomendaciones. Ya nos dimos cuenta: el virus viene para España. Ignorábamos que ya estaba por nuestras calles y había ido infectando a algunos amigos y amigas.

Lo demás ya es historia sabida: llamamientos, intervenciones de todo tipo, y alerta sanitaria con el consiguiente confinamiento o aislamiento en casa.

A partir de aquí, a los problemas sanitarios, se han unido los problemas sociales. Algunos, como el del empleo, de hondo calado para la población y la economía de este país. La crisis económica que se avecina merece ser nombrada, aunque esperemos que no sea peor que las pasadas y, sobre todo, que el empleo no se destruya.

En cuanto a los aspectos sociales ha quedado patente que no son ni han sido una prioridad de la acción política. Pienso, por ejemplo, en la prohibición de salir de casa, que es necesaria sin duda. Pero cuando tu vivienda mide 45 metros y conviven padres, cuatro hijos, y en ocasiones algún miembro mayor, ¿cómo mantener la norma, la prohibición? Es evidente que el urbanismo salvaje que hemos padecido y que ha enriquecido a tantos inútiles ha mostrado ahora su auténtico rostro. Es igual que, como afirman asociaciones feministas, esta forzada convivencia en espacios imposibles va a incrementar los malos tratos a las mujeres. Ha habido ya dos casos graves.

Las personas sin hogar, en este contexto, dejan ver cómo los servicios sociales, necesitan una modernización especialmente en los llamados albergues. Hacen falta, desde luego, pero más pequeños y especializados.

La población inmigrante está desaparecida, especialmente quienes no tienen documentos o “papeles”. ¿Dónde están? Algunos en recursos públicos o de asociaciones, otros en casas de ocupa, y un buen número prácticamente escondidos al ver tanta presencia policial. Salen de sus escondites para ir a los comedores que afortunadamente están abiertos. Gracias a las trabajadoras y voluntariado. En estos días algunos de estos inmigrantes han abandonado los tratamientos farmacológicos que estaban tomando.

Es un tiempo difícil y angustioso para quienes padecen un problema de salud mental. El panorama informativo si escuchas radio o ves televisión contribuye a ese malestar, que se manifiesta en ansiedad y miedo. Hay nuevos casos motivados por la propia situación que estamos viviendo.

Las personas mayores, objetivo más preciado por el virus, mueren en residencias a las que nadie ha ido a inspeccionar. La ley de dependencia con déficit económico desde su creación ha hecho evidente, por una parte, su necesidad, y por otra su urgencia.  Pese a tantos recortes, y a discusiones políticas estériles, empeñadas más en votos que en el servicio a la ciudadanía esa ley hay que hacerla posible.

Podríamos seguir hablando de las personas que necesitan médico y no los pueden atender; de otras que necesitan ver a su familia y no pueden salir; del miedo al despido; del ¿cómo podremos vivir mañana sin medios económicos?; ¿qué será de mi pequeña empresa?; y la más dura: ¿cuántas personas perderán la vida estos días?

En esta pandemia queda claro que hay que reorganizar los servicios sociales y sanitarios. Queda claro que lo público es imprescindible para hacer frente a situaciones dramáticas.

Tiempos duros, difíciles, pero si al menos sirvieran para cambiar el futuro, habríamos conseguido algo positivo.