Después de un tiempo en el que mis lecturas han estado guiadas por la necesidad de conocer o documentarme sobre asuntos diversos, he vuelto a la lectura por puro placer, he vuelto a la literatura.
Me he centrado en leer novelas, mi género favorito, dejándome guiar por críticas, comentarios laudatorios, recomendaciones de algunas libreras amigas y consejos de lectoras confiables, amén de participar en algún club de lectura, experiencia muy enriquecedora y recomendable. Estaba especialmente interesada en conocer a escritoras actuales. Entre paréntesis, debo decir que, si bien sigo disfrutando la narrativa seca, sobria y precisa -llanmazaresca o landeliana – me he vuelto intolerante a la lactosa con los obras de algunos autores, esto es, no soporto su machismo disfrazado de mala leche, agudeza e incorrección política y debo hacer tal esfuerzo por centrarme en sus historias, olvidándome de quienes las firman que, la verdad, no me merece la pena, por mucho que una esté aquejada de una cierta deformación profesional que la impulse a leer no solo y no siempre lo que supone que le va a gustar.
Pues bien, como digo, he leído un buen número de novelas, de entre una amplia oferta de títulos firmados por jóvenes autoras, precedidas casi todas de generosas campañas publicitarias, lo que me ha llevado a preguntarme si no estamos ante un boom de “literatura femenina”, para consumo femenino, lo que explicaría el interés de las editoriales por estas obras, dada la gran demanda lectora de las mujeres, que coquetea con el feminismo por el hecho de que autoras y protagonistas son mujeres. Otro aspecto que me parece reseñable es, dadas las coincidencias temáticas de estas novelas, la sospecha de estar asistiendo a un intento de modelación de una nueva (?) sentimentalidad femenina, que se piensa feminista porque trata de de-construirnos para re-construirnos como mujeres diferentes.
Si esto fuera así, tengo que decir que este proceso de de-construcción y re-construcción de nuestro ser de mujeres no tiene nada de nuevo ni de feminista. De hecho, se trataría del inveterado empeño didáctico patriarcal por explicarnos a las mujeres en qué consiste ser mujer y qué hemos de hacer para lograrlo.
Admito que estas lecturas, lejos de abrirme nuevos horizontes en lo literario y aportarme emoción, reflexión o puntos de vista diferentes en lo personal, me han estragado a fondo y me han dejado la incómoda sensación de haber estado practicando, como decía Lorca, esa horrible actividad que es matar el tiempo.
Casi todas mis lecturas, aunque elegidas de manera bastante aleatoria, presentan a una protagonista femenina que acarrea un yo sufriente y atormentado, que he encontrado, con muy pocas excepciones, impostado y falso. La raíz difusa de tanto sufrimiento y dislocación mental no es otra que la relación con la figura materna; madres que devoran a sus crías, que las abandonan, que las desprecian; madres a quienes hay que responsabilizar, y no es para menos, de todos los vicios emocionales, todas las desviaciones sentimentales, todas la taras anímicas e incluso físicas que las protagonistas reconocen en sí mismas, hasta el punto de que una de ellas se declarará aterrorizada ante la perspectiva de crecer y parecerse a su progenitora.
Últimamente escucho y leo cómo se habla de las madres desde un cierto feminismo; frecuentemente, o bien se las considera feministas ingenuas y espontáneas, protofeministas casi, o bien se convierte a la figura materna en el origen de todas nuestras desazones y, a la postre, de nuestra infelicidad. Confieso que ante semejante panorama, me he sentido muy afortunada de haber tenido una madre a quien no he necesitado situar en ninguno de esos dos lugares para aceptarla, comprenderla y quererla. Una madre con la que he compartido el lugar común de los afectos, la empatía y también las diferencias, manifestadas sin violencia. Aun a riesgo de quedarme sin material para una novela.
En cuanto al estilo, creo percibir una contradicción, cuando menos, llamativa. La mercadotecnia insiste en presentarnos a muchas de estas autoras como poseedoras de una voz propia, como integrantes de listas de jóvenes autoras “con proyección de futuro”, lo que no casa bien con esta literatura del amargor, como la ha bautizado una amiga querida y lectora voraz, con esta uniformidad temática y estilística que podría explicarse, entre otros factores, por la difusión entusiasta de los másteres en escritura creativa, lo que puede comprobarse leyendo las biografías de las solapas; de este modo, lo que aspira a erigirse en corriente literaria a mí, como lectora, me resulta aburrido y reiterativo. Leyendo estas novelas tan parecidas me ha venido a la cabeza un anuncio de tónica en el que se advertía a los consumidores que al principio no les iba a gustar la bebida pero que, si insistían, acabaría gustándoles. Pues bien, yo no pienso insistir.
Mis lecturas del último año diría que representan una variedad suficiente; han ido desde una trilogía afamada y llevada al cine, pero escrita tan descuidadamente que descubrí en la mitad de la primera novela quién era el asesino (¿literatura al peso?), o un ensayo muy premiado al que, en mi humilde opinión, le sobran cien páginas del final y cincuenta del principio, pasando por una obra traducida del catalán – que ese es otro tema, las traducciones que convierten frases sencillas en expresiones misteriosas-, otra de una escritora italiana con cuya identidad la editorial y algún periodista elucubra y trampea, las de un par o tres narradoras latinoamericas, una de ellas inconclusa, a pesar de que su autora tiene “proyección de futuro”, una surcoreana, también inconclusa, dos novelas históricas, de las documentadas, no de las que fingen documentarse, que me han gustado, y una novelita de una autora uruguaya que salvo de la quema, porque no pude dejar de leer a pesar de la desazón que la lectura me producía.
En muchas de estas obras, de manera tácita o explícita, se rechaza el realismo, con o sin magia, lo que no evita que estén llenas de descripciones prolijas, que se planteen como auténticas sagas, ignorando que “Los hermanos Karamazov” se escribieron hace mucho, que traten de suscitar el asco, la repulsión y el rechazo – muy naturalistas ellas- mostrando una carnalidad menstruante, llena de vello, sudor y humores, que elaboren unos finales más que abiertos, incomprensibles, a base de pretender la originalidad, pero que acaban con algo parecido a “Madame Bovary c´est moi”. Pues, estupendo.
Se me puede decir que soy una lectora de otro tiempo, pero es que este también es mi tiempo y yo también soy una mujer y creo necesario repensarme y que nos repensemos, pero poco o nada me han aportado mis lecturas en este sentido, sino la sensación de transitar por un terreno embarrado del que salgo sucia y enlolada en barros ajenos, que no me interesan, la propuesta de una nueva (?) emocionalidad hecha de carne sangrante, ropa sucia, reglas pringosas, cuerpos con pelos pertinaces, una carnalidad repulsiva, más propia de quienes odian su realidad que de quienes buscan caminos para repensarse.
¿Que por qué he leído este tipo de literatura? Por curiosidad, porque me gusta leer, por adentrarme en la literatura actual, porque considero que la lectura es un modo de indagación, porque leer me hace vivir otras vidas, me causa tristeza, me duele, me hace reír, me indigna, qué se yo… Pero nada de esto me ha proporcionado esta literatura, que se me antoja de diseño, tan igual, a pesar de sus pujos de originalidad. Habrá que seguir buscando.