Los últimos meses han estado marcados por la preocupación por el ascenso de la extrema derecha, en nuestra tierra y al otro lado del charco, con Trump y Bolsonaro al frente de un giro autoritario que parece ser la vía elegida del sistema para superar la crisis estructural que arrastra desde finales de los años 70. En su agenda el feminismo aparece como un obstáculo a derribar. Hablar de violencia intrafamiliar y no de violencia de género supone un ataque a una de las principales conquistas del movimiento feminista en las últimas décadas, que es un doble reconocimiento: el de la violencia específica sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres, y como una cuestión política y social y no como algo resolver en el ámbito privado. Afirmar que la solución al problema de las pensiones es ilegalizar el aborto y que las mujeres tengan más hijos es reforzar nuestro rol reproductivo y el control sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, el mismo control que ejercen cuando nos juzgan a nosotras y dejan sueltos a los violadores.
Ese control forma parte de un mecanismo que el sistema pone en juego en momentos de crisis para lograr estabilidad, la acumulación por desposesión. No es casualidad que estemos en el centro de la diana, como no lo es que seamos las mujeres las que ponemos cara a la precariedad, a la pobreza, a los desahucios, a los recortes etc, etc. Por suerte estamos siendo también la cara de las resistencias a las políticas neoliberales que pretenden imponernos. Esas medidas vienen a ajustarnos las tuercas a las de abajo. Capitalismo y patriarcado se alían. Necesitan controlar nuestros cuerpos y sexualidad tanto como necesitan desmantelar los derechos laborales, sociales y políticos. La aprobación en el parlamento andaluz de la rebaja del impuesto de sucesiones tiene que ver con esto, con salvar a los de arriba a costa de los de abajo.
Desde el movimiento feminista nos van a tener enfrente, juntas. No vamos a dar ni un paso atrás pero tampoco vamos a conformarnos con las leyes que tenemos, porque es por la insuficiencia de esas leyes por las que nos hemos estado movilizando y hecho huelga el 8M los últimos años. Nosotras preferimos hablar de violencias machistas, en plural, porque son muchas las violencias las que vivimos día a día, en casa, en el trabajo, en la calle, en clase, en nuestras relaciones, en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida, y exigimos cambios estructurales que vayan a la raíz de esas violencias. Esos cambios pasan por poner la vida en el centro frente a la lógica del beneficio del capitalismo.
Las próximas elecciones generales aparecen como el momento de confirmación de la tendencia más autoritaria de este ajuste de tuercas, que a veces parece algo inevitable. No lo es. Hay que ser consciente de la importancia de estas elecciones y de cada voto, pero aún más de que necesitamos volver a ilusionarnos, de la necesidad de superar el miedo y la resignación que parece adueñarse del voto estas elecciones.
Hay que votar conscientes de que la política ni empieza ni acaba en las urnas, y que la alternativa política que necesitamos está por construir, tenemos que crear otras herramientas, aprendiendo de las experiencias que nos han llevado de ser una alternativa al régimen a ser su muleta, a subordinarnos al marco de lo posible y de la responsabilidad, y de que esa alternativa pasa por vencer al miedo en el trabajo, el miedo a que nos despidan, a que nos señalen, a ser como queremos ser, a vivir como queremos vivir, a decir no y plantar cara en casa y en nuestras relaciones, el miedo a volver solas a casa… pasa por encontrarnos, por organizarnos, por no estar solos, por reconocernos en los otros… y por aprender de quienes estamos en primera fila de las resistencias.
Reconocernos entre nosotras es algo que hemos aprendido en el movimiento feminista, rompiendo el silencio de las violencias que sufrimos día a día, auto-organizándonos para hacerles frente desde la autodefensa y la desobediencia. Nos reconocemos en las luchas de las italianas, de las polacas, de las argentinas, de las brasileñas… Reconocemos que además del género nos atraviesan otras opresiones que hacen que las compañeras migrantes, las trans, etc., tengan reivindicaciones propias además de las que compartimos. Nos reconocemos en las luchas de las kellys, de las temporeras, de las empleadas domésticas. Tomamos ejemplo de quienes lucharon antes, de quienes siguieron luchando, y de quienes empiezan ahora. Lo hemos aprendido organizándonos, desde abajo, repensando herramientas como la huelga, parando en lo productivo pero también en lo reproductivo. Y pasando a la ofensiva, el 8m es un ejemplo de lo que necesitamos, de pasar a la ofensiva: lo queremos todo.