Declarar la guerra al calentamiento global

72

Como las dietas milagrosas, las políticas y los presupuestos fallan estrepitosamente cuando se piensa sólo en el corto plazo. Es necesario diseñar una estrategia y trazar un camino, dando la importancia suficiente a aquellas cuestiones que van a ser determinantes en el futuro, para plasmar en acciones concretas aquello que más valoramos. “No me digas lo que valoras, enséñame tus presupuestos y te diré qué valoras”.

De forma muy grandilocuente, como el mayor de los éxitos, nos han anunciado, que los últimos presupuestos públicos aprobados son los más progresistas, sociales y transformadores. Extraigamos algunas cifras que nos permitan cuantificar la visión de futuro y la importancia relativa que se otorgan a diversas variables fundamentales para nuestro futuro: La Oficina Española de Cambio Climático tiene una dotación total de 24,5 millones para implantar la normativa relacionada con esta materia. La Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo cuenta con un presupuesto de 384 millones de euros. El presupuesto de defensa este año es de 9.412 millones de euros. En términos numéricos, la lucha contra el Cambio Climático es el 0,2% del presupuesto del ejército.

En esta dura y aplastante comparativa es donde pueden visualizarse las prioridades y la ponderación de las amenazas. Esta foto fija cortoplacista, con criterios anclados en la más rancia historia no mira arriba y adelante para visualizar, por ejemplo, la sobreexplotación de los recursos hídricos y el intensivismo agrario que, con sequías cada vez más extremas hacen que la desertificación afecte ya al 20% del territorio español, que las áreas críticas en Andalucía alcanzan al 87% del territorio y que en un par de decenios la mitad del suelo esté sometido a riesgo de desertización. ¿Y entonces qué? Porque el suelo se seca, deja de producir, se queda yermo, pero las consecuencias sociales, económicas, de pérdida de biodiversidad derivadas de este hecho, son catastróficas.

Estamos sufriendo una triste etapa de descreimiento en el que la opinión de los expertos no tiene el peso suficiente, pero ellos no se cansan de avisarnos, es ahora cuando tenemos que actuar, y de forma contundente: La mayor amenaza real a la que se enfrenta la humanidad es el Cambio Climático. La prioridad no es fabricar y comprar armas sino plantar árboles, reducir la intensidad en el uso del agua, la energía, la generación de residuos. Un estudio publicado en Nature cuantifica, que en el año 2019, el 10% del PIB mundial se destinó a carrera armamentística, pues bien, si se redirigieran esos fondos y se destinase, sólo el 1% del PIB mundial a la lucha contra el Cambio Climático, se lograrían cumplir los acuerdos de Paris; y si se destinase el 5% del PIB mundial a la crisis climática, se alcanzarían los Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por Naciones Unidas. Si cambiamos el foco y las prioridades, podemos hacerlo, sólo tenemos que dejar de gastar dinero en pelear y matarnos, e invertirlo en el futuro, en la vida.

Es hora de aumentar el grado de alarma sobre el Cambio Climático porque es una enfermedad global que no entiende de niveles de renta, de religiones, ni de derechas o izquierdas. El coste de asumir el reto es ya muy alto, pero el coste de la inacción es inasumible.

Alemania ha dotado una partida de 54.000 millones de euros para combatir el cambio climático, Italia ya ha asignado 55.000 millones de euros de su presupuesto a este objetivo. Recuerdo, la Agencia Española de Cambio Climático cuenta con 24,5 millones de presupuesto total.

Y desde luego, la restricción no es el dinero, es una excusa barata que solo les sirve a los malos políticos y a algunos intereses privados que, mientras tanto, siguen acaparando riqueza a costa de todos. La cuestión relevante es, primero, los valores, y a partir de ahí la actitud, la convicción, la determinación. Con estas herramientas pueden encontrarse muchas e imaginativas soluciones. Por ejemplo, China ha asignado a 60.000 soldados la tarea de reforestar, cada año plantan unos 84.000 kilómetros cuadrados, una superficie equivalente a la de Irlanda.

En el proceso político, suelen estar primero las declaraciones, después la normativa y al final los presupuestos que las materializan. Andalucía sigue sin declarar en su parlamento la emergencia climática, es, como si aún no nos hubiésemos enterado de que el Cambio Climático nos está atacando y que está haciendo mella en nuestra salud colectiva, en nuestro territorio.

Si aún no se ha declarado la emergencia climática en Andalucía, árido se hace hablar de la normativa, con una ley, la de Cambio Climático de Andalucía, que, ya sea más o menos buena, está metida en un cajón; con un último decreto ley, el 3/2021 que faculta al consejo de gobierno a saltarse los procedimientos de protección ambiental vigentes. Con unos órganos de participación en este ámbito absolutamente inoperativos, desaparecidos. Y si miramos los presupuestos, la tristeza nos invade al comprobar que lo que Andalucía ha incluido en sus presupuestos son “más de sesenta indicadores que identifiquen los vínculos entre intervenciones presupuestarias y cambio climático”, unas referencias que, según la propia Junta de Andalucía, son “ herramientas destinadas a promover la congruencia de las políticas tributarias y de gasto público con los objetivos ambientales y proporciona en la toma de decisiones una idea clara sobre los posibles impactos ambientales de las cuentas anuales de la Administración autonómica, con el objetivo de estimular buenas prácticas en la recaudación de ingresos y en la asignación de recursos», es decir, no hay presupuesto en Andalucía para combatir y mitigar el Cambio Climático sino índices de “bondad” de los presupuestos andaluces, y a esto tienen el descaro de llamar “revolución verde”. No dejemos que nos tomen el pelo, la inacción en la lucha contra el cambio climático es dañina, dolorosa, triste. No admitamos más excusas ni juegos de palabras, asignemos recursos públicos al mayor reto que tiene por delante la humanidad.