Me encantan los debates. Disfruto con las polémicas. Me ponen las opiniones enfrentadas. Me fascina entender un punto de vista y el contrario también. Me seducen los que argumentan y hacen cierta la expresión “en la discusión está la solución”.
En tiempos de coronavirus una pregunta socorrida es ¿turismo sí, turismo no? Esa cuestión plantearon en televisión no hace demasiado tiempo a una malagueña propietaria de una tienda de souvenir. En su respuesta vino a decir aquello que cantaba Emilio José: “Ni contigo, ni sin ti, contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Días después contemplamos también en los medios de comunicación cómo se rindió pleitesía en Palma de Mallorca al primer grupo de turistas procedentes de Alemania tras el periodo de confinamiento. Antagonistas de este comportamiento son las pintadas aparecidas en los centros históricos de Cádiz, Granada, Sevilla o Málaga, contrarias a la turistificación.
Como es una cuestión poliédrica, nuestra perspectiva dependerá de la posición que mantengamos ante ese prisma, de la cara o del lado en el que nos situemos. Yo, que soy un andaluz de pueblo pueblo (“más que un terrón”), sin dejar de entender el enorme impacto negativo que pueda tener el turismo en nuestra cultura y naturaleza, el peligro que representa por la posible recolonización de los poderosos sobre los humildes, los perjuicios a trabajadores precarios o a inquilinos forzados… ; me sitúo a favor de un turismo diverso, sostenible, que aúne esta conquista de la civilización con la educación, el conocimiento, el saber,… Partidario de un turismo cultural en el amplio sentido de la palabra pero también rural, de pueblo pueblo.
Estas actividades recreativas pueden servir para impulsar la lucha por restaurar esa iglesia que se cae, esa torre árabe abandonada, expandir el conocimiento de esos yacimientos arqueológicos perdidos o de esas casas señoriales privadas desconocidas. También para rescatar esa cultura secular de cante y baile, esa gastronomía nuestra (que lo está dejando de ser), esas diferentes manifestaciones de lo inmaterial. En definitiva, opto por ese turismo como instrumento potenciador del justo valor de “lo nuestro”.
Durante mucho tiempo a los andaluces nos han dicho que somos flojos y vagos, que esto es muy feo, pequeño, seco y pobre y que todo lo de fuera es mejor. Pero en un momento determinado comenzaron a prodigarse por Andalucía visitantes foráneos a los que les encantaba lo que tenemos, lo que somos, cómo vivimos,… a deleitarse con nuestra idiosincrasia. El turismo fue un antídoto contra el fatalismo impuesto por los que vivían a cuerpo de rey a costa de una mayoría en el rol de súbditos. En mi casa (la de toda la vida) se ha dicho y oído demasiadas veces que “siempre ha habido pobres y ricos”. Hoy da la impresión de que el típico derrotismo andaluz está mutando, que la cultura no es una rara avis, que somos conscientes que se han enterrado restos de nuestra historia con demasiada frecuencia, que se han sepultado vestigios del pasado con la falsa excusa de justificar el futuro repercutiendo en el presente de solo unos pocos, que solo unos pocos se aprovechan de lo que es de unos muchos, que tanto valor debe tener el rescate de una casa señorial o iglesia renacentista como el de una vieja copla de carnaval o el rito de la “cuchará y paso atrás”. Es esa ideología impuesta por la oligarquía ensalzadora de lo eclesiástico, nobilario y elitista que subestima lo popular y cotidiano.
Algunos de los “señoritos” que alimentaron ese fatalismo son los mismos o pertenecen a la misma estirpe de propietarios actuales de bienes de gran valor natural o/y cultural partidarios de poner todas las trabas habidas y por haber para evitar que sean conocidos por todos. Los que residimos en pueblos pueblos, a veces tenemos la sensación de estar viviendo en un “vallao”, en cotos cerrados donde falta y es necesario el aire para respirar porque han puesto puertas a lo inapropiable, a lo que debería ser de todos. Lo mismo que hay que compatibilizar desarrollo económico y respeto al medioambiente, debe hacerse igual con el derecho a la propiedad privada y al disfrute de “lo nuestro”. “Lo nuestro” es todo lo que poseemos, lo que poseemos es de donde venimos. “Lo nuestro” no es solo una cuestión individual, singular, es también plural, colectiva; es lo que debemos preservar y proteger. Por eso defiendo el turismo, con todas las matizaciones, como instrumento de colaboración en la lucha para conservar la identidad y cuidar de “lo nuestro”. Es decir, nuestro patrimonio. Todo lo que tenemos.